Vuelvo a don Francisco, a Leocadia, a Rosarillo, al saturnismo, a las paredes de su quinta. Se me pasan las horas con él, sus circunstancias y su obra. Esta vez me asomo con detenimiento al cartón de un tapiz, antes de que la salud empezara a torcérsele. Es extraño el cartón: esos colores contando lo que cuenta; quizás esa era la gracia, el contraste entre la escena y el amable contexto de fondo.
La visión que permite la página del museo de El Prado es una barbaridad.
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