Mediada la segunda temporada
hablaré de uno de los mayores logros, si no el mayor, de la serie: el dibujo de
la pareja protagonista. Ese dibujo es apriorístico en sus características y a
posteriori cuenta luego con la dificultad de la traslación al plano
interpretativo. Lo último, la interpretación, me parece excelente. La de Martin
en concreto es para la posteridad, así de sencillo. Hacer de tipo normal y
llevarte la cámara por delante nunca ha sido fácil en la historia del cine.
Pero el dibujo previo es lo que me tiene embobado. Esa idea tan simple como
genial de llevar el puente a todos sus extremos, valga la redundancia
metafórica. Dos países, dos lenguas, dos policías, dos géneros y, finalmente,
dos caracteres tan antagónicos como complementarios. Saga es inocente en
sus dislates sociales por disculpa de
ineptitud, de discapacidad, síndrome de Asperger de por medio o simple
inhabilidad, da igual. Saga es la pureza del que no puede ser más que puro por
mandato biológico. Pero Martin, ay Martin, es la redención de la humanidad. Homo
sum, humani nihil a me alienum puto: ese es Matin, el crisol donde cristalizan
todas las bondades y las miseria humanas, donde podemos ver, sin paliativos
pero con cariño, que nada de lo que él haga, sufra, piense, nos es ajeno. Ante
la risa de Martin uno queda desarmado, como ante su llanto, sus ojeras, su cansancio, su frustración, su ira,
su bondad, su deseo, su cobardía, su dolor, su flirteo, su amor, sus ojos
grandes abiertos de oso en la intemperie de la ciudad donde su mayor cómplice
es, oh misterio especular, Saga.
Aquí aparece el inventor de la cosa, Hans Rosenfeldt, hablando de ello.
Aquí aparece el inventor de la cosa, Hans Rosenfeldt, hablando de ello.
No hay comentarios:
Publicar un comentario