Hölderlin conocía
como nadie y amaba como ningún poeta ha amado y comprendía como ningún sabio ha
comprendido a la antigua Hélade. De manera que sabía perfectamente que la
hermosa Grecia nunca había existido, sino que más bien Occidente había
construido el mito griego para que su propio destino viniera de algún lugar y
fuera hacia alguna parte.
Extracto del artículo Perder lo que nunca fue nuestro, de Félix de Azúa.
¿Tornan las grullas de nuevo a tu
lado y enfilan de nuevo
rumbo a tus costas los barcos?
¿Envuelven en calma tu flujo
brisas ansiadas y sube del fondo el
delfín y su lomo
baña al reclamo del sol que le
alumbra con luces no usadas?
¿Jonia florece? ¿Ya es primavera?
[...]
Que sobre las aguas
nade sin miedo y se entrene mi espíritu
al tónico y fuerte
gozo; y eterno mudar, devenir, que
es lenguaje de dioses,
yo al fin comprenda, y si al cabo el
desgarro del tiempo en mi mente
rompe con fuerza y la humana penuria
y el triste extravío
entre mortales mi vida mortal con
violencia estremecen,
deja que al fin yo por siempre en tu
fondo el silencio recuerde.
Principio y final de El
Archipiélago, F. Hölderlin. Traducción de Helena Cortés Gabaudan.
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