aunque parecen aceñas, no lo son

MAÑANA, ME DECÍAN

No podía ser niño en el pupitre
inhóspito, llamaba a alguien,
me miraba las manos, iba
parpadeantemente emborronando
las letras y los números, hendía
el sustantivo mapa carcelario.

Mañana, me decían. Pero
la deserción del tiempo, aquel estrado
limítrofe del mundo, aquella
disciplinaria división del odio,
me trababan la infancia para nunca.

Cuerpo sin ojos, ¿dónde
estaré mañana, con qué nudos
de sábados en sombra amarrarán
mi sueño, entre qué cuatro
indómitas paredes
irá mi libertad entumeciéndose?
Los cautelosos plátanos, la inmóvil
vendedora de estampas, el guardián
de los jueves, la flora combativa
como emblema, ¿siguen siendo mañana?

Oh injusto ayer entre inocentes
veredictos, fervor
de lo temprano junto al miedo
tardío de vivir, chorro de sed
de las aceñas clandestinas, calle
del Láudano que abría
sus ululantes puertas de prostíbulos
contra el mundo primero.

¿Qué me querías tú, luna
lluviosa, airada piedra
de la tarde, descoyuntado círculo
del tiempo? ¿Qué me querías,
dime, mísera prefectura
de los libros desérticos, tapial
de coros y de láminas,
vespertinas maderas
de vigilancia y de oración?

No podía ser niño en los escaños
hostiles, entre el terco
desdén de las empalizadas, junto
al silbo imperioso, bajo el látigo
del estupor y de las letanías.

Mañana, me gritaban. Pero
¿dónde estaré mañana, qué será
de mi tiempo, de qué van a servirme
tantos días sin mí? ¿Es necesario
el mundo, soy necesario yo,
me hago falta a mí mismo?

Crédula infancia sola entre respuestas
sin preguntas, déjame ser
equivocadamente el responsable
de mi quieta impaciencia de vivir.
 

José Manuel Caballero Bonald
aceña 
Del ár. hisp. assánya, y este del ár. clás. sāniyah 'elevadora'.
1. f. Molino harinero de agua situado en el cauce de un río.
2. f. p. us. azud ( máquina para regar los campos).
3. f. Acequia o canal.
4. f. espadaña ( planta).

Y de regalo, a propósito de aceñas, esta delicia de El Quijote, extraída de aquí.


Rióse don Quijote de la interpretación que Sancho había dado al nombre y al cómputo y cuenta del cosmógrafo Ptolomeo, y díjole:

—Sabrás, Sancho, que los españoles, y los que se embarcan en Cádiz para ir a las Indias Orientales18, una de las señales que tienen para entender que han pasado la línea equinocial que te he dicho es que a todos los que van en el navío se les mueren los piojos19, sin que les quede ninguno, ni en todo el bajel le hallaránVII, si le pesan a oro20; y, así, puedes, Sancho, pasear una mano por un muslo, y si topares cosa viva, saldremos desta duda, y si no, pasado habemos.

—Yo no creo nada deso —respondió Sancho—, pero, con todo, haré lo que vuesa merced me manda, aunque no sé para qué hay necesidad de hacer esas experiencias, pues yo veo con mis mismos ojos que no nos habemos apartado de la ribera cinco varas, ni hemos decantado de donde están las alemañas dos varas21, porque allí están Rocinante y el rucio en el propio lugar do los dejamos; y tomada la mira, como yo la tomo ahora, voto a tal que no nos movemos ni andamos al paso de una hormiga.

—Haz, Sancho, la averiguación que te he dicho, y no te cures de otra, que tú no sabes qué cosa sean coluros, líneas, paralelos, zodiacos, eclíticasVIII, polos, solsticios, equinocios, planetas, signos, puntos, medidasIX, de que se compone la esfera celeste y terrestre22; que si todas estas cosas supieras, o parte dellas, vieras claramente qué de paralelos hemos cortado, qué de signos visto y qué de imágines hemos dejado atrás23 y vamos dejando ahora. Y tórnote a decir que te tientes y pesques, que yo para mí tengo que estás más limpio que un pliegoX de papel liso y blanco.

Tentóse Sancho, y llegando con la mano bonitamente y con tiento hacia la corva izquierda24, alzó la cabeza y miró a su amo, y dijo:

—O la experiencia es falsa o no hemos llegado adonde vuesa merced dice, ni con muchas leguas.

—Pues ¿qué —preguntó don Quijote—, has topado algo?

—¡Y aun algos! —respondió Sancho.

Y, sacudiéndose los dedos, se lavó toda la mano en el río, por el cual sosegadamente se deslizaba el barco por mitad de la corriente, sin que le moviese alguna inteligencia secreta, ni algún encantador escondido, sino el mismo curso del agua, blandoXI entonces y suave.

En esto, descubrieron unas grandes aceñas que en la mitad del río estaban25, y apenas las hubo visto don Quijote, cuando con voz alta dijo a Sancho:

—¿Vees? Allí, ¡oh amigo!, se descubre la ciudad, castillo o fortaleza donde debe de estar algún caballero oprimido, o alguna reina, infanta o princesa malparada, para cuyo socorro soy aquí traído.

—¿Qué diablos de ciudad, fortaleza o castillo dice vuesa merced, señor? —dijo Sancho—. ¿No echa de ver que aquellas son aceñas que están en el río, donde se muele el trigo?

—Calla, Sancho —dijo don Quijote—, que aunque parecen aceñas no lo son, y ya te he dicho que todas las cosas trastruecan y mudan de su ser natural los encantos. No quiero decir que las mudan de en unoXII en otro ser realmente, sino que lo parece, como lo mostró la experiencia en la transformación de Dulcinea, único refugio de mis esperanzas.

En esto, el barco, entrado en la mitad de la corriente del río, comenzó a caminar no tan lentamente como hasta allí. Los molineros de las aceñas, que vieron venir aquel barco por el río, y que se iba a embocar por el raudal de las ruedas26, salieron con presteza muchos dellos con varas largas a detenerle; y como salían enharinados y cubiertos los rostros y los vestidos del polvo de la harina, representaban una mala vista. Daban voces grandes, diciendo:

—¡Demonios de hombres!, ¿dónde vais? ¿Venís desesperados, que queréis ahogaros y haceros pedazos en estas ruedas?

—¿No te dije yo, Sancho —dijo a esta sazón don Quijote—, que habíamos llegado donde he de mostrar a dó llega el valor de mi brazo? Mira qué de malandrines y follones me salen al encuentro, mira cuántos vestiglos se me oponen, mira cuántas feas cataduras nos hacen cocos...27 Pues ¡ahora lo veréis, bellacos!

Y, puesto en pie en el barco, con grandes voces comenzó a amenazar a los molineros, diciéndoles:

—Canalla malvada y peor aconsejada, dejad en su libertad y libre albedrío a la persona que en esa vuestra fortaleza o prisión tenéis oprimida, alta o baja, de cualquiera suerte o calidad que sea, que yo soy don Quijote de la Mancha, llamado «el Caballero de los Leones» por otro nombre, a quien está reservadaXIII por orden de los altos cielos el dar fin felice a esta aventura.

Y diciendo esto echó mano a su espada y comenzó a esgrimirla en el aire contra los molineros, los cuales, oyendo y no entendiendo aquellas sandeces, se pusieron con sus varas a detener el barco, que ya iba entrando en el raudal y canal de las ruedas.

Púsose SanchoXIV de rodillas, pidiendo devotamente al cielo le librase de tan manifiestoXV peligro, como lo hizo por la industria y presteza de los molineros, que oponiéndose con sus palos al barco le detuvieron, pero no de manera que dejasen de trastornar el barco y dar con don Quijote y con Sancho al través en el agua28; pero vínole bien a don Quijote29, que sabía nadar como un ganso, aunque el peso de las armas le llevó al fondo dos vecesXVI, y si no fuera por los molineros, que se arrojaronXVII al agua y los sacaron como en peso a entrambos, allí habíaXVIII sido Troya para los dos30.

Puestos, pues, en tierra, más mojados que muertos de sed, Sancho, puesto de rodillas, las manos juntas y los ojos clavados al cielo, pidió a Dios con una larga y devota plegaria le librase de allí adelante de los atrevidos deseos y acometimientos de su señor.

Llegaron en esto los pescadores dueños del barco, a quien habían hecho pedazos las ruedas de las aceñas, y, viéndole roto, acometieron a desnudar a Sancho y a pedir a don Quijote se lo pagase; el cual, con gran sosiego, como si no hubiera pasado nada por él, dijo a los molineros y pescadores que él pagaría el barco de bonísima gana, con condición que le diesen libre y sin cautela a la persona o personas que en aquel su castilloXIX estaban oprimidas.

—¿Qué personas o qué castillo dicesXX —respondió uno de los molineros—, hombre sin juicio? ¿Quiéreste llevar por ventura las que vienen a moler trigo a estas aceñas?

—¡Basta! —dijo entre sí don Quijote—, aquí será predicar en desierto querer reducir a esta canalla a que por ruegos haga virtud alguna, y en esta aventura se deben de haber encontrado dos valientes encantadores, y el uno estorba lo que el otro intenta: el uno me deparó el barco y el otro dio conmigo al través. Dios lo remedie, que todo este mundo es máquinas y trazas, contrarias unas de otras. Yo no puedo más31.

Y alzando la voz prosiguió diciendo, y mirando a las aceñas:

—Amigos, cualesquiera que seáis, que en esa prisión quedáis encerrados, perdonadme, que por mi desgracia y por la vuestra yo no os puedo sacar de vuestra cuita. Para otroXXI caballero debe de estar guardada y reservada esta aventura32.

En diciendo esto, se concertó con los pescadores y pagó por el barco cincuenta reales, que los dio Sancho de muy mala gana, diciendo:

—A dos barcadas como estasXXII, daremos con todo el caudal al fondo.

Los pescadores y molineros estaban admirados mirando aquellas dos figuras tan fuera del uso, al parecer, de los otros hombres, y no acababan de entender a dó se encaminaban las razones y preguntas que don Quijote les decía; y teniéndolos por locos les dejaron y se recogieron a sus aceñas, y los pescadores a sus ranchos. Volvieron a sus bestias, y a ser bestias33, don Quijote y Sancho, y este fin tuvo la aventura del encantado barco.