3 a.m.

Le conté la angustia existencial que me produce la noche del sábado común conforme avanza a su domingo vecino, abisal y vacuo. Y me regaló esto que sigue. De esos regalos, digamos, de delicada digestión. No diré que no me avisó.
Mucho mejor cualquier otro día, incluidos los viernes.

La fiebre de un sábado azul 
y un domingo sin tristezas. 
Esquivas a tu corazón 
y destrozas tu cabeza, 
y en tu voz, sólo un pálido adiós 
y el reloj en tu puño marcó las tres. 
El sueño de un sol y de un mar 
y una vida peligrosa 
cambiando lo amargo por miel 
y la gris ciudad por rosas 
te hace bien, tanto como hace mal 
te hace odiar, tanto como querer y más. 
Cambiaste de tiempo y de amor 
y de música y de ideas 
Cambiaste de sexo y de Dios 
de color y de fronteras 
pero en sí, nada más cambiarás 
y un sensual abandono vendrá y el fin. 
Y llevas el caño a tu sien 
apretando bien las muelas 
y cierras los ojos y ves 
todo el mar en primavera 
bang, bang, bang 
hojas muertas que caen, 
siempre igual, 
los que no pueden más 
se van.


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