Le fotografié la
cabecera de la columna y se la envié. Le escribí: y me puse a llorar
resguardado tras la barra, tras el trabajo. Ella sabe. Cualquiera que sepa,
sabe. Quien no, no sabe nada.
Hace seis años que usted está con él y tienen una vida
plácida. Trabajan mucho, tienen un perro, aprendieron meditación en un templo
budista. Saben de vinos, de aceites de oliva. Tomaron una hipoteca —muy
conveniente— y así han logrado mudarse a un departamento en el que cada uno
tiene su estudio. Cocinan juntos por la noche. Se duermen abrazados. Usted
nunca creyó que la felicidad fuera eso —esa ternura—, pero lo es. O lo fue
hasta ahora. Empieza en una cena con amigos. Alguien a quien usted conoce desde
hace tiempo la mira como si no la hubiera visto nunca, por sobre las
conversaciones y los restos del postre, y usted siente ese antiguo tironeo, esa
grosería, algo parecido a un superpoder. Después de la cena, y antes de dormir,
planifique todo con frialdad, como lo hacía antes, cuando tenía aquella vida de
la que estaba harta y que ha empezado a añorar con un latido que comienza a
desquiciarla. Al día siguiente, llámelo por teléfono —es un amigo común, no va
a asombrarse— y arregle una cita. Ambos saben de qué están hablando, aunque no
digan nada. Al colgar, sepa todo lo que va a suceder. Piense en el festín del
cuerpo ajeno. En el cuerpo propio, por primera vez en años frente a ojos
distintos. El día de la cita llega y sucede todo lo que usted quería que sucediera.
Regrese a su casa eufórica. Ríase, siéntase ungida por un optimismo exultante.
Desde entonces, como si hubiera roto una compuerta, no pueda detenerse. Tiene
que durar siempre muy poco: un par de semanas, un mes. En ocasiones empezará a
parecerse al amor y entonces usted lo arrancará de raíz. Cada vez que regrese a
su departamento, a la cena juntos, al sofá y el perro, sepa que siempre va a
volver a él. No se haga preguntas. Sienta que tiene derecho a todo lo que pueda
tomar. Recuerde este verso de Fabián Casas: “Parece una ley: todo lo que se
pudre forma una familia”.
Hace algún
tiempo
Hace algún tiempo
fuimos todas las películas de amor mundiales
todos los árboles del infierno.
Viajábamos en trenes que unían nuestros cuerpos
a la velocidad del deseo.
fuimos todas las películas de amor mundiales
todos los árboles del infierno.
Viajábamos en trenes que unían nuestros cuerpos
a la velocidad del deseo.
Como siempre, la lluvia caía
en todas partes.
Hoy nos encontramos en la
calle.
Ella estaba con su marido y su hijo;
éramos el gran anacronismo del amor,
la parte pendiente de un montaje absurdo.
Parece una ley: todo lo que se pudre forma una familia.
Ella estaba con su marido y su hijo;
éramos el gran anacronismo del amor,
la parte pendiente de un montaje absurdo.
Parece una ley: todo lo que se pudre forma una familia.
Fabián Casas