Padre, ya soy nada.
Esas palabras por las que siempre
luché, han amanecido abandonadas
hoy, tiradas en la calle, desangradas
por las heridas que produce el silencio.
Padre, ya no tengo fuerzas para ser tormenta,
ya no me queda ira que descargar,
a nada me enfrento más que a mi propia muerte
y no conservo pena para llorarla.
Padre, diez negros cuchillos me atraviesan
y no alzo mi mano para defenderme.
Como un gusano espero que se me conceda la vida
y la eterna novia me tienda su mano.
A que el sol se doble sobre mi cabeza
y el barro purifique mis palabras.
Claudia Pérez