FRAGMENTOS
I
Te tocó un tiempo amargo.
Pasó el tiempo.
Pero la huella de sus manos sucias
permanece en tu frente:
grasa
espesa
de amor,
incorruptible al odio.
II
Jugabas entre muerte.
Creías que los muertos
eran objetos rotos
que alguien había tirado en las aceras.
Eras la vida pura
que lo ignoraba todo.
Un aire helado, a veces
—como un suspiro yerto,
como una leve gasa hecha de hilos de frío—
te acariciaba el rostro.
No sabías que era,
invisible y tan próxima,
la mano de Ella la que lo movía.
III
Lo supiste muy pronto.
Desde
entonces
ya nunca dejarías
de verla,
acechándote siempre
entre dos sombras,
delatada
por la luz corrosiva
de los amaneceres imprevistos,
mal oculta en los pliegues de las tardes de invierno
cuando el día se acaba sin que llegue la noche
y hay un tiempo de nadie,
un vacío creciente
—bajorrelieve en polvo de un volumen de viento—
que pretende atraparte en sus bóvedas sucias.
IV
Tal vez por eso, todavía,
como un felino hambriento que disputa
su presa a los caimanes, persigues ferozmente,
entre el asco y el miedo,
a la alegría.
Depredador de instantes,
ya para siempre es tuya:
goza al fin plenamente
sus restos degradados,
su tristeza.
Te tocó un tiempo amargo.
Pasó el tiempo.
Pero la huella de sus manos sucias
permanece en tu frente:
grasa
espesa
de amor,
incorruptible al odio.
II
Jugabas entre muerte.
Creías que los muertos
eran objetos rotos
que alguien había tirado en las aceras.
Eras la vida pura
que lo ignoraba todo.
Un aire helado, a veces
—como un suspiro yerto,
como una leve gasa hecha de hilos de frío—
te acariciaba el rostro.
No sabías que era,
invisible y tan próxima,
la mano de Ella la que lo movía.
Lo supiste muy pronto.
ya nunca dejarías
de verla,
acechándote siempre
entre dos sombras,
delatada
por la luz corrosiva
de los amaneceres imprevistos,
mal oculta en los pliegues de las tardes de invierno
cuando el día se acaba sin que llegue la noche
y hay un tiempo de nadie,
un vacío creciente
—bajorrelieve en polvo de un volumen de viento—
que pretende atraparte en sus bóvedas sucias.
IV
Tal vez por eso, todavía,
como un felino hambriento que disputa
su presa a los caimanes, persigues ferozmente,
entre el asco y el miedo,
a la alegría.
Depredador de instantes,
ya para siempre es tuya:
goza al fin plenamente
sus restos degradados,
su tristeza.
Ángel González.
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