los estruendos cotidianos
Continúo
y acabo con mi particular homenaje que he querido hacer a este poeta y que
comenzó ayer. Hoy, ya lunes laboral, con el horizonte en los días santos, y con
un calor más que primaveral que ha irrumpido en la ciudad, ejercito la pausa
antes de lanzarme a la vorágine de la otra realidad, la no poética. Ya bien lo
dice él en los versos finales.
Deshielo al mediodía
El aire matinal repartió sus cartas con sellos
incandescentes.
La nieve iluminó y todos los pesares se alivianaron: un kilo pesaba
apenas setecientos gramos.
El sol estaba alto sobre el hielo, volando por el lugar, caliente y frío a la vez.
El viento avanzó lentamente como si empujase un cochecillo de niño
frente a sí.
Las familias salieron, vieron cielo abierto por primera vez
en mucho tiempo.
Estábamos en el primer capítulo de un relato muy intenso.
El resplandor del sol se adhería a todos los gorros de piel,
como el polen a los abejorros,
y el resplandor del sol se adhirió al nombre INVIERNO
y se quedó allí hasta que el invierno hubo pasado.
Una naturaleza muerta de troncos, en el lago, me puso pensativo.
Les pregunté:
«¿Me acompañan hasta mi niñez?» Respondieron: «Sí».
Desde la espesura se escuchó un murmullo de palabras
en un nuevo idioma:
las vocales eran cielo azul y las consonantes eran ramas negras
y hablaban
muy lentamente sobre la nieve.
Pero la tienda de saldos, haciendo reverencias con su
estruendo de faldas,
hizo que el silencio de la tierra creciese en intensidad.
Tomas Tranströmer
La nieve iluminó y todos los pesares se alivianaron: un kilo pesaba
apenas setecientos gramos.
El sol estaba alto sobre el hielo, volando por el lugar, caliente y frío a la vez.
El viento avanzó lentamente como si empujase un cochecillo de niño
frente a sí.
Las familias salieron, vieron cielo abierto por primera vez
en mucho tiempo.
Estábamos en el primer capítulo de un relato muy intenso.
El resplandor del sol se adhería a todos los gorros de piel,
como el polen a los abejorros,
y el resplandor del sol se adhirió al nombre INVIERNO
y se quedó allí hasta que el invierno hubo pasado.
Una naturaleza muerta de troncos, en el lago, me puso pensativo.
Les pregunté:
«¿Me acompañan hasta mi niñez?» Respondieron: «Sí».
Desde la espesura se escuchó un murmullo de palabras
en un nuevo idioma:
las vocales eran cielo azul y las consonantes eran ramas negras
y hablaban
muy lentamente sobre la nieve.
Pero la tienda de saldos, haciendo reverencias con su
estruendo de faldas,
hizo que el silencio de la tierra creciese en intensidad.
Tomas Tranströmer
hejdå Tomas
Hace ya unos días que se fue, pero yo me voy a despedir de él hoy domingo por la tarde, a modo de simbólica liturgia. Le voy a poner una música a este rito, una tonada del otro hemisferio. Voy a orar para que este tiempo sea capaz de generar individuos con una sabiduría, si no igual, sí cercana a la de Astor, a la de Tomas. Voy a orar para que las nubes de la mediocridad se disipen, que diría un querido amigo.
Billy en su senectud
Ayer rememorábamos aquella novela maravillosa y escuchábamos a Billy en su juventud. Miro la fecha de esa entrada y me asusto: noviembre de 2011. Virgen santa. Hoy me he encontrado con esta joya donde la edad provecta es un regalo sin par. Qué placer cuando el paso de los años sirve para algo bueno.
Л.Ю.Б
Me
prestaron otra joya cuya portada y contraportada están al final de esta
entrada. A mí la Unión Soviética, Rusia o como queramos llamar a esa vastísima
extensión de tierra me parece un territorio tan fascinante como ignoto. Me
siento como el emperador con Marco Polo en Las ciudades invisibles. De este Vladimir había oído su impronunciable apellido; poco más. Cuando veo sus
fotografías y su precocidad no puedo evitar tener una sensación recurrente:
esto ya lo he visto antes. No es nada concreto, tangible. Es una fuerza
descomunal, una belleza fuera de la norma ligadas ambas a una condición
efímera, como aquello de Roy Batty.
Anoche
estuve con él y volví a tener esa sensación que tengo desde que lo conocí;
desde que lo conocí de verdad, en primera persona, no por persona interpuesta.
Volví a sentirme un absoluto privilegiado, alguien que podía disfrutar, en
medio del mundanal ruido donde la atención caía disipada en mil estímulos
hueros, de la belleza en el más profundo y amplio sentido. También sentí miedo:
miedo a lo perecedero, al vértigo, a la desaparición.
Vladimir
se fue de una forma salvaje, como sus facciones. Como suele ocurrir en estos
casos, no me extraña: militan en otra liga. Quedan sus átomos repartidos en el
tiempo y en el espacio, volviendo a aunarse, generando, aquí y allá, milagros
de belleza. Dure lo que dure esta.
Conversación con el inspector fiscal sobre poesía
Conversación con el inspector fiscal sobre poesía
¡Ciudadano
inspector fiscal!
Disculpe la molestia.
Gracias...
no se moleste...
me quedo de pie...
Tengo con usted
un asunto
de naturaleza delicada:
El lugar
del poeta
en las filas obreras.
Al lado
de los propietarios
de almacenes y tierras
he sido gravado
y debo ser castigado.
Usted demanda
de mí
quinientos por medio año
y veinticinco
por no rendir declaración.
Mi trabajo
a cualquier
trabajo se parece.
Mire
cuánto he perdido
cuáles
gastos
en mi producción
y cuánto se invierte
en material.
A usted,
por supuesto, le es conocido
el fenómeno de la rima.
Digamos,
una línea
termina con la palabra
“atsá”.
Entonces
en la línea alternada
repitiendo las sílabas
pondremos
algo así:
“lamtsabritsa-tsá.”
Hablando como usted,
la rima
es una letra de cambio.
¡Cóbrese a la línea alternada!
He ahí la disposición.
Y buscas
el cambio de sufijos y flexiones
en la desolada caja
de declinaciones
y conjugaciones.
Intentas
una palabra
meter en la línea,
pero no cabe;
la aprietas y se rompe.
Ciudadano inspector fiscal,
palabra de honor,
al poeta
le salen caras las palabras.
Hablando como nosotros,
la rima
es un tonel.
Tonel con dinamita.
La línea
es la mecha.
El renglón se consume,
estalla la línea
y la ciudad
por los aires
vuela en estrofas.
¿Dónde encontrar,
a qué precio,
rimas
que de un golpe maten, certeras?
Puede que
cinco
inusitadas rimas
queden solamente
en Venezuela.
Y me dan
ganas
en el frío y en el ardor.
Me lanzo
enredado en anticipos y préstamos.
¡Ciudadano,
considere el boleto del viaje!
La Poesía
¡toda!
es un viaje a lo desconocido.
La Poesía
es como la extracción de radio.
Se desperdician
por una sola palabra
miles de toneladas
de mineral verbal
Pero qué
abrasador
es el ardor de estas palabras
junto
a la prodredumbre
de la palabra cruda
Estas palabras
pondrán en movimiento
por miles de años
a millones de corazones.
Por supuesto, hay distintas calidades poetas
Cuántos poetas
poseen agilidad de manos!
Sacan,
como prestidigitadores,
líneas de la boca,
tanto de la suya
como de la de otros.
¡¿Qué decir
de los castrados líricos?!
Una línea
ajena
ponen
y son felices.
Esto es
un común
robo y despilfarro
entre los despilfarros que acosan al país.
Estos
de hoy
versos y odas,
aplaudidos a rabiar,
pasarán
a la historia
como gastos accesorios
de lo hecho
por nosotros,
por dos o tres.
Un pud,
como se dice,
de sal de mesa
consumes
y cien bocanadas de cigarrillo,
para
extraer
la palabra preciosa
de las artesanas
profundidades de la humanidad.
Y de golpe
se reduce
el tamaño del impuesto.
¡Rebaje
de la imposición
la rueda de un cero!
Uno noventa,
cien cigarrillos;
uno sesenta
la sal de mesa.
En su encuesta
hay un montón de preguntas:
—¿Ha salido?
¿O no ha salido?—
¿Y qué
si yo
diez pegasos
reventé
en los últimos
quince años?
Usted—
póngase en mi lugar—
pregunta por sirvientes
y bienes
en esta sección.
¿Y qué
si yo soy
conductor del pueblo
y al mismo tiempo
su sirviente?
La clase
se expresa
en nuestras palabras;
y nosotros,
proletarios,
somos agitadores de la pluma
La máquina
del alma
se desgasta con los años.
Dicen:
¡Archívenlo!
¡Ya no interesa!
¡Ya es hora!
Cada vez amas menos,
cada vez te atreves menos
y mi frente
el tiempo terrible
atormenta.
Llega
la más temida de las amortizaciones:
la del
corazón y el alma.
Y cuando
este sol
cerdo cebado
se levante
sobre el futuro
sin miserables ni inválidos,
yo
ya
estaré oculto,
muerto bajo la cerca
junto
a diez
de mis colegas.
¡Conduzca
mi
balance mortuorio!
Yo afirmo
y lo sé —no miento—
que sobre el fondo
de los actuales
oportunistas y bribones
yo seré
el único
con deudas impagables.
Nuestro deber
es aullar
con una sirena garganta-de-cobre
entre la neblina de pequeñoburgueses,
en la espuma de la tormenta.
El poeta
siempre
es deudor del universo.
Paga
por el dolor y la pena
porcentajes.
Yo
estoy en deuda
con los faroles de Brooklin,
con ustedes,
cielos de Bagdadí,
con el Ejército Rojo,
con los cerezos del Japón—
con todo
acerca de lo cual
no pude escribir.
¿Y para qué
finalmente
esta complicación gratuita?
¿Para disparar rimas
y enfurecer con los ritmos?
La palabra del poeta
es su resurrección,
su inmortalidad,
ciudadano burócrata.
Dentro de siglos
de su marco de papel
tome el verso
¡y restituya el tiempo!
Y aparecerá
este día
con inspectores fiscales
con brillo de prodigios
y hedor de tinta.
Habitante convencido de los días presentes,
consiga
en el Ministerio
un pasaje a la inmortalidad
y, calculando
la eficacia de los versos,
reparta
mis ganancias
¡en trescientos años!
Pero la fuerza del poeta
no sólo está en eso
de que, a usted
recordando,
en el futuro hipéen.
¡No!
También hoy
la rima del poeta
es caricia
y consigna
y bayoneta
y látigo.
Ciudadano inspector fiscal,
pagaré cinco,
¡todos
los ceros
de la cifra tachando!
Yo
por derecho
exijo una pulgada
al lado
de los empobrecidos
obreros y campesinos.
Y si
a ustedes, les parece
que mi trabajo
es utilizar
palabras ajenas,
ahí tienen,
camaradas,
mi pluma,
y pueden
escribir
¡por sí mismos!
Disculpe la molestia.
Gracias...
no se moleste...
me quedo de pie...
Tengo con usted
un asunto
de naturaleza delicada:
El lugar
del poeta
en las filas obreras.
Al lado
de los propietarios
de almacenes y tierras
he sido gravado
y debo ser castigado.
Usted demanda
de mí
quinientos por medio año
y veinticinco
por no rendir declaración.
Mi trabajo
a cualquier
trabajo se parece.
Mire
cuánto he perdido
cuáles
gastos
en mi producción
y cuánto se invierte
en material.
A usted,
por supuesto, le es conocido
el fenómeno de la rima.
Digamos,
una línea
termina con la palabra
“atsá”.
Entonces
en la línea alternada
repitiendo las sílabas
pondremos
algo así:
“lamtsabritsa-tsá.”
Hablando como usted,
la rima
es una letra de cambio.
¡Cóbrese a la línea alternada!
He ahí la disposición.
Y buscas
el cambio de sufijos y flexiones
en la desolada caja
de declinaciones
y conjugaciones.
Intentas
una palabra
meter en la línea,
pero no cabe;
la aprietas y se rompe.
Ciudadano inspector fiscal,
palabra de honor,
al poeta
le salen caras las palabras.
Hablando como nosotros,
la rima
es un tonel.
Tonel con dinamita.
La línea
es la mecha.
El renglón se consume,
estalla la línea
y la ciudad
por los aires
vuela en estrofas.
¿Dónde encontrar,
a qué precio,
rimas
que de un golpe maten, certeras?
Puede que
cinco
inusitadas rimas
queden solamente
en Venezuela.
Y me dan
ganas
en el frío y en el ardor.
Me lanzo
enredado en anticipos y préstamos.
¡Ciudadano,
considere el boleto del viaje!
La Poesía
¡toda!
es un viaje a lo desconocido.
La Poesía
es como la extracción de radio.
Se desperdician
por una sola palabra
miles de toneladas
de mineral verbal
Pero qué
abrasador
es el ardor de estas palabras
junto
a la prodredumbre
de la palabra cruda
Estas palabras
pondrán en movimiento
por miles de años
a millones de corazones.
Por supuesto, hay distintas calidades poetas
Cuántos poetas
poseen agilidad de manos!
Sacan,
como prestidigitadores,
líneas de la boca,
tanto de la suya
como de la de otros.
¡¿Qué decir
de los castrados líricos?!
Una línea
ajena
ponen
y son felices.
Esto es
un común
robo y despilfarro
entre los despilfarros que acosan al país.
Estos
de hoy
versos y odas,
aplaudidos a rabiar,
pasarán
a la historia
como gastos accesorios
de lo hecho
por nosotros,
por dos o tres.
Un pud,
como se dice,
de sal de mesa
consumes
y cien bocanadas de cigarrillo,
para
extraer
la palabra preciosa
de las artesanas
profundidades de la humanidad.
Y de golpe
se reduce
el tamaño del impuesto.
¡Rebaje
de la imposición
la rueda de un cero!
Uno noventa,
cien cigarrillos;
uno sesenta
la sal de mesa.
En su encuesta
hay un montón de preguntas:
—¿Ha salido?
¿O no ha salido?—
¿Y qué
si yo
diez pegasos
reventé
en los últimos
quince años?
Usted—
póngase en mi lugar—
pregunta por sirvientes
y bienes
en esta sección.
¿Y qué
si yo soy
conductor del pueblo
y al mismo tiempo
su sirviente?
La clase
se expresa
en nuestras palabras;
y nosotros,
proletarios,
somos agitadores de la pluma
La máquina
del alma
se desgasta con los años.
Dicen:
¡Archívenlo!
¡Ya no interesa!
¡Ya es hora!
Cada vez amas menos,
cada vez te atreves menos
y mi frente
el tiempo terrible
atormenta.
Llega
la más temida de las amortizaciones:
la del
corazón y el alma.
Y cuando
este sol
cerdo cebado
se levante
sobre el futuro
sin miserables ni inválidos,
yo
ya
estaré oculto,
muerto bajo la cerca
junto
a diez
de mis colegas.
¡Conduzca
mi
balance mortuorio!
Yo afirmo
y lo sé —no miento—
que sobre el fondo
de los actuales
oportunistas y bribones
yo seré
el único
con deudas impagables.
Nuestro deber
es aullar
con una sirena garganta-de-cobre
entre la neblina de pequeñoburgueses,
en la espuma de la tormenta.
El poeta
siempre
es deudor del universo.
Paga
por el dolor y la pena
porcentajes.
Yo
estoy en deuda
con los faroles de Brooklin,
con ustedes,
cielos de Bagdadí,
con el Ejército Rojo,
con los cerezos del Japón—
con todo
acerca de lo cual
no pude escribir.
¿Y para qué
finalmente
esta complicación gratuita?
¿Para disparar rimas
y enfurecer con los ritmos?
La palabra del poeta
es su resurrección,
su inmortalidad,
ciudadano burócrata.
Dentro de siglos
de su marco de papel
tome el verso
¡y restituya el tiempo!
Y aparecerá
este día
con inspectores fiscales
con brillo de prodigios
y hedor de tinta.
Habitante convencido de los días presentes,
consiga
en el Ministerio
un pasaje a la inmortalidad
y, calculando
la eficacia de los versos,
reparta
mis ganancias
¡en trescientos años!
Pero la fuerza del poeta
no sólo está en eso
de que, a usted
recordando,
en el futuro hipéen.
¡No!
También hoy
la rima del poeta
es caricia
y consigna
y bayoneta
y látigo.
Ciudadano inspector fiscal,
pagaré cinco,
¡todos
los ceros
de la cifra tachando!
Yo
por derecho
exijo una pulgada
al lado
de los empobrecidos
obreros y campesinos.
Y si
a ustedes, les parece
que mi trabajo
es utilizar
palabras ajenas,
ahí tienen,
camaradas,
mi pluma,
y pueden
escribir
¡por sí mismos!
Me gusta ver las fotos de él, verlo con su idolatrada Lili o pensarlo en el amor con su otra mujer amada, Tatyana, joven, bella, en ese París mitológico de aquellos años (1928!). Y me parece finísima la apreciación que sigue, de la propia Lili.
Ella sí supo aceptar hasta donde la vida ya carece de sentido y a los 87 años (!!) se quitó de en medio visto que su enfermedad era terminal. También me gusta imaginar que mantengo una charla con ella, un personaje tan controvertido como fascinante, y me cuenta las andanzas de ese gigante del siglo XX que ha sido la Unión Soviética y que, al menos para un servidor, sigue siendo un completo desconocido.
a man's got to do...
Creo que el regalo que me hicieron hace unos días fue una invitación a la regresión; o a no perder determinadas capacidades simplemente, entre ellas, claramente, la lúdica. He aquí el que apareció conforme abrí Cuentos para jugar. Gracias por el subtexto.
Voces nocturnas
Si os acordáis
de la antigua fábula de la princesa que no conseguía dormir porque había un
guisante debajo del último
colchón de la montaña de colchones sobre la que se había acostado, os parecerá más comprensible la historia de este
viejo señor. Un viejo señor muy bueno, más bueno que cualquier otro señor viejo.
Una noche, cuando ya está en la cama y va a apagar la luz, oye
algo, oye una voz que llora...
—Qué raro —dice—,
me parece oír... ¿Habrá alguien en casa?
El viejo señor se levanta,
se pone una bata, recorre el pequeño apartamento en el que vive completamente
solo, enciende las luces, mira por todas partes...
—No, no hay nadie. Será donde los vecinos.
El viejo señor vuelve a la
cama, pero al cabo de un rato oye otra vez aquella voz, una voz que llora.
—Me parece —dice— que viene de la calle. Seguramente que
ahí abajo hay alguien llorando...
Tendré que ir a ver.
El viejo señor vuelve a
levantarse, se tapa lo mejor posible, pues la noche es fría, y baja a la calle.
—Vaya, parecía que era
aquí, pero no hay nadie. Será en
la calle de al lado.
Guiado por la voz que
llora el viejo señor sigue y sigue, de una calle a otra, de una a otra plaza,
recorre toda la ciudad y junto a la última
casa de la última calle encuentra
a un viejecito en un portal que se lamenta débilmente.
—¿Qué hace aquí? ¿Se siente mal?
El viejecito está tumbado sobre unos cuantos andrajos.
Al oír que le llaman se asusta:
—¿Eh? ¿Quién es?... Ya entiendo. El dueño de
la casa... Me marcho en seguida.
—¿Y dónde va a ir?
—¿Dónde? No sé dónde. No tengo casa, no tengo a
nadie. Me había resguardado aquí... Esta noche hace frío. Tendría que ver lo
que es dormir sobre un banco, en los parques, tapado con un par de periódicos.
Es como para no volverse a despertar. Pero bueno, ¿y a usted qué le importa? Me voy, me voy...
—No, oiga, espere... No
soy el dueño de la casa.
—Entonces, ¿qué quiere? ¿Un poco de sitio? Acomódese. Mantas
no hay, pero sitio hay para los dos...
—Quería decir... En mi
casa, si le parece, hace un poco más de calor. Tengo un diván...
—¿Un diván? ¿Al calor?
—Ea, venga, venga. ¿Y sabe
lo que haremos? Antes de dormir nos haremos una buena taza de leche...
Van a casa juntos, el
viejo señor y el viejecito sin casa. Al día siguiente el viejo señor acompaña
al viejecito al hospital porque ha pescado una fea bronquitis de dormir en los
parques y en los portales. Después regresa, ya de noche. El viejo señor está a punto de acostarse, pero vuelve a
sentir una voz que llora...
—Vaya, otra vez —dice—. Es inútil que mire en casa, sé muy bien que no hay nadie. También es
inútil que intente dormir: seguro que no lo conseguiré oyendo esas voces. ¡Animo! vamos a ver qué pasa.
Como la noche anterior, el
viejo señor sale y camina, y camina, guiado por la voz que llora que, esta vez,
parece venir de muy lejos. Anda y anda y atraviesa toda la ciudad. Sigue y
sigue y le sucede algo muy extraño porque se encuentra andando por una ciudad
que no es la suya, y después en otra. Continúa y continúa, cada vez más lejos.
Atraviesa toda la región. Llega a un pueblecito en lo alto de una montaña. Allí hay una pobre mujer que llora porque
tiene un niño enfermo y a nadie que vaya a buscarle un médico.
—No puedo dejar al niño
solo, no puedo sacarle con esta nieve...
Hay nieve por todas
partes. La noche parece un desierto blanco.
—Animo, ánimo —dice el viejo señor—, explíqueme
dónde vive el médico, iré a
buscarlo, lo traeré yo mismo.
Mientras tanto, lávele la frente al niño con un paño húmedo, lo refrescará, a
lo mejor podrá descansar.
El viejo señor hace todo
lo que tiene que hacer. Y hele de nuevo en su habitación. Ya es la noche
siguiente. Como de costumbre, cuando está a
punto de dormirse, una voz se introduce en su sueño, una voz que llora y parece
estar allí junto a la almohada.
Ni oír hablar de dejarla llorar. Con un suspiro, el viejo señor vuelve a
vestirse, sale de casa y anda y anda. Y le sucede la acostumbrada cosa extraña,
muy extraña. Porque esta vez atraviesa toda Italia, cruza también el mar, y se
encuentra en un país donde hay guerra, y hay una familia que se desespera
porque una bomba le ha destruido la casa.
—Valor, valor —dice el viejo señor. Y los ayuda como
puede. No puede solucionarlo todo, como es natural. Pero al fin dejan de llorar
y él puede volver a casa. Ya se
ha hecho de día, no es cosa de meterse en la cama.
—Esta noche —dice el viejo señor— me iré a descansar un poco antes.
Pero siempre hay una voz
que llora. Siempre hay alguien que llora, en Europa, o en África, en Asia o en América. Siempre
hay una voz que llega por la noche a la casa del viejo señor, junto a su
almohada, y no lo deja dormir. Siempre así, noche tras noche. Siempre siguiendo
a una voz lejana. Puede venir del otro lado del mundo, pero él la oye. La oye y no consigue
dormir...
Primer Final:
Aquel viejo señor era
bueno, muy bueno. Pero de no dormir nunca, empezó a ponerse nervioso, muy
nervioso.
—Si al menos pudiera —suspiraba— dormir una noche sí y otra no. A fin de cuentas yo no soy
el único en el mundo. No es
posible que nadie sienta nunca esas voces, que a nadie se le ocurra levantarse
para ir a ver.
Algunas noches, en cuanto
sentía las voces, intentaba resistir:
—Esta vez no me levanto,
estoy acatarrado y me duele la espalda, nadie podrá echarme en cara que soy un egoísta.
Pero la voz insistía,
insistía tanto que el viejo señor no tenía más remedio que levantarse.
Cada vez estaba más
cansado. Cada vez más nervioso.
Por último se acostumbró a meterse dos tapones en los oídos
antes de acostarse. Así no sentía
las voces y se dormía.
—Lo haré sólo durante un tiempo —decía—, sólo para descansar un poco.
Será como tomarse unas pequeñas
vacaciones...
Se puso los tapones un mes
seguido.
Una noche no se los
colocó. Tendió la oreja. Ya no
oía nada. Se quedó despierto la mitad de la noche escuchando: ni voces, ni
llantos, únicamente algún perro
que ladraba a lo lejos.
—O nadie llora —concluyó— o me he quedado sordo. Paciencia,
mejor es así.
Segundo Final:
El viejo señor siguió de aquella manera durante noches y
noches, durante años y años, levantándose siempre, hiciera el tiempo que
hiciera, y corriendo de un extremo a otro de la
Tierra para
ayudar a alguien. Apenas dormía algunas horas, después de comer, sin ni
siquiera desnudarse, en una poltrona más vieja que él.
Los vecinos empezaron a
desconfiar.
—¿Dónde va todas las
noches?
—Va a corretear. Es un
vagabundo, ¿todavía no os habéis
dado cuenta?
—A lo mejor es un ladrón...
—¿Un ladrón, eh? ¡Es verdad! ¡Eso explica el misterio!
—Habrá que vigilarlo.
Una noche hubo un robo en
aquel edificio. Los vecinos le echaron la culpa al viejo señor. Registraron su
casa y tiraron todo por los aires. El viejo señor protestaba con todas sus
fuerzas:
—¡Soy inocente! ¡Soy inocente!
—¿Ah, sí? Entonces,
díganos, ¿dónde estaba la noche pasada?
—Estaba... ah, ya...
estaba en Argentina, un campesino no conseguía encontrar su vaca y...
—¡Escuchad qué descarado! ¡En Argentina! ¡Cazando vacas!
En fin, el viejo señor
terminó en la cárcel. Y estaba
desesperado porque todas las noches oía una voz que lloraba y no podía salir de
su celda para ir en busca de quien lo necesitaba.
Tercer Final:
Por ahora no hay tercer
final.
Podría ser éste: que una noche, en toda la
Tierra no haya
ni siquiera un hombre que llore, ni tampoco un niño... y a la noche siguiente
lo mismo... y así todas las noches. Nadie llora, nadie es infeliz.
Quizá esto sea posible algún día. El viejo
señor es demasiado viejo para vivir hasta aquel día. Pero continúa
levantándose, porque lo que se hace debe hacerse siempre, sin perder la
esperanza nunca.
sinestesias por un céntimo
La edición de Elegía de la entrada anterior está publicada por Visor. Cuando yo la compré, en la portada venía con una reproducción muy pequeña de un cuadro: la Sinfonía en blanco nº 1: la chica de blanco. A mí de ese autor me gusta mucho este que sigue. Por la difamación de la serie que exhibió en la cual estaba este nocturno, el pintor ganó un juicio y una indemnización. Ingente: un céntimo. Cosas del arte y de las leyes.
El cuadro se titula, por cierto Nocturne: Blue and Gold - Old Battersea Bridge y es de James Whistler.
Dejo debajo sonando al señor de los nocturnos.
la belleza de la elegía
A los diez años, en uno de los bombardeos de la aviación fascista su madre, Julia Gay, se fue de cuajo. Quedaron él, dos varones menores y una hermana mayor. El padre era químico. Había perdido un hijo previamente. Un tipo al que la muerte le había sacudido ya una buena hostia. Luego se fue la mujer. A la asistenta, que se llamaba como su mujer, le cambió el nombre por el de Eulalia. Prohibió a los hijos decir mamá o Julia. El dolor.
José Agustín nació a un día del 14 de abril del 28. Se precipitó por la ventana de su domicilio el día del padre del 99, con 61 años. Si fue caída accidental o no, con todos los respetos para los dolientes, me parece una estupidez. Mucho duró.
Hoy volvió a caer en mis manos las Elegías para Julia Gay. Lo tengo fechado en 2003 en Murcia. Pero lo primero que este escribidor leyó de este señor fue esto que sigue en un metro de Barcelona allá por los principios de este siglo.
Como los trenes de la noche
Si alguna vez estás pensando:
no sé qué pasa tengo frío
desearía irme de aquí
es que el pájaro negro vuela
sobre tus horas y tu casa.
Podrás notar un aire alto
un alear de escalofrío
pero no debes asustarte
ni te ampares en otros brazos.
Atraviesa la soledad
como los trenes de la noche:
la luz que huye es más hermosa
cuando el ave la sobrevuela.
El viaje termina pronto
y después ya no ocurre nada.
Si amanecemos viejos comenzamos
el mundo una vez más. Con el jabón del alba
la máscara aparece.
Pero tú ya acabaste. Desde aquí mis deseos
te procuran un sitio entre las rosas.
No sé lo que será de mis deseos
Como los trenes de la noche
Si alguna vez estás pensando:
no sé qué pasa tengo frío
desearía irme de aquí
es que el pájaro negro vuela
sobre tus horas y tu casa.
Podrás notar un aire alto
un alear de escalofrío
pero no debes asustarte
ni te ampares en otros brazos.
Atraviesa la soledad
como los trenes de la noche:
la luz que huye es más hermosa
cuando el ave la sobrevuela.
El viaje termina pronto
y después ya no ocurre nada.
A mí me ocurre con él, y supongo que no sólo a mí, que su manera de expresarse me parece tan bella, tan delicada, tan certera, que a veces la tristeza que le acompaña se ve acentuada y otras diluida. Creo que en realidad lo que me produce es un trance, un trance espiritual.
Los dos que siguen son los que han aparecido ante mis ojos al abrir hoy el libro. Los dejo con la numeración que en él aparecen.
XI. Un sitio entre las rosas
Arrebatada por el odio
disuelta en el dolor absoluto de las cosas
me dejaste una herencia de suspiros.
Como tú sufro por los días
que han de venir por los males que acechan
por los niños que claman su turno
en nuestra sangre.
Desde este lado se puede aún pensar
en lo que nos aguarda
en lo que por las noches se fragua
al margen de los sueños.
Es hermoso soñar como en un puente
de la vida a la sombra: sonreír
ser objeto de luchas enconadas...
disuelta en el dolor absoluto de las cosas
me dejaste una herencia de suspiros.
Como tú sufro por los días
que han de venir por los males que acechan
por los niños que claman su turno
en nuestra sangre.
Desde este lado se puede aún pensar
en lo que nos aguarda
en lo que por las noches se fragua
al margen de los sueños.
Es hermoso soñar como en un puente
de la vida a la sombra: sonreír
ser objeto de luchas enconadas...
Si amanecemos viejos comenzamos
el mundo una vez más. Con el jabón del alba
la máscara aparece.
Pero tú ya acabaste. Desde aquí mis deseos
te procuran un sitio entre las rosas.
No sé lo que será de mis deseos
XII. A ella y a ti os pregunto
Llora conmigo, hermano.
Era mujer y bella. No tenía
nieve sobre los años.
Era mujer y bella. No tenía
nieve sobre los años.
De ella de mí de todo
te separaron. Pero el tiempo
te ha devuelto a su abrazo.
te separaron. Pero el tiempo
te ha devuelto a su abrazo.
A ella y a ti os pregunto
si es posible que todo lo que amé
sea sólo un engaño.
si es posible que todo lo que amé
sea sólo un engaño.
¿Sabéis que espero a veces
vuestra voz y que tengo
los oídos tapados?
¿Sabéis
que niego el pie de vuestros pasos?
vuestra voz y que tengo
los oídos tapados?
¿Sabéis
que niego el pie de vuestros pasos?
Pero no importa. Vivo
sobre las ruinas. Amo.
sobre las ruinas. Amo.
Decidme sí decidme,
-aunque no pueda oírlo
aunque nunca lo crea -
que nada ha terminado.
José Agustín Goytisolo
aunque nunca lo crea -
que nada ha terminado.
José Agustín Goytisolo
Suscribirse a:
Entradas (Atom)