EL AMANTE INGENUO Y SENTIMENTAL
En una playa, en una plaza abajo herida por/ la lluviadel Barrio del Pilar, en sus adentros se estremecen los esqueletos de los árboles. Oscuros niños a quienes
viste la lluvia-su lejana madre- juegan a gato y bicicleta
y más allá se abren calles, perspectivas desoladas:
edificios que son ataúdes de insomnio,
bares y más bares abiertos hasta la ahora improbable madrugada.
Me acogerán, es cierto, con sus voces de sol-y-sombra; pero yo
desearía ser dos juntos a la barra. Y para conseguirlo
te ofrezco, si lo quieres, incendios de diamante:
asesinar los grandes almacenes,
apuñalar “SIMAGO” o pintar en el cielo
con letras fluorescentes el perfil de tu sexo,
la cifra de tu cuerpo.
¿No quieres, di, no quieres
asesinar conmigo cualquier noche?
Podrías embarcarte en explosiones tibias
de violeta grandioso, de rojo y rojo
en fuegos que impregnasen la lluvia con color
limpio y claro a cordita; o rebuscar
con gusto inmenso-juntas las puntas de nuestros cuchillos-
en túnel de carne que abriremos
a cualquier vientre que se lo merezca.
Te ofrezco ahora mismo un castillo de muerte
(sin freno, justas, sabias)
y hundirnos en la sangre y en el dolor de otros;
ser ángeles o lobos (que los dos son lo mismo).
Te ofrezco sin esfuerzo un genocidio tierno:
hundir el barrio entero, desecarlo
con fósforo encendido y dibujar
en el humo tu rostro con un lápiz de nafta
por avenidas muertas ya; abrir las compuertas
del espanto, y dejar salir las cobras,
azuzar nuevas bestias por las calles heladas,
y desdoblar Madrid para vestirse
de sangre, entrañas y despojos calientes.
Pero si no te basta
si la muerte de otros no colma tu ansiedad,
y tu sueño presenta aristas al doblarse,
podemos emprender un nuevo viaje.
Hay
otra orilla, dicen, y en el último barco
podemos llegar juntos.
Y buscar y encontrar esos misteriosos
dulces de podredumbre que conoce el gusano;
fundirnos poco a poco con un magma de líquido tejido,
y perder esa cosa que somos
y que llamamos cuerpo.
Unirnos convertidos en muerte, ser la tierra,
sus humores, sus fiemos.
Y acabar en polvo
Eduardo Haro Ibars