las cosas que nadie nunca te ha dicho antes

Del dolor también puede emanar la belleza, del dolor de la muerte de los seres queridos y su incomprensión. Así le pasó a Clive Staples, que escribió con el seudónimo de N. W. Clerk unas cuantas reflexiones acerca del dolor que le produjo la muerte de su pareja, también oculta en los textos con una sucinta H.
H y N. W. se pudieron disfrutar poco tiempo, acaso menos de cinco años, y el que quedó aquí lo hizo roto, desconcertado y haciéndose unas cuantas preguntas de difícil respuesta. El cáncer óseo se llevó a ella, al estilo de Rimbaud, malamente diagnosticados ambos y demasiado pronto. Y para el que queda, tres años son un exceso, de modo que se despide igualmente.
H respondía al nombre de nacimiento, Helen, de Helen Joy Davidman, que no usaba nunca. Por eso valía como seudónimo. Pero Joy, el que sí usaba, significa algo así como placer, júbilo, disfrute. El que había cesado en 1960.

Me disculpen que no adjunte traducción. Hay una de Martín Gaite, de quien sí me fío, en Anagrama. De las demás, desconfianza. En cualquier caso, no es de difícil comprensión y la belleza de la que hablaba inicialmente resplandece en las palabras originales.
Por cierto, llegué el texto a raíz de una cita memorable -por cómica- en Six feet under.

No one ever told me that grief felt so like fear. I am not afraid, but the sensation is like being afraid. The same fluttering in the stomach, the same restlessness, the yawning. I keep on swallowing.
At other times it feels like being mildly drunk, or concussed. There is a sort of invisible blanket between the world and me. I find it hard to take in what anyone says. Or perhaps, hard to want to take it in. It is so uninteresting. Yet I want the others to be about me. I dread the moments when the house is empty. If only they would talk to one another and not to me . . .
An odd by-product of my loss is that I’m afraid of being an embarrassment to everyone I meet. At work, at the club, in the street, I see people, as they approach me, trying to make up their minds whether they’ll ‘say something about it’ or not. I hate it if they do, and if they don’t . . .
And grief still feels like fear. Perhaps more strictly, like suspense. Or like waiting; just hanging about waiting for something to happen. It gives life a permanently provisional feeling. It doesn’t seem worth starting anything. I can’t settle down. I yawn, I fidget, I smoke too much. Up till this I always had too little time. Now there is nothing but time. Almost pure time, empty successiveness . . .

C. S. Lewis, from A Grief Observed


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