Le envié la foto, sin texto alguno. Me repondió:
- No confundas las estrellas con luces de neón.
Le respondí:
- De momento, nada de adiós muchachos.
Esta madrugada me desperté, era de esperar, con Joaquín en la cabeza sonando.
Por cierto, adiós muchachos no me lleva al tango, sino a la inolvidable película de Louis Malle. Yo tendría escasos veinte años en aquella sala pequeña, mítica, inolvidable, extinta.
El título de la entrada alude a la placa de la calle, que no se ve bien. Todo muy bien hilvanado.
Lo primero que quise fue marcharme bien lejos;
en el álbum de cromos de la resignación
pegábamos los niños que odiaban los espejos
guantes de Rita Hayworth, calles de Nueva York.
Apenas vi que un ojo me guiñaba la vida
le pedí que a su antojo dispusiera de mí,
ella me dió las llaves de la ciudad prohibida
yo, todo lo que tengo, que es nada, se lo di.
Así crecí volando y volé tan deprisa
que hasta mi propia sombra de vista me perdió,
para borrar mis huellas destrocé mi camisa,
confundí con estrellas las luces de neón.
Hice trampas al póker, defraudé a mis amigos,
sobre el banco de un parque dormí como un lirón;
por decir lo que pienso sin pensar lo que digo
más de un beso me dieron (y más de un bofetón).
Lo que sé del olvido lo aprendí de la luna,
lo que sé del pecado lo tuve que buscar
como un ladrón debajo de la falda de alguna
de cuyo nombre ahora no me quiero acordar.
Así que, de momento, nada de adiós muchachos,
me duermo en los entierros de mi generación;
cada noche me invento, todavía me emborracho;
tan joven y tan viejo, like a rolling stone.
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