Javier, con su fino olfato, la descubrió en un disco -eran discos por aquel entonces- de Labordeta, un concierto en el que Sabina debía estar invitado y la cantaba. La publicó en El hombre del traje gris, aunque yo prefiero la primera, el directo del concierto.
Hoy apareció como un trallazo en mi cabeza, más de veinte años después. Al azar, seguro.
Recordarás la primera vez
que con tu trajín nos juntó la vida,
llamaste al timbre para vender
libros sobre razas desconocidas…
¿qué nos sucedio?
Que acabamos desnudos jugando abrazados sobre el parquet
al juego del amor.
Luego te marchaste sin dejar ni un papel
con tu nombre y tu dirección,
alguien te esperaba donde siempre a las tres
y eran ya más de las dos.
Volví a encontrarte meses después,
la casualidad me cruzó contigo
en el vestíbulo de un hotel
-”¿qué demonios andas haciendo en Vigo?”-
cuando me desperté
me besabas los párpados: -”¿cómo te llamas?”- te pregunté
después amaneció.
Y así fue como el tabique de aquel hotel
que nos separaba cayó;
tu tenías el cuarto cientocuarentaitres,
yo el cientocuarentaidos.
Siglos pasaron sin que el azar,
duende juguetón, sus hilos moviera;
casi me había olvidado ya
de tus pies subiendo por mi escalera…
pero antesdeayer
en un cine de barrio una voz me llamó, desde el ambigú,
y supe que eras tú.
Y la rara historia otra vez se repitió
unos cuantos años después,
en taquilla te habían dado la fila dos
y a mí me dieron la tres.