Carlos lo expresa muy bien, lo
de la improbabilidad. A mí me gustó el clima de asfixia existencial del
protagonista, efectivamente con un problema de credibilidad, como apunta el
citado. Me gustó la colección de miserias humanas, la familia como baluarte, la
charla del padre con el hijo en el coche. Pero sobre todo me hipnotizaron los
secundarios, de nuevo. Ese Arthur, maravillosa regadera incendiaria; y ese
Marty, al que no sé cómo describir, quizás sólo como el posibilismo ilustrado.
La trama, nada nuevo bajo el sol. La forma de contarla, interesante, con un
ligero despiste inicial. La volveré a ver. Hay momentos de verdadero gozo
secundario.