todos los hombres

Seca, cortante, precisa, mate. Si hubiera sido la época hubiesen sacado una  miniserie; gracias a dios no lo era y quedó en peli larga. Magistral. Soberbia en su completitud. 

there will come a day



Aquí está el enlace para ver el extracto de la película con el ubicuo Bowie donde la doña se calza el tema junto a un repertorista.
Respecto al tema, que como no podía ser de otra forma no es un tema cualquiera, basta con seguir las miguitas por aquí.

Just a gigolo
Everywhere I go
People know the part I'm playing
Paid for every dance
Selling each romance
Every night some heart betraying

There will come a day
Youth will pass away
Then, what will they say about me?
When the end comes, I know
They'll say: "Just a gigolo!"
And life goes on without me

Just a gigolo
Everywhere I go
People know the part I'm playing
Selling every dance,
Selling each romance
Every night some heart betraying

There will come a day
Youth will go away
And what will they say about me?
When the end comes, I know
They'll say: "Just a gigolo!"
And life goes on without me

glamour con o

Hablaba con B. de esta serie y sólo había visto un capítulo, quizás dos. Se la refería y le exponía ya que tenía un pero para mí irresoluble, una tara que no creía que con el avance se enmendara. A veces sucede así, que algo está torcido desde el principio y uno lo detecta rápidamente. El enunciado de esa detección desde fuera puede sonar soberbio, por precoz, también ocurre. El exceso de ego es uno de esos excesos de lectura ambigua. El caso es que me queda un capítulo por ver para terminar la primera temporada y he decidido escribir acerca de ella sin acabarla: por lo de la soberbia, el ego y otros yoes.
Peaky Blinders llegué tras ver Taboo, pues comparten creador y escritor, el prolífico Steven Knight. Y con la citada comparte tuétano, devoción por la sustancia, a pesar de que esta tenga textura extraña y se halle en lugar recóndito. También comparte suciedad, clase obrera, sentinas, miserias y ambición, si bien una se desarrolla a principios del XVIII en Londres y la otra tras la primera guerra mundial en Birmingham. Pero lo que en aquel Londres era más o menos creíble, caracterización de Franca Potente de por medio, en este Birmingham es, sencillamente, un excedente de glamour, así, con o, porque aunque el término se haya castellanizado y sea aceptado por la RAE, el glamour es con o. ¿O acaso tiene glamour el glamur?
Sobra glamour en todo, absolutamente todo lo que destila esta producción: ni los Peaky era así, ni los pubs, ni las putas, ni los polis, ni los gitanos, ni las sombrereras, ni los italianos, ni las apuestas, ni Churchill -bueno, Winston sí: qué personaje; en las fotos que veo suyas de niño ya era un ser circunspecto y  pensante-. Falta miseria y sobra estilo, clase, elegancia. Por lo demás la serie posee un guion que funciona como un mero y simple vehículo para contar las andanzas de estos Peaky y lo que en torno a ellos se movía en la época, IRA incluido; una banda sonora superlativa, acertadísima; unos actores transidos por lo que antes contaba, el exceso de clase, pero con las bases del mundo británico, eso sí. Y un actor principal por los que los marcianos matarían junto con este otro. Hablando de actores, por cierto, a la doña no la soporto; ya me pasó en Penny Dreadful,  pero como allí hacía de mala malosa, quedaba hasta de parodia. Aquí no hay parodia que valga, y sus pómulos, sus cejas y su histrionismo me resultan cargantes; me gusta, eso sí y sólo, cuando se enfrenta a un hombre. Y a Arthur no lo conocía, pero ha resultado ser mi preferido; no por casualidad su biografía.
Por último, una guinda insuperable. Sin desvelar nada previamente, aquí y aquí. Cien por cien británico.

puta vieja

LA PUTA VIEJA

Nadie, nunca, me ha dicho te quiero.
Nunca mis oídos escucharon tales palabras
y nunca, a nadie, yo se las he dicho.
Soy puta. Soy vieja. Soy una puta vieja
que ha perdido hace tiempo la cuenta
de las sombras con las que me he acostado,
las camas en que me dejado la espalda
y las sábanas que se han confundido
con mi piel comprada de serpiente,
piel que ha cambiado cada noche
a lo largo y ancho de mi puta vida.
Nadie, nunca, me ha dicho te quiero.
Ni ese niño que tuve una noche de luna
y que me miraba a las mañanas
con sus preguntas llenas de legañas.
Nunca aquel niño me dijo te quiero.
Ni en las dulces tardes de cumpleaños
ni en los regalos del domingo, lejos de Montera,
lejos de las esquinas, de las aceras bañadas
de palabras susurradas y de precios negociados.
Me miraba, eso sí, a todas horas.
Me miraba mientras me dormía,
mientras el maquillaje de mi cara
se convertía en una careta de payaso
en la almohada de todos los días.
Esa almohada a la que me abrazo aún,
en la que siento, aún, el calor de un amor
que nunca tuve, que ya nunca tendré.
Soy una puta vieja llena de arrugas,
una puta sin memoria, sin recuerdos,
una puta sin pasado siquiera.
Los golpes de tantas palizas calladas,
los vómitos de tantas bocas borrachas,
los jadeos inventados y aquellos pocos
que me salieron de lo más hondo del alma,
todo eso lo he olvidado. Nunca. Las putas
no podemos permitirnos el lujo del pasado.
Y las putas viejas ni siquiera el del futuro.
Vamos recogiendo de las aceras las colillas
de carmín que van tirando las más jóvenes,
a medio fumar, a medio beber, a medio hablar.
Vamos recogiendo los clientes que rechazan
y con ellos llenamos las horas muertas,
estas inútiles horas entre esquinas y zaguanes.
Nadie, nunca, me dijo te quiero.
Me moriré cualquier día, cualquier noche.
Me moriré sola. Sola como he vivido.
Y nunca nadie me habrá dicho te quiero.
Nunca nadie habrá recordado mi verdadero
nombre al levantarse por la mañana,
con esa jaqueca absurda que dicen que es el amor,
esa droga que te recorre las sonrisas
y que te hace cantar canciones infantiles
mientras tus pies marcan el ritmo de los minutos.
Nadie nunca me habrá cogido una mano
y se la habrá acercado a los labios
con el solo deseo de sentir una mano,
unos dedos, un carmín colgado al final
de los brazos, de los pechos, de esa sombra
que se vuelve una ante el abrazo.
Nadie, nunca, me ha dicho te quiero.
Nadie se ha acercado al balcón de mis ojos
tan solo para sentirse reflejado
por un segundo, por una décima de segundo.
Reflejado en el espejo de mis ojos.
Billetes en la mesilla de noche, sí,
alguna que otra caricia perdida,
alguna que otra caricia de recluta virgen…
Pero nadie nunca me ha dicho te quiero.
Y la noche es larga. Y fría y larga.
Y silenciosa. Y solitaria y aburrida. Y larga.
Ya nadie se atreve a decirle a una puta vieja
te quiero.
Me llevaré a la tumba mis caricias vírgenes,
mis palabras de amor, mis promesas
y mis mentiras, las de todas las noches,
todas ellas vírgenes, todas inmaculadas,
todas aún con el papel de fiesta
y con la risa nerviosa de los cumpleaños,
de esa que es siempre la primera vez.
Nadie me ha dicho nunca te quiero.
Nadie. Nunca. Ni en sueños siquiera,
ni en los pocos sueños infantiles que recuerdo.
Pero, y eso sí que me lo ha dicho muchas veces
mi hijo –y en eso sí que le doy la razón:
¿A quién le importan las lágrimas de una puta vieja?
¿A quién sus lamentos y reproches?
Muero en una cama, sola, sin nadie
velando mis últimos suspiros.
Muero en una casa sin persianas ni velos,
viendo cómo los segundos son cada vez
más lentos, más y más lentos,
y cada vez me cuesta más respirar
y mantener abiertos estos ojos grises.
Y así, en el último suspiro,
bien puedo estar segura, ahora sí,
que nadie, nunca, me dijo te quiero.

José Manuel Lucía Mejías

la realidad cae mal, muy mal

La última columna de este pasado viernes en El País. Puro Millás, pura brillantez.

Déjeme ver

Ahora mismo hay miles o millones de personas en otros tantos probadores de grandes almacenes intentando encajar su cuerpo en unas prendas que seguramente no les quedan bien. Se contemplan en el espejo, tiran de aquí y de allá a ver si la cosa tiene arreglo mientras el traje viejo cuelga de una percha de la pared como una mortaja. Millones de personas encerradas en esa especie de ascensor inmóvil llamado probador se desabrochan la blusa o la camisa aquí o en Londres o en París, también en Nueva York o en Tokio, se desabrochan la camisa o la blusa, decíamos, con la expresión cansada del que, más que un trapo, parece que se prueba la realidad. La realidad, excepto para el que puede permitirse el lujo de hacérsela a medida, cae mal, muy mal. Hay millones de personas en todo el mundo quitándosela y poniéndosela desconsoladamente, al borde de las lágrimas. A veces, abandonas el probador con la realidad puesta y el vendedor te dice que ajustando un poco los hombros y acortando las mangas podría quedarte como un guante. Al final, por no volver a vestirte y desnudarte, pues ya estás agotado, te la llevas contra una tarjeta de crédito famélica y brotas desde los grandes almacenes a la noche porque los días, con el cambio de horario, no duran nada, nada. Te vienen cortos los días, como las mangas de la realidad, como la sisa del vestido. Hay gente que se hace los días a medida, pero tampoco es lo común porque salen muy caros. Juntando siete días de usar y tirar sale una semana barata durante la que los niños han pasado la gripe. El martes ingresaron a mamá en un pasillo del hospital porque no había habitaciones libres. Los pantalones me están bien, pero el mundo me hace un poco de daño aquí. Déjeme ver, dice el vendedor.

Juan José Millás

tesis de viernes, a.m.

tesis
Del lat. thesis, y este del gr. θέσις thésis.
1. f. Conclusión, proposición que se mantiene con razonamientos.
2. f. Opinión de alguien sobre algo.

cansino, na
De cansar.
1. adj. Dicho de un hombre o de un animal: Que tiene su capacidad de trabajo disminuida por el cansancio.
2. adj. Que por la lentitud y pesadez de los movimientos revela
cansancio.
3. adj. And. Cansado, pesado.

la cartografía de Jon

El bueno de Jon retrató así la presentación del libro el primer día de diciembre en el Coscorrón. Rezuma amor. Gracias. 

Las fiestas en El Coscorrón, normalmente, empiezan más tarde. De hecho, a las 21.00, los parroquianos del bar de Chule solemos estar macerando una excusa para el “me han liado” típico, y posterior, al tercer o el cuarto quinto de más.
Pero si Juan Bay nos lo pide, cambiamos las costumbres que sean menester. Porque un estreno de libro es aliciente suficiente para retrasar la cena, o en su defecto, saltársela. ¿no dicen que la poesía alimenta el alma? Pues eso, procedamos a investigar (una vez más) si es verdad, y con el consumo moderado de otras drogas blandas como el agua, el ego, el aire, el swing, el piano y la efervescencia, asistimos a una performance en el piso de arriba.

La crónica completa, aquí.

de vuelta al cine negro

Volví a ver cine en casa tras una temporada donde desarrollé una transitoria apatía. Volví por algo conocido que vi en su momento de estreno sin saber por aquel entonces quién era ese David, aunque su Seven ya la había visto. Volviendo sobre la adaptación de la chica del tatuaje me ratifico en aquello que pensé al salir de los Ideal de Madrid: es magnífica -tengo como referencia en esta ocasión todas las adaptaciones europeas que se hicieron (dignísimas) y los libros que las generaron-. De ahí pasé a Zodiac, desconocida para mí y excelente. Es un superdotado este David. No un genio, pero sí un superdotado. Y de ahí, y gracias a esto, a Klute, la estremecedora, inquietante y brillantísima obra de Alan, el de ascendencia polaco judía, que compone una pieza con momentos que sé que van a perdurar ya de por vida en mi retina cinematográfica. Jane está insuperable y sus encuentros con la terapeuta son un tratado de psico y sociología rodado primorosamente.Era 1971...