MAÑANA, ME DECÍAN
No podía ser niño en el
pupitre
inhóspito, llamaba a alguien,
me miraba las manos, iba
parpadeantemente emborronando
las letras y los números, hendía
el sustantivo mapa carcelario.
Mañana, me decían. Pero
la deserción del tiempo, aquel estrado
limítrofe del mundo, aquella
disciplinaria división del odio,
me trababan la infancia para nunca.
Cuerpo sin ojos, ¿dónde
estaré mañana, con qué nudos
de sábados en sombra amarrarán
mi sueño, entre qué cuatro
indómitas paredes
irá mi libertad entumeciéndose?
Los cautelosos plátanos, la inmóvil
vendedora de estampas, el guardián
de los jueves, la flora combativa
como emblema, ¿siguen siendo mañana?
Oh injusto ayer entre inocentes
veredictos, fervor
de lo temprano junto al miedo
tardío de vivir, chorro de sed
de las aceñas clandestinas, calle
del Láudano que abría
sus ululantes puertas de prostíbulos
contra el mundo primero.
¿Qué me querías tú, luna
lluviosa, airada piedra
de la tarde, descoyuntado círculo
del tiempo? ¿Qué me querías,
dime, mísera prefectura
de los libros desérticos, tapial
de coros y de láminas,
vespertinas maderas
de vigilancia y de oración?
No podía ser niño en los escaños
hostiles, entre el terco
desdén de las empalizadas, junto
al silbo imperioso, bajo el látigo
del estupor y de las letanías.
Mañana, me gritaban. Pero
¿dónde estaré mañana, qué será
de mi tiempo, de qué van a servirme
tantos días sin mí? ¿Es necesario
el mundo, soy necesario yo,
me hago falta a mí mismo?
Crédula infancia sola entre respuestas
sin preguntas, déjame ser
equivocadamente el responsable
de mi quieta impaciencia de vivir.
1. f. Molino harinero de agua situado en el cauce de un río.
4. f. espadaña (‖ planta).
Y de regalo, a propósito de aceñas, esta delicia de El Quijote, extraída de aquí.
—Sabrás, Sancho, que los españoles, y los que se
embarcan en Cádiz para ir a las Indias Orientales18, una de las señales que tienen para
entender que han pasado la línea equinocial que te he dicho es que a todos los
que van en el navío se les mueren los piojos19, sin que les quede ninguno, ni en todo
el bajel le hallaránVII, si le pesan a oro20; y, así, puedes, Sancho, pasear una mano
por un muslo, y si topares cosa viva, saldremos desta duda, y si no, pasado
habemos.
—Yo no creo nada deso —respondió Sancho—, pero, con
todo, haré lo que vuesa merced me manda, aunque no sé para qué hay necesidad de
hacer esas experiencias, pues yo veo con mis mismos ojos que no nos habemos
apartado de la ribera cinco varas, ni hemos decantado de donde están las alemañas
dos varas21, porque allí están Rocinante y el rucio
en el propio lugar do los dejamos; y tomada la mira, como yo la tomo ahora,
voto a tal que no nos movemos ni andamos al paso de una hormiga.
—Haz, Sancho, la averiguación que te he dicho, y no te
cures de otra, que tú no sabes qué cosa sean coluros, líneas, paralelos,
zodiacos, eclíticasVIII, polos, solsticios, equinocios,
planetas, signos, puntos, medidasIX, de que se compone la esfera celeste y
terrestre22; que si todas estas cosas supieras, o
parte dellas, vieras claramente qué de paralelos hemos cortado, qué de signos
visto y qué de imágines hemos dejado atrás23 y vamos dejando ahora. Y tórnote a
decir que te tientes y pesques, que yo para mí tengo que estás más limpio que
un pliegoX de papel liso y blanco.
Tentóse Sancho, y llegando con la mano bonitamente y
con tiento hacia la corva izquierda24, alzó la cabeza y miró a su amo, y dijo:
—O la experiencia es falsa o no hemos llegado adonde
vuesa merced dice, ni con muchas leguas.
—Pues ¿qué —preguntó don Quijote—, has topado algo?
—¡Y aun algos! —respondió Sancho.
Y, sacudiéndose los dedos, se lavó toda la mano en el
río, por el cual sosegadamente se deslizaba el barco por mitad de la corriente,
sin que le moviese alguna inteligencia secreta, ni algún encantador escondido,
sino el mismo curso del agua, blandoXI entonces y suave.
En esto, descubrieron unas grandes aceñas que en la
mitad del río estaban25, y apenas las hubo visto don Quijote,
cuando con voz alta dijo a Sancho:
—¿Vees? Allí, ¡oh amigo!, se descubre la ciudad,
castillo o fortaleza donde debe de estar algún caballero oprimido, o alguna
reina, infanta o princesa malparada, para cuyo socorro soy aquí traído.
—¿Qué diablos de ciudad, fortaleza o castillo dice
vuesa merced, señor? —dijo Sancho—. ¿No echa de ver que aquellas son aceñas que
están en el río, donde se muele el trigo?
—Calla, Sancho —dijo don Quijote—, que aunque parecen
aceñas no lo son, y ya te he dicho que todas las cosas trastruecan y mudan de
su ser natural los encantos. No quiero decir que las mudan de en unoXII en otro ser realmente, sino que lo
parece, como lo mostró la experiencia en la transformación de Dulcinea, único
refugio de mis esperanzas.
En esto, el barco, entrado en la mitad de la corriente
del río, comenzó a caminar no tan lentamente como hasta allí. Los molineros de
las aceñas, que vieron venir aquel barco por el río, y que se iba a embocar por
el raudal de las ruedas26, salieron con presteza muchos dellos con
varas largas a detenerle; y como salían enharinados y cubiertos los rostros y
los vestidos del polvo de la harina, representaban una mala vista. Daban voces
grandes, diciendo:
—¡Demonios de hombres!, ¿dónde vais? ¿Venís
desesperados, que queréis ahogaros y haceros pedazos en estas ruedas?
—¿No te dije yo, Sancho —dijo a esta sazón don
Quijote—, que habíamos llegado donde he de mostrar a dó llega el valor de mi
brazo? Mira qué de malandrines y follones me salen al encuentro, mira cuántos
vestiglos se me oponen, mira cuántas feas cataduras nos hacen cocos...27 Pues ¡ahora lo veréis, bellacos!
Y, puesto en pie en el barco, con grandes voces
comenzó a amenazar a los molineros, diciéndoles:
—Canalla malvada y peor aconsejada, dejad en su
libertad y libre albedrío a la persona que en esa vuestra fortaleza o prisión
tenéis oprimida, alta o baja, de cualquiera suerte o calidad que sea, que yo
soy don Quijote de la Mancha, llamado «el Caballero de los Leones» por otro
nombre, a quien está reservadaXIII por orden de los altos cielos el
dar fin felice a esta aventura.
Y diciendo esto echó mano a su espada y comenzó a
esgrimirla en el aire contra los molineros, los cuales, oyendo y no entendiendo
aquellas sandeces, se pusieron con sus varas a detener el barco, que ya iba
entrando en el raudal y canal de las ruedas.
Púsose SanchoXIV de rodillas, pidiendo devotamente
al cielo le librase de tan manifiestoXV peligro, como lo hizo por la
industria y presteza de los molineros, que oponiéndose con sus palos al barco
le detuvieron, pero no de manera que dejasen de trastornar el barco y dar con
don Quijote y con Sancho al través en el agua28; pero vínole bien a don Quijote29, que sabía nadar como un ganso, aunque
el peso de las armas le llevó al fondo dos vecesXVI, y si no fuera por los molineros, que
se arrojaronXVII al agua y los sacaron como en
peso a entrambos, allí habíaXVIII sido Troya para los dos30.
Puestos, pues, en tierra, más mojados que muertos de sed,
Sancho, puesto de rodillas, las manos juntas y los ojos clavados al cielo,
pidió a Dios con una larga y devota plegaria le librase de allí adelante de los
atrevidos deseos y acometimientos de su señor.
Llegaron en esto los pescadores dueños del barco, a
quien habían hecho pedazos las ruedas de las aceñas, y, viéndole roto,
acometieron a desnudar a Sancho y a pedir a don Quijote se lo pagase; el cual,
con gran sosiego, como si no hubiera pasado nada por él, dijo a los molineros y
pescadores que él pagaría el barco de bonísima gana, con condición que le
diesen libre y sin cautela a la persona o personas que en aquel su castilloXIX estaban oprimidas.
—¿Qué personas o qué castillo dicesXX —respondió uno de los molineros—,
hombre sin juicio? ¿Quiéreste llevar por ventura las que vienen a moler trigo a
estas aceñas?
—¡Basta! —dijo entre sí don Quijote—, aquí será
predicar en desierto querer reducir a esta canalla a que por ruegos haga virtud
alguna, y en esta aventura se deben de haber encontrado dos valientes
encantadores, y el uno estorba lo que el otro intenta: el uno me deparó el
barco y el otro dio conmigo al través. Dios lo remedie, que todo este mundo es
máquinas y trazas, contrarias unas de otras. Yo no puedo más31.
Y alzando la voz prosiguió diciendo, y mirando a las
aceñas:
—Amigos, cualesquiera que seáis, que en esa prisión
quedáis encerrados, perdonadme, que por mi desgracia y por la vuestra yo no os
puedo sacar de vuestra cuita. Para otroXXI caballero debe de estar guardada y
reservada esta aventura32.
En diciendo esto, se concertó con los pescadores y
pagó por el barco cincuenta reales, que los dio Sancho de muy mala gana,
diciendo:
—A dos barcadas como estasXXII, daremos con todo el caudal al fondo.
Los pescadores y molineros estaban admirados mirando aquellas dos figuras tan fuera del uso, al parecer, de los otros hombres, y no acababan de entender a dó se encaminaban las razones y preguntas que don Quijote les decía; y teniéndolos por locos les dejaron y se recogieron a sus aceñas, y los pescadores a sus ranchos. Volvieron a sus bestias, y a ser bestias33, don Quijote y Sancho, y este fin tuvo la aventura del encantado barco.
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