A
veces Lenz ve en la enfermedad un encuentro fortuito con un transeúnte que,
tras un fuerte impacto, deja en nuestras manos, distraído, una flor negra. Y
cuando por fin nos levantamos para devolvérsela el transeúnte ya ha
desaparecido apresuradamente. Empezamos a correr con la flor en la mano –no nos
pertenece, podrá necesitarla quien la perdió-, pero en vano; no hay rastro de él.
El extraño transeúnte ha desaparecido, se ha evaporado. Y en nuestra mano está
la negra flor. El movimiento siguiente podrá hasta parecer un no movimiento –la
indecisión-, pero la incomodidad no tardará en dejar de ser un pormenor para
convertirse en lo esencial: se hace urgente deshacernos de aquella flor que nos
repele.
Gonçalo M. Tavares, Aprender a rezar en la era de la técnica.
Primera
parte: Fuerza/ Reflexiones sobre la enfermedad/1. Negra flor