Siempre hay algo que uno debería ver y no ve. O que uno no quiere contarle
a nadie. Por ejemplo, la columna de mármol verde que hay en una iglesia antiquísima
—cuyo nombre nunca revelaré— y que es el monumento mágico más maravilloso de Venecia.
La descubrí una tarde cuando, en los días de nuestro primer encuentro, buscaba
sus secretos: los ríos ocultos y enterrados, un campanil —ya sólo medio, porque
en parte estaba derrumbado— donde alquilaban habitaciones, la primera casa de
los Tasso en el Rio de Ca'Dolce, las misteriosas figuras de los reyes que se abrazan
en un ángulo de la puerta de la Carta, el lugar de Cannareggio donde estaba la
vivienda y el jardín del Tiziano, los casinos y conventos de Casanova, campos históricos
como el de San Polo que se convirtieron en cines al aire libre... Pero nunca quise
llevar a mis amigos a ver la columna verde, porque me parecía traicionarla a ella.
El esnobismo de las
golondrinas. Mauricio Wiesenthal