Pensé que la anterior sería la última entrada del año y mira, aún me da
tiempo a alguna más, en esta Nochevieja intelectual. Me sé de alguno que se las
lee tras las uvas, perra vida. Vamos a ello, pues.
pagano1.
(De pagar).
ufano, na.
(Quizá del gót. ufjô 'abundancia, exceso'; cf. prov. ufana'jactancia' y cat. ufana 'lozanía, frondosidad').
torvo, va.
(Del lat. torvus).
1. adj. Dicho especialmente de la mirada: Fiera,
espantosa, airada y terrible a la vista.
Hemingay
Envejecido, la barba y el pelo
entrecanos, posas delante de un espejo
con el torso desnudo y guantes de boxeo
en una fotografía de los años cincuenta.
(La respiración contenida
te permite ocultar la incipiente barriga.)
En otra, anterior a esos años,
apareces como un joven Nemrod
exhibiendo orgullosos tus trofeos de caza
en Tanganika: leones apagados a balazos,
cebras vistosas, resignadas
a su destino de tapiz o alfombra,
gacelas virginales fusiladas
y bellas cornamentas de venados
que a veces te servían de perchero.
Un harén de mujeres africanas
acompañaba tus legendarios safaris.
Al furor carnicero sucedía el erótico,
no menos apremiante.
Para recuperar tus fuerzas, añadías
a tus habituales hamburguesas
cuerno triturado de rinoceronte y cantáridas
fritas, siempre propicias al culto fálico.
Merenguito, barman de la taberna
el gallo Rojo de La Habana
bautizó con tu nombre un cóctel explosivo,
y por tu fama de padrillo
los Mariachis Unidos de Jalisco
te honoriscausaron Gringo Rijoso
por mayoría de votos y bigotes.
Sin duda fueron z memorables
arponearle la cola a Moby Dick,
sentar en tus rodillas a la ondulante Mata Hari,
escribir una obra maestra como "El viejo y el
mar"
y desafiar, en la fiesta de San Fermín,
el torrente ensordecedor de los toros
bajando por las estrechas calles de Pamplona.
Pero no me parece un episodio
digno de figurar entre tus hazañas
el puñetazo que le propinaste
-según tus biógrafos- a un marica andaluz
(de esos que cantan en las azoteas)
sin que él te hubiera provocado,
sólo por atreverse a serlo ostensiblemente,
arrebato de indignación más previsible
en un facho de la Liga de la Decencia
que en un íntimo amigo de Gertrude Stein.
¿Cómo explicar esa absurda violencia?
Quizás al golpearlo arremetías
contra tu doble en un ring imaginario,
un Hemingay ambiguo y narcisista
de bíceps poderosos, como los de un atleta
en un film porno hard homosexual
a quien un negro sodomiza.
Juan José Hernández
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