Old Movie with the Sound Turned Off
The hatcheck girl wears a gown
that glows;
The cigarette girl in the
black fishnet stockings
And a skirt of black, gauzy,
bunched-up tulle
That bobs above the pert
muffin of her bottom—
She must be twenty-two—would
look like a dancer
In Degas except for the tray
of cigarettes that rests
Against her—tummy might have
been the decade’s word,
And the thin black strap which
binds it to her neck
And makes the whiteness of her
skin seem swan’s-down
White. Some quality in the
film stock that they used
Made everything so shiny that
the films could not
Not make the whole world look
like lingerie, like
Phosphorescent milk with
winking shadows in it.
All over the world the working
poor put down their coins,
Poured into theaters on Friday
nights. The manager raffled—
“Raffled off,” we used to say
in San Rafael in my postwar
Childhood into which the
custom had persisted—
Sets of dishes in the
intermission of the double feature—
Of the kind they called
Fiestaware. And now
The gangster has come in,
surrounded by an entourage
Of prize fighters and
character actors, all in tuxedo
And black overcoats—except for
him. His coat is camel
(Was it the material or the
color?—my mind wanders
To earth-colored villages in
Samara or Afghanistan).
He is also wearing a white scarf
which seems to shimmer
As he takes it off, after he
takes off the gray fedora
And hands it to the hatcheck
girl. The singer,
In a gown of black taffeta
that throws off light
In starbursts, wears black
gloves to her elbows
And as she sings, you sense
she is afraid.
Not only have I seen this film
before—the singer
Shoots the gangster just when
he thinks he’s been delivered
From a nemesis involving his
brother, the district attorney,
And a rival mob—I know the
grandson of the cigarette girl,
Who became a screenwriter and
was blackballed later
Because she raised money for
the Spanish Civil War.
Or at least that’s the story
as I remember it, so that,
When the gangster is clutching
his wounded gut
And delivering a last
soundless quip and his scarf
Is still looking like the
linen in Heaven, I realize
That it is for them a working
day and that the dead
Will rise uncorrupted and
change into flannel slacks,
Hawaiian shirts; the women
will put on summer smocks
Made from the material superior
dish towels are made of
Now, and they’ll all drive up
to Malibu for drinks.
All the dead actors were
pretty in their day. Why
Am I watching this movie? you
may ask. Well, my beloved,
Down the hall, is probably
laboring over a poem
And is not to be disturbed. And
look! I have rediscovered
The sweetness and the
immortality of art. The actress
Wrote under a pseudonym, died,
I think, of cancer of the lungs.
So many of them did. Far
better for me to be doing this
(A last lurid patch of fog out
of which the phrase “The End”
Comes swimming; the music I
can’t hear surging now
Like fate) than reading with
actual attention my field guides
Which inform me that the
flower of the incense cedar
I saw this
morning by the creek is “unisexual, solitary, and terminal".
Robert Hass
Película
clásica sin volumen
La chica del guardarropa lleva un vestido que brilla;
la cigarrera medias negras de red
y una falda apretada de tul negro, brumoso,
que menea su trasero como un animado panecillo-
tendrá
veintidós años- parece una de las bailarinas
de Degas a no ser por la bandeja de cigarrillos que apoya
contra su barriguita, deber de ser la palabra de la época,
y el delgado lazo negro con que la ata al cuello
y otorga a su piel la blancura de las plumas de un
cisne. Alguna cualidad de material fílmico que utilizaba
logra que todo sea tan radiante que no se puede
evitar que el mundo parezca lencería en las películas,
leche fosforescente con sombras de pestañeo.
Los trabajadores pobres calculan las monedas
que gastar en el teatro los viernes por la noche. El encargado
sorteaba -
"rifaba" solíamos decir en San Rafael durante mi
infancia
de posguerra en la que se había mantenido la costumbre -
juegos de platos en el descanso del programa doble-
del modelo que llamaban de ocasiones especiales. Y ahora
aparece el gánster, rodeado por un séquito
de boxeadores profesionales y extras, todos con esmoquin
y abrigos negros, menos él. Una chaqueta color camello
(¿era ese el color o el material? mi mente vaga
por los pueblos color tierra de Samara o Afganistán).
Lleva también una bufanda blanca que parece brillar
cuando se la quita, tras dejar el sombrero gris
de fieltro y entregárselo a la chica. La cantante,
con un vestido negro de tafetán que despide esa luz
de estallido de las estrellas, lleva guantes negros hasta los
codos
y mientras canta te das cuenta que está nerviosa.
No sólo he visto antes esa película -la cantante
le dispara al gánster justo cuando él ya se cree liberado
de una némesis que envolvía a su hermano, el procurador del
distrito,
y de una banda rival -sino que conozco al nieto de la chica de
los cigarrillos,
que se convirtió en guionista y más tarde fue boicoteada
por recaudar fondos para la Guerra Civil española.
Al menos es así como recuerdo la historia, así que,
cuando el gánster se lleva las manos a la barriga
liberando una última mueca muda y su bufanda
parece todavía lencería de los cielos, comprendo
que sólo se trata de una jornada de trabajo y que lo muertos
se levantaran incorruptos y se pondrán unos pantalones flojos de
franela
y camisetas hawaianas; las mujeres se pondrán camisolas de
verano
hechas de material del que hace ahora los rodillos de calidad
y todos se irán en coche hasta Malibú a tomar unas copas.
Todos los actores muertos eran atractivos en su día. ¿Por qué
estoy viendo esta película?, te preguntarás. Pues bueno, mi
amada,
abajo, está trabajando en
un poema
y no me gustaría molestarla. ¡Y para que veas! He redescubierto
la dulzura y la inmortalidad del arte. La actriz
escribía bajo seudónimo, murió, creo, de cáncer de pulmón.
Les pasó a muchos. Mejor estar viendo esta película
(flota una última mancha tenue de niebla de la que sale la
expresión
The end; la música que no escucho irrumpe entonces
como el destino) que ponerme a leer mis guías de campo
para que me informen de que la flor del aromático cedro
que he visto esta mañana junto a la cala es "neutra,
solitaria y terminal".
Traducción y prólogo de Jaime Priede.
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