Alegó que no se quedaba porque madrugaba. Pregunté: a qué hora te levantas. Alguien respondió: a la que tú te acuestas; no recuerdo bien si ella misma. Nos explicó que esa hora antes de que el día rompa, en yoga, se llama ambrosía. Hablamos del significado de la palabra. Sonaba Ketama. Cuando llegó el disco a Problema lo escuché indisimuladamente; hacía tiempo que no la oía y recordé lo que tuve asociado en su día a ese tema. Por suerte hoy sólo es un tema bello con una imagen sepia en el recuerdo.
A algunos nos
gustan elementos antagónicos o, cuando menos, difícilmente conjugables. Es mi
caso con el día y la noche. Hoy, como tantas veces, volví a disfrutar de esas
horas en las que la oscuridad cede ante la violencia de la luz. Lo hice
haciendo sonar una ambrosía, la que anoche sonaba, la que me acompaña desde
aquellos veintisiete.
Jugábamos con
los versos. Hablábamos de Miguel Hernández. Leíamos poemas por trozos. Yo acaba
de llegar cuando todo esto ocurría y justo venía empapado de Miguel: había
estado leyendo sus versos unos minutos antes; llorando, literalmente, su
biografía. Otro día iré con ella y el puto Campo de Los Almendros y compañía. Hoy
no, que no quiero entrar en ira. Hoy me voy a quedar con la yunta, un poema que
siempre me cautivó por su perfección y por su certera crudeza.
El niño yuntero
más humillado que bello,
con el cuello perseguido
por el yugo para el cuello.
Nace, como la herramienta,
a los golpes destinado,
de una tierra descontenta
y un insatisfecho arado.
Entre estiércol puro y vivo
de vacas, trae a la vida
un alma color de olivo
vieja ya y encallecida.
Empieza a vivir, y empieza
a morir de punta a punta
levantando la corteza
de su madre con la yunta.
Empieza a sentir, y siente
la vida como una guerra
y a dar fatigosamente
en los huesos de la tierra.
Contar sus años no sabe,
y ya sabe que el sudor
es una corona grave
de sal para el labrador.
Trabaja, y mientras trabaja
masculinamente serio,
se unge de lluvia y se alhaja
de carne de cementerio.
A fuerza de golpes, fuerte,
y a fuerza de sol, bruñido,
con una ambición de muerte
despedaza un pan reñido.
Cada nuevo día es
más raíz, menos criatura,
que escucha bajo sus pies
la voz de la sepultura.
Y como raíz se hunde
en la tierra lentamente
para que la tierra inunde
de paz y panes su frente.
Me duele este niño hambriento
como una grandiosa espina,
y su vivir ceniciento
revuelve mi alma de encina.
Lo veo arar los rastrojos,
y devorar un mendrugo,
y declarar con los ojos
que por qué es carne de yugo.
Me da su arado en el pecho,
y su vida en la garganta,
y sufro viendo el barbecho
tan grande bajo su planta.
¿Quién salvará a este chiquillo
menor que un grano de avena?
¿De dónde saldrá el martillo
verdugo de esta cadena?
Que salga del corazón
de los hombres jornaleros,
que antes de ser hombres son
y han sido niños yunteros.
Miguel Hernández murió, lo mataron, en la ciudad desde la cual escribo, bonito legado, cuando tenía 31 años, un 28 de marzo -es decir, hace unos días- de unos pocos años acabada la bendita guerra civil.
ambrosía.
(Del gr. ἀμβροσία, der. de ἄμβροτος 'inmortal', 'divino').
4. f. Planta anual de la familia de las
Compuestas, de dos a tres decímetros de altura, ramosa, de hojas recortadas,
muy blancas y vellosas, así como los tallos; flores amarillas en ramillete y
frutos oblongos con una sola semilla. Es de olor suave y gusto agradable,
aunque amargo.
yunta.
(De yunto).
1. f. Par de bueyes, mulas u otros
animales que sirven en la labor del campo o en los acarreos.
2. f. yugada (‖ espacio de tierra arada en un día).
3. f. coloq. Arg., Cuba y Ur. Pareja de personas, de aves o de
otras cosas.
4. f. P. Rico y Ven. gemelo (‖ del puño de la camisa).
alhajar.
1. tr. Adornar con alhajas.
2. tr. amueblar.
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