Los franceses se vieron superados por los acelerados alemanes sin entender su enorme vitalidad. Ellos, los galos, dice Ohler, “usaban como estimulante nacional tradicional el vino tinto, que creían que les había ayudado a ganar la I Guerra Mundial”, y, claro, no era lo mismo. “Cuando Alemania atacó, los franceses tenían 3.500 camiones con vino para las tropas. Les daba sueño. A los alemanes, la pervitina, lo contrario”. ¿Y los demás? “Los británicos tenían su propia anfetamina, las bencedrinas, más suaves, pero también con menos efectos secundarios”. Los soldados de los EE UU, explica, tomaron las bencedrinas de sus aliados, mientras que los rusos “tenían el vodka”. A la larga les fue mejor. La pervitina, tan buena para la guerra relámpago, daba mal rollo en la de desgaste. Así que la segunda parte de la contienda fue para los alemanes un ir pagando los efectos secundarios.
Norman Ohler, clarividente en su investigación. De cajón, pensamos ahora todos a posteriori. Me hago cofrade tuyo, iluminado Norman, cofrade.
Cómo te envidio, Jacinto. Tú si que sabes de sacar en procesión.
Cómo te envidio, Jacinto. Tú si que sabes de sacar en procesión.
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