Supongo que fue un sentimiento inconsciente, una necesidad de parar, de distancia. Y de la misma manera armoniosa que sucedió la separación, ocurrió el reencuentro. Regresé al jazz, al que más me gusta, y volví a sentir que es mi música, que veo en blanco y negro o en tecnicolor, que te pido que me mientas mientras fumo escuchándote, admirando tu gracia en el sentido más sublime posible, tu elegancia y tu elevación de espíritu. Amo esta música desde que la descubrí, de una manera tan visceral y profunda que sé que me acompañará, y yo a ella, de por vida.
Anita lo hace casi desde el principio de mi relación con el jazz. A ella llegué, como siempre en estos casos, por intuición. Que exclamara aquello de que por fin no necesitaría beber cuando probó la heroína no hace sino subrayar lo que en cualquier actuación grabada de la época salta a la vista: que para estar donde ella se encuentra hay que pagar un lenitivo, algo que te haga sobrellevar la mediocridad, cuando no la zafiedad, circundante. Anita vivió muchos años, murio logeva, acompañada de por vida por sus atenuantes, ora marihuana, ora alcohol, ora heroína, ora todos. Y regaló su elegancia sin estridencias a quien la quisiera y supiera apreciar. A años luz.
Just tea for two and two for tea,
Just me for you
And you for me alone.
To see us or hear us,
No friends or relations
On weekend vacations.
We won't have it known, dear,
That we own a telephone, dear;
And start to bake a sugar cake,
For me to take
For all the boys to see.
A boy for you, a girl for me.
Oh, can't you see
How happy we would be?
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