(...) Hoy, la
imaginación no es solo una cuestión estética: se ha convertido en una cuestión
vital. Los pilares imaginativos de la tierra se desmoronan. Pese a los sueños
del 68, la imaginación nunca llegó al poder, y la contracultura quedó absorbida
y banalizada por los gigantes del comercio internacional. Hoy la imaginación
juega un papel ambiguo en la vanguardia del conocimiento. Einstein poseía una
genuina imaginación y, en su época, los físicos la reverenciaron. De esa
devoción surgió la física cuántica y sus “experimentos con fantasmas”. Pero la
biología, más materialista que la física, ha seguido siendo escasamente
imaginativa: y lo mismo puede decirse de las neurociencias. Ambas comparten el
viejo prejuicio platónico según el cual la imaginación pertenece al mundo de
las opiniones, un mundo inferior al de las ideas.
Joseph
Campbell propuso un remedio contra esa decadencia. La imaginación tiene sus
caminos trillados. Hay imágenes que se proyectan en nosotros, ya sea consciente
o inconscientemente, que actúan como liberadoras de energía psíquica y como
rectoras de nuestras vidas. Otras nos encadenan. Todas ellas provienen de un
único fondo de motivos, sacralizados e interpretados de formas muy diversas a
lo largo de la historia. Campbell narró esa crónica y encontró en todas las
culturas los mismos motivos: el diluvio universal, el nacimiento virginal, el
robo del fuego, el camino de los muertos, la resurrección del héroe. Seguía el
consejo de Hume: la crónica de nuestra especie parece el destino autoimpuesto
por el mundo imaginal. La imaginación manda sobre todas nuestras ideas, permite
crear representaciones, pero también combinarlas y abstraerlas para formar
conceptos. Ella, más que los átomos, hace posible materializar la energía
psíquica de nuestras vivencias y configurar el mundo en que vivimos.
Juan Arnau.