la conexión realidad-ficción


Una de mis series favoritas. Y sí, inagotable.
Completo, aquí.

The Americans, la serie de FX que esta primavera ha terminado su sexta y última temporada, se tenía que ambientar en Washington DC, por algo se la considera oficiosamente como el pedazo de tierra con mayor número de espías por metro cuadrado. Con menos de 700.000 habitantes y un centro de ciudad que, pese a lo monumental, resulta anodino, existe en ella una concentración de poder tan apabullante que la condena a la conspiración permanente. El Gobierno federal de la primera potencia mundial (con los cuarteles generales del Pentágono, el FBI y la CIA); la Reserva Federal (el banco central más poderoso), organismos económicos como el Fondo Monetario Internacional o la mayor red de lobistas conocida conviven con las embajadas de prácticamente cada país del mundo.
Y la frontera en la que un diplomático pierde su casto nombre (sic) para convertirse en un agente de inteligencia es conocidamente difusa. Eso no ha cambiado en el siglo XXI. En marzo, el Gobierno dio siete días a 60 funcionarios rusos y sus familias para abandonar el país acusados de espionaje como represalia por el caso del exagente ruso envenenando en Reino Unido. La mayoría, 48, eran empleados de la embajada rusa, ubicada en el número 2.650 de la avenida Wisconsin, que en The Americans se conoce como la Rezidentura porque actúa como hub para la red de ilegales esparcidos por el país.
Se tiene constancia de que los espías durmientes, como son Philip y Elizabeth (interpretados por Matthew Rhys y Keri Russell, respectivamente), llegaron en varias oleadas desde los años cincuenta a los ochenta. El creador de la serie, el exagente de la CIA Joe Weisberg, se inspiró en un caso reciente, la detención en 2010 de un matrimonio de Cambridge (Massachusetts) que se hacían pasar por unos canadienses llamados Donald Heathfield y Tracey Foley pero que, en realidad, eran dos espías rusos —Andrey Bezrukov y Elena Vavilova— que habían robado la identidad de dos bebés muertos en Montreal en los años sesenta. Los agentes habían tenido dos hijos en Toronto y emigrado a Boston al cabo de unos años. Cuando el FBI se presentó un día en la casa, los chicos no entendían nada. Canadá les quitó la nacionalidad y los jóvenes ahora viven en una Rusia de la que no sabían que provenían.
[...]
De momento, no hay anunciada más secuela que la que los actores protagonizan en la vida real. Al igual que en la ficción los agentes rusos se enamoran, los intérpretes que les dan vida, Matthew Rhys y Keri Russell, se han convertido en pareja y han tenido un hijo juntos. La conexión realidad-ficción de The Americansse antoja inagotable.

puto genérico

Juan José no siempre está igual de brillante; tampoco, ocurre en ocasiones, siempre mantiene el tono agudo al mismo nivel en sus escritos. Permítanme, por motivos más que expuestos en este cuaderno, que aún así lo ame, literariamente hablando. Este de abajo es un ejemplo de lo anteriormente expuesto.

El veneno de las serpientes de verano

Aún no me han llamado, pero no tardarán. Por estas fechas, un martes o un miércoles cualquiera, suena el móvil y alguien me pregunta por qué escribo. Suele ser un estudiante en prácticas al que el redactor jefe de su periódico le ha dicho que telefonee a cuatro o cinco autores, les pregunte por qué escriben y organice luego con ese material un texto entretenido para el cuaderno de verano.
Siempre llaman a escritores (perdón, y a escritoras: el puto genérico no las abarca), jamás a representantes de otras profesiones, por inverosímiles que parezcan. Significa que el hecho de escribir se percibe como raro. Y lo es. Si el tiempo y las energías que dedica uno a componer una novela las dedicara al adulterio, al aprendizaje de idiomas o a la acumulación de másteres como los de Cifuentes y Casado, obtendría en cualquiera de estos territorios beneficios infinitamente superiores a los que se perciben tras la publicación de un libro.
Lo que yo vengo preguntándome desde hace años es por qué a ningún redactor jefe se le ha ocurrido hacer el mismo reportaje, pero con ginecólogos.
—¿Usted por qué es ginecólogo?
Me vuelve loco la idea de averiguar por qué un joven de una familia corriente decide dedicarse a esta disciplina. Hablo de un chico que no haya dado problemas en casa, que haya sacado adelante sus estudios sin recurrir a profesores particulares, y que tampoco haya mostrado desviaciones psicológicas preocupantes. Un muchacho estándar, en fin, de clase media u obrera, con un índice de inteligencia ni muy alto ni muy bajo. Un adolescente del montón que, acabada la secundaria, se matricula en Medicina y desde allí da el salto mortal a la Ginecología.
¿Por qué?, me pregunto, ¿Qué le ha pasado por la cabeza a este muchacho? ¿Hay un momento fundacional en el que un hombre recibe esa llamada? ¿A qué edad suele darse? ¿Se trata de una revelación o de un proceso lento a cuyo final se accede por descarte de otras especialidades? Entre los escritores (y escritoras: de nuevo el puto e insuficiente genérico) no es raro hallar sujetos que ya a los siete años escribían cuentos. ¿Pero se sabe de algún varón que a esa edad indagara entre las piernas de las muñecas en busca de las enfermedades del sistema reproductor femenino?

Juan José Millás

El artículo es de ayer y completo se halla aquí.