es tan inútil…

Bastantes años después, con mucho amor y algo de sobrecogimiento, he vuelto a leer La soledad era esto, de Juan José Millás:

El día estaba despejado. A esas horas, el sol entraba por la terraza del salón reduciendo los muebles y las cosas a su pura función. 

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—¿Tu crees que somos vulgares?

Enrique pareció ponerse en guardia, pero Elena calculó por el brillo de sus ojos y por el descenso que habían sufrido sus párpados que el canuto había comenzado a hacer estragos en su inteligencia. Finalmente respondió:

—Tú nunca has sido vulgar.

—Te pregunto por nosotros, no por mí.

—No hemos sido vulgares gracias a ti.

—¿Tú eres vulgar entonces?

—Yo quiero ser vulgar desde hace mucho tiempo —respondió Enrique con un tono que estaba entre la amargura y el resentimiento.

—¿Por qué? —insistió Elena.

—Porque deseo ser feliz.

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La carta de Enrique es muy fría, aunque quizá mi actitud no mereciera otra cosa, y en ningún momento he tenido la tentación de contestarla, ya que una de las decisiones que he tomado ha sido la de no volver a hablar, nunca, con quien no me entienda. Es tan inútil…

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Hoy es domingo y las personas y las cosas delatan la condición festiva del día. Siempre temí las tardes de los domingos, pues parecían un paréntesis de la propia vida, una especie de suspensión de las coordenadas en las que solemos actuar. Ahora que no tengo coordenadas, que he perdido todos los puntos de referencia, la tarde del domingo me parece un lugar para el descanso.

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Me he cortado el pelo, lo llevo muy corto, como una chica joven que vi en una revista. Me lo mojo todos los días, cuando me ducho, y se me seca enseguida. Pensé que debía hacerlo antes de ocupar mi nueva casa para completar la transformación. Soy otra.