excedentario vs deficitario

Me gusta mucho leer sobre Gabriel. En general, poca gente escribe sobre él, y quien lo hace lo hace con cariño y, a menudo, conocimiento de causa. Pero, ay, el cariño; ay, la admiración. Mª Àngels hace cuatro aproximaciones, como cuatro caras de un poliédrico Ferrater. Y la cuarta la cierra con el poema póstumo que su amigo y alter ego Jaime le dedicó post mortem. Pues miren ustedes, un servidor discrepa de Jaime y de muchos otros - con los mismos defectos pero con menos cualidades, hubiera funcionado mucho mejor, apunta él-. Yo apunto que para semejantes cualidades hacen falta semejantes capacidades de manejo. No creo que haya que rebajar las cualidades, sino aumentar las herramientas para hacerse con ellas. Me pregunto por qué no suele hablarse del déficit de inteligencia emocional y sí del superávit de la otra, si es que existe separación. Puestos a equilibrar los platos de la balanza, el que suscribe opta por aumentar el peso del deficitario, no por menguar el del excedentario.

Gabriel Ferrater o el exceso de ser inteligente

Mª Ángeles Cabré

PRIMERA APROXIMACIÓN:
Nacido en Reus el 20 de mayo de 1922, Gabriel Ferrater es, sin duda, uno de los poetas catalanes contemporáneos que suscita más pasiones: por un lado, por su incuestionable valor literario y, por otro, por su vinculación a la llamada Escuela de Barcelona -como la bautizó Carme Riera- o «subgrupo catalán» del grupo poético de los años 50 -en palabras de García Hortelano-; es decir, por su condición de compañero de viaje de Jaime Gil de Biedma, Carlos Barral y José Agustín Goytisolo, entre otros. Autor de una consistente y poco extensa obra literaria, Ferrater publicó tres volúmenes de poesía: Da nunces pueris (1960), Menja't una cama (1962) y Teoria dels cossos (1966), que posteriormente recopiló bajo el título Les dones i els dies (Barcelona, Edicions 62, 1968), y comparte asimismo la autoría de una novela policíaca escrita a cuatro manos. El 27 de abril de 1972, se suicidó en su piso de Sant Cugat, al parecer por miedo a envejecer. No llegó pues a cumplir los 50 y su muerte precoz y violenta lo convirtió en un mito que aún perdura.

SEGUNDA APROXIMACIÓN:
Gabriel Ferrater, cuya familia era propietaria de una empresa de exportación de vinos, aprendió a leer a una edad temprana, aunque no fue a la escuela hasta los diez años. En 1938, tras dos años de contienda civil, su familia se trasladó a Barcelona y desde allí a Francia, pues su padre fue nombrado canciller del Consulado de España en Burdeos, aunque Gabriel tardó algunos meses más en llegar a la patria vecina. Allí prosiguió cultivando su avidez por la lectura: de Baudelaire a Carles Riba, de Guillén a Racine, de Montaigne a Valéry, de Joyce a Gide. En los tres años que permaneció en Francia, aprendió también a leer en inglés y en alemán. Regresó a Reus a finales de 1941. Allí acabó tardíamente el Bachillerato, no sin antes realizar un largo servicio militar. Después se aficionó a leer textos filosóficos, se inició en el universo de las matemáticas y se interesó por la pintura, disciplina que llegaría a practicar. En 1947 comenzó la carrera de Ciencias Exactas, aunque no llegó a acabarla, y comenzaron sus largas temporadas en Barcelona. En 1952, fallecido ya su padre, su madre se estableció en dicha ciudad con sus tres hijos. Ya entonces había empezado a colaborar como crítico de arte en la revista «Laye», que llegaría a tener una gran significación, y durante varios años se ganó la vida realizando traducciones para diversas editoriales. Hizo algunas salidas al extranjero y entabló una intensa amistad con poetas en lengua castellana como Jaime Gil de Biedma y Carlos Barral, frecuentando las tertulias de los martes que se organizaban en casa de este último y que a veces se alargaban hasta el amanecer. Asimismo, dentro del ámbito de la literatura catalana, mantuvo estrechos contactos con poetas como Carles Riba -por quien sintió siempre una gran admiración-, Joan Vinyoli y Rosa Leveroni. En 1958 comenzó a escribir poesía, en palabras suyas «porque tenía ciertas cosas que decir sobre los hombres, las mujeres, España, etc.», y al año siguiente publicó en la revista Cuadernos Hispanoamericanos sus primeros seis poemas. Durante la década de los sesenta vio la luz la totalidad de su obra. En 1964 se casó con una periodista americana, de la que se separó en 1967, y fue director literario de la Editorial Seix Barral, al tiempo que se convertía en un destacado lingüista. Se licenció en Filosofía y Letras y fue nombrado profesor de lingüística y crítica literaria de la recién constituida Universidad Autónoma de Barcelona. Trabajaba en la redacción de una gramática catalana cuando decidió quitarse la vida.

TERCERA APROXIMACIÓN:
Intelectual autodidacta, indómito y de una energía inusual, poeta tardío de quien José María Valverde dijo que era un poeta inglés que escribía en catalán, capaz de aprender polaco para leer a Gombrowicz y que posaba desafiante en las fotografías con sus perennes gafas oscuras, Gabriel Ferrater se inscribe en el panorama de las letras catalanas como un caso insólito. Su poesía es, en buena medida, fruto de su estrecho contacto con los escritores barceloneses en cuya compañía vivió los años 50 y que acabarían por consolidar su vocación poética, y en especial su complicidad con Jaime Gil de Biedma, que él llamaría «confabulación».
Sirvan como espejo de su personalidad las palabras de Jaime Gil a raíz de la decisión de Ferrater de abandonar la literatura con el gesto simbólico de vender su biblioteca:
«Treinta y cuatro años, inteligentísimo, poco dinero, pocas posibilidades establecidas de progreso. Conoce los entresijos de la vida práctica con una extrema lucidez, y al mismo tiempo es radicalmente inepto para la vida práctica. Una de esas personas -yo me tengo por otra- que con los mismos defectos pero con menos cualidades, hubiera funcionado mucho mejor.» (1956)

CUARTA APROXIMACIÓN:
Escribe Ferrater una poesía aparentemente sencilla pero con un trasfondo y en ocasiones una sintaxis difíciles, para cuyo fin escogió el verso blanco shakespeariano, que coquetea con la prosa, y en la que pueden hallarse correspondencias con la obra de sus coetáneos. Una poesía que es, en primer lugar, una expresión de la idiosincrasia del individuo y, en última instancia, una búsqueda permanente de la felicidad; o lo que viene a ser lo mismo, el intento de aprehenderla. «Casi todos mis poemas ocurren en la calle», escribió en 1971, y es ésa una constatación de su condición de poeta urbano, de flaneur y de voyeur, que practica en especial en su ciudad por excelencia, Barcelona. En su mayoría, los poemas elegidos a continuación son pues expresión de sus vivencias en la urbe y acontecen en dicho escenario. Destaca la visión abstracta ofrecida en el poema «La ciudad».
Para finalizar, que sea también Gil de Biedma quien cierre esta invitación a la lectura de Gabriel Ferrater con el poema que le dedicó in memoriam:

A TRAVÉS DEL ESPEJO

Como enanos y monos en la orla
de una tapicería en la que tú campabas
borracho, persiguiendo jovencitas...
O como fieles, asistentes
-mientras nos encantabas-
al santo sacrificio de la fama
de tu exceso de ser inteligente,
éramos todos para ti. Trabajos
de seducción perdidos fue tu vida.
Y tus buenos poemas, añagazas
de fin de juerga, para retenernos.

añagaza.
(Del ár. hisp. annaqqáza 'señuelo', y este del ár. clás.naqqāz 'pájaro saltarín').
1. f. Artificio para atraer con engaño.
2. f. Señuelo para coger aves. Comúnmente es un pájaro de la especie de los que se trata de cazar.

orla.
(Del lat. *orŭla, dim. de ora, borde).
1. f. Orilla de paños, telas, vestidos u otras cosas, con algún adorno que la distingue.
2. f. Adorno que se dibuja, pinta, graba o imprime en las orillas de una hoja de papel, vitela o pergamino, en torno de lo escrito o impreso, o rodeando un retrato, viñeta, cifra, etc.
3. f. Lámina de cartulina, papel, etc., en que se agrupan los retratos de los condiscípulos de una promoción escolar o profesional cuando terminan sus estudios u obtienen el título correspondiente.
4. f. Heráld. Pieza hecha en forma de filete y puesta dentro del escudo, aunque separada de sus extremos otra tanta distancia como ella tiene de ancho, que por lo ordinario es la duodécima parte de la mitad del escudo, que corresponde a la mitad de la bordura.

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