donde habitan los olvidos

El tema es, sencillamente, un absoluto disparate. Lo había olvidado y sonó ayer en casa ajena, en soledad. Estoque.
El error del 1:57 es una preciosidad.
El insolente sol lo tengo a buen recaudo tras la persiana dominical.
Junio ha entrado como un maremoto.







Cuando se despertó,
no recordaba nada
de la noche anterior;
demasiadas cervezas,
dijo al ver mi cabeza,
al lado de la suya, en la almohada...
Y la besé otra vez,
pero ya no era ayer,
sino mañana.
Y un insolente sol
como un ladrón entró
por la ventana.
El día que llegó
tenía ojeras malvas
y barro en el tacón,
desnudos, pero extraños,
nos vio, roto el engaño
de la noche, la cruda luz del alba.
Era la hora de huir.
Y se fue sin decir
llámame un día.
Desde el balcón, la vi
perderse, en el trajín
de la gran vía.
Y la vida siguió
como siguen las cosas que no
tienen mucho sentido.
Una vez me contó
un amigo común que la vio
donde habita el olvido.
La pupila archivó
un semáforo rojo,
una mochila, un peugeot
y aquellos ojos
miopes
y la sangre al galope
por mis venas
y una nube de arena
dentro del corazón
y esta racha de amor
sin apetito.
Los besos que perdí
por no saber decir
te necesito.
Y la vida siguió
como siguen las cosas que no
tienen mucho sentido.
Una vez me contó
un amigo común que la vio
donde habita el olvido.



Luis Cernuda tenía treinta y nada cuando publicó el libro (1934) del que Joaquín coge el título, el verso y la idea. El tito Joaquín es gran lector de poesía y gran pájaro, y sabe con qué muleta apoyar qué faena. Yo a don Luis, fíjate qué cosas, no lo he frecuentado. Craso descuido.


Donde habite el olvido, 
En los vastos jardines sin aurora; 
Donde yo sólo sea 
Memoria de una piedra sepultada entre ortigas 
Sobre la cual el viento escapa a sus insomnios. 

Donde mi nombre deje 
Al cuerpo que designa en brazos de los siglos, 
Donde el deseo no exista. 

En esa gran región donde el amor, ángel terrible, 
No esconda como acero 
En mi pecho su ala, 
Sonriendo lleno de gracia aérea mientras crece el tormento. 

Allí donde termine este afán que exige un dueño a imagen suya, 
Sometiendo a otra vida su vida, 
Sin más horizonte que otros ojos frente a frente. 

Donde penas y dichas no sean más que nombres, 
Cielo y tierra nativos en torno de un recuerdo; 
Donde al fin quede libre sin saberlo yo mismo, 
Disuelto en niebla, ausencia, 
Ausencia leve como carne de niño. 

Allá, allá lejos; 
Donde habite el olvido.

Luis Cernuda

El prólogo de Luis a su libro es bien claro en indicios, cogiendo como idea la parábola del alemán:

 Como los erizos, ya sabéis, los hombres un día sintieron su frío. Y quisieron compartirlo. Entonces inventaron el amor. El resultado fue, ya sabéis, como en los erizos.
   ¿Qué queda de las alegrías y penas del amor cuando éste desaparece? Nada, o peor que nada; queda el recuerdo de un olvido. Y menos mal cuando no lo punza la sombra de aquellas espinas; de aquellas espinas, ya sabéis.


La biografía de Luis, de mascletà, cómo  no. Y lo de Alighieri, sublime, sin paliativos.

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