El
Emperador –así dicen– te ha enviado a ti, el solitario, el más miserable de sus
súbditos, la sombra que ha huido a la más distante lejanía, microscópica ante
el sol imperial; justamente a ti, el Emperador te ha enviado un mensaje desde
su lecho de muerte. Hizo arrodillar al mensajero junto a su cama y le susurró el
mensaje al oído; tan importante le parecía, que se lo hizo repetir. Asintiendo
con la cabeza, corroboró la exactitud de la repetición. Y ante la muchedumbre
reunida para contemplar su muerte –todas las paredes que interceptaban la vista
habían sido derribadas, y sobre la amplia y alta curva de la gran escalinata
formaban un círculo los grandes del Imperio–, ante todos, ordenó al mensajero
que partiera. El mensajero partió en el acto; un hombre robusto e incansable;
extendiendo primero un brazo, luego el otro, se abre paso a través de la
multitud; cuando encuentra un obstáculo, se señala sobre el pecho el signo del
sol; adelanta mucho más fácilmente que ningún otro. Pero la multitud es muy
grande; sus alojamientos son infinitos. Si ante él se abriera el campo libre,
cómo volaría, qué pronto oirías el glorioso sonido de sus puños contra tu
puerta. Pero, en cambio, qué vanos son sus esfuerzos; todavía está abriéndose
paso a través de las cámaras del palacio central; no acabará de atravesarlas
nunca; y si terminara, no habría adelantado mucho; todavía tendría que
esforzarse para descender las escaleras; y si lo consiguiera, no habría
adelantado mucho; tendría que cruzar los patios; y después de los patios el
segundo palacio circundante; y nuevamente las escaleras y los patios; y
nuevamente un palacio; y así durante miles de años; y cuando finalmente
atravesara la última puerta –pero esto nunca, nunca podría suceder–, todavía le
faltaría cruzar la capital, el centro del mundo, donde su escoria se amontona
prodigiosamente. Nadie podría abrirse paso a través de ella, y menos aún con el
mensaje de un muerto. Pero tú te sientas junto a tu ventana, y te lo imaginas,
cuando cae la noche.
Franz Kafka
Trad. Alfredo Pippig. Kafka escribe la leyenda «Un mensaje imperial» en marzo-abril de 1917 y la publica aisladamente en Selbstwehr, Praga, 24 de septiembre de 1919 y, junto con otros relatos en Ein Landartz. München-Leipzig, K. Wolff, 1919. La leyenda también aparece incorporada en la narración «De la construcción de la muralla china», y adquiere mayor significado en este contexto. Esta última fue publicada postumamente por primera vez en Berlín. 1931.
Gran parte de la obra de Kafka hay que entenderla, pues, desde su análisis del laberinto burocrático, de ese poder anónimo que se levanta sobre nuestras vidas y agosta todo lo novedoso, todo intento de cambio y reforma. A partir de su experiencia cotidiana de la burocracia del imperio austrohúngaro, Kafka construye un mundo fantástico y real al mismo tiempo, en el que la pesadilla burocrática se impone por completo.
Extracto final de Jaulas, máquinas y laberintos (Imágenes de la burocracia en Kafka, Musil y Weber), un ensayo de José M. González García.
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