Como en el principio del artículo nos enseñan cómo citar, pues ahí va:
Cómo citar: Nicolás Díez, Sofía “¿Quién es El Ángel (1961-1995)? Poesía y vida en el lado salvaje de la transición española”, Siglo XXI. Literatura y Cultura Españolas, 15 (2017): 107-124.
Del artículo de Sofía extraigo mis subrayados a pie de bar:
[…]y que de forma inevitable desemboca en la contracultura y la subcultura transicionales, pero también en la tragedia.
Porque en los poetas outsiders de la transición se necesita volver al autor (hecho que el posmodernismo vuelve a reclamar) y perseguir una “simbiosis vida/obra”, una “ars vitae” del cuerpo y la existencia (R. de la Flor, 2011:36).
Otra de las voces clave en los estudios literarios y culturales sobre la transición, Germán Labrador, ya postulaba esta idea en Letras arrebatadas. Poesía y química en la transición española (2009), al analizar las poéticas drogadas y menores de la transición, donde sostiene cómo los autores pretenden agotar la vida como el decadente o el simbolista, así “la cuestión biográfica adquiere una importancia fundamental en la obra” (2009:159). En este libro, tras una introducción a la poética del discurso farmacológico y un repaso sociopolítico y cultural, retrata en detalle “Diez poéticas del arrebato”, entre las que se encuentran Aníbal Núñez, Eduardo Haro Ibars, Eduardo Hervás, Leopoldo María Panero, Fernando Merlo…, drogadictos, malditos o underground, con vidas intensas, muertes prematuras u obras inacabadas.
El volumen tomará las bases de los estudios culturales y socioliterarios, y afrontará el tema a través de las tres generaciones que abarcan la transición, la sesentayochista (nacidos a finales de los cuarenta y principios de los cincuenta), la del 77 o generación perdida (nacidos en la segunda mitad de los años cincuenta) y la del baby-boom (nacidos en los sesenta), pasto ya de la normalización de la contracultura con la movida y la época socialista. Entre la segunda y la tercera generación podríamos situar a nuestro autor. El libro volverá al precepto con el que partimos, en la contracultura transicional “Las formas de ser poeta […] apuntan con insistencia al complejo territorio de lo «extratextual», es decir, de aquellas zonas de vida y de mundo consideradas tradicionalmente como «no literarias»” (Labrador, 2017).
Es necesario presentar el recuerdo vital del poeta, su cuerpo joven y magullado y evocarlo como un fantasma y así leer su sociedad y los paratextos de su obra, buscar lo extratextual en sus amigos vivos, como testimonios que den sentido a una vida que tuvo “que convivir con el daño, una vida dañada”, resultado del conflicto entre la persona y su época (R. de la Flor, 2012:99).
Una extensa obra que contiene tres libros en su interior, articulando un testimonio maldito o “culpable” (Labrador, 2017) de su época, donde se vive de forma extrema y arriesgada; donde el cuerpo “bioliterario” transicional muestra las heridas del “cuerpo histórico” (enfermedad, venopunción) en su intento de separarse del padre dictatorial, del mundo parental y, en casos como el de Ángel, de la propia clase social, este último aspecto desarrollado y explicado en el artículo de Pablo Sánchez León, “Desclasamiento y desencanto. La representación de las clases medias como eje de una relectura generacional de la transición española”. A través del cuerpo textual, “de la estética («el arte es vida») y de la farmacia” (Labrador, 2017), podemos ver los estragos de la drogadicción y la adicción a la heroína, en unos versos que dibujan una senda de autodestrucción consciente y trágica. El último poema del libro “Epílogo. Yo no existo”, es tajante: “[…] Cuando me distingáis entre la multitud haced que no me habéis visto /Porque seguro que os habéis dado de narices con un fantasma/ Yo no existo / Me he volatilizado” (Ángel, 1994:255). Lo mismo podemos decir del título del libro, unos planos y líneas que consuman la demolición del edificio del cuerpo, vida y texto.
Además, publica su libro un año antes de morir, a modo de recopilación vital, tras más de una década escribiendo; no en dedicación plena a la poesía (la acción vital es igual de importante que la escritural), pero sí de forma intermitente.
Ángel comenzará relatando una infancia tranquila, favorable, una familia de clase media con ideas liberales, que ofrece a su hijo una educación en colegios alternativos y progres. En plena adolescencia comenzará a escuchar rock’n’roll, música que penetraba en el país ante la agonía de la dictadura. Este hecho cambiará su visión del mundo: “Ellos quisieron darme una educación liberal y yo la seguí hasta que escuché mi primer disco de rock’n’roll, el Beatles for Sale” (Ángel, 2013:34). Según el artista, con la música comenzaron “los problemas y la diversión”. Con quince años, en 1975, asiste a su primer concierto: Lou Reed. Ángel señala que este hecho dejará reinar en él su “lado salvaje”. El poeta conoció el significado de la famosa canción ‘Heroin’ y desde entonces supo que iba “a ser músico y toxicómano” (Ángel, 2013:34).
Una pléyade de artistas del rock, el punk o la música negra resonarán por sus versos, incluso serán homenajeados con poemas propios como “El viejo Lou”, “Iggy” o “Dylan”. Sus alusiones músico-literarias son importantes para entender el devenir textual y vital de El Ángel y su generación, pues reflejan un fenómeno en el que la literatura -y añadimos, la música- crean un modo para incrustarse en una persona, en un cuerpo, y éste a su vez en su contexto, tornándose en “bioliteratura” (Labrador, 2017). Es lo que sucede con la influencia de los escritos beatnick en las generaciones contraculturales de la transición. Y en concreto con la influencia de Lou Reed o W. Borroughs en El Ángel (Los planos se abren con una cita de este escritor), que transmutan en “biotextos” o referentes identitarios contraculturales y yonquis, alternativos al sistema y muy atractivos para los jóvenes.
Vuelve a España y, tras la convalecencia en casa de su familia, acompaña a su padre, el periodista y crítico de flamenco Ángel Álvarez Caballero a un concierto de Enrique Morente. Allí el poeta se reencontrará con Ana Curra y afirma: “me dio un beso y un abrazo que revolucionaron mi existencia.” (Ángel, 2013:36).
Ana Curra mantenía entonces una relación con el fotógrafo Alberto García-Alix, pero decide dedicarse en cuerpo y alma al poeta, dando lugar al triángulo amoroso que se entrevé en el poema “Otoño asesino”: “[…] porque ayer estuviste conmigo y mañana puede volver a suceder/ pero en estos momentos estás con otro pájaro/ y estiro los brazos y no encuentro/ y arqueo mis labios buscándote/ mi boca es un cero/ yo soy un cero […]” (Ángel, 2013:14). El Ángel vive una etapa dulce y creativa, donde “El poeta y el músico son muy amigos. La relación es coherente […] Lo que une ambas cosas es que escribo sobre experiencias muy vividas” (Ángel, 2013:36). Pero su salud está muy deteriorada por el SIDA y desarrolla un linfoma cerebral que acorta su esperanza de vida. En 1993 graba en Sevilla el disco Polvo de Ángel, de El Ángel y los volcánicos, bajo la discográfica Nuevos Medios, con sus propias letras y melodías. El disco, rareza del rock patrio, fue presentado en la sala Revólver. Una crónica del concierto de J.M Moragriega, les denomina como supervivientes de la línea dura de la movida. Ana y Ángel se irán a vivir juntos, su relación seguirá unida a la presencia de García-Alix que, muy interesado en su poesía, decide ayudarlo a editar su deseado libro. El legajo de papeles que contenían sus poemas tomará forma en Los planos de la demolición (1994). El proceso de preparación y compilación, manufacturado por El Ángel, dejó fuera poemas hoy inéditos. La edición fue supervisada por el fotógrafo, siendo publicado en la editorial regentada por éste y Borja Casani: El Europeo y la Tripulación.
Volvemos entonces para finalizar al “mono del desencanto”, ese estado de desgana popular y generacional, que enlaza con todo lo referenciado. Tras un primer momento de enérgica libertad se producirá un spleen o “abulia transicional”, de razones difusas: la falta de un metarrelato ideológico, la desconfianza en el porvenir o la indiferencia hacia lo político… Los proyectos comunes serán sustituidos por situaciones individuales de decadentismo. Los muertos por sobredosis, muestran sujetos que “incapaces de transicionar (sic.), optan por el suicidio” (Labrador, 2009: 107). El ‘mono’ es toda una lectura social y cultural de la transición. La ruptura con el pasado, para conseguir una transición lineal, se encuentra con el resto residual o monstruo, que surge en forma de síndrome de abstinencia de ese mismo pasado. La narrativa lineal que forma el relato oficial es sustituida por una narrativa alternativa basada en la fractura del tiempo, en la fisura como espacio de acción y creación. Solo situados desde aquí se pueden observar los discursos alternativos de la época, reflejo de la confusión histórica y emocional de los sujetos. Este mismo argumento es usado para criticar la espectacularización de la movida: “El discurso de la celebración y el exceso oculta lo que estos relatos tienen de síntoma, de violencia y de mirada” (Moreiras, 2010:121).