la fidelidad

Siempre hay algo que uno debería ver y no ve. O que uno no quiere contarle a nadie. Por ejemplo, la columna de mármol verde que hay en una iglesia antiquísima —cuyo nombre nunca revelaré— y que es el monumento mágico más maravilloso de Venecia. La descubrí una tarde cuando, en los días de nuestro primer encuentro, buscaba sus secretos: los ríos ocultos y enterrados, un campanil —ya sólo medio, porque en parte estaba derrumbado— donde alquilaban habitaciones, la primera casa de los Tasso en el Rio de Ca'Dolce, las misteriosas figuras de los reyes que se abrazan en un ángulo de la puerta de la Carta, el lugar de Cannareggio donde estaba la vivienda y el jardín del Tiziano, los casinos y conventos de Casanova, campos históricos como el de San Polo que se convirtieron en cines al aire libre... Pero nunca quise llevar a mis amigos a ver la columna verde, porque me parecía traicionarla a ella.

El esnobismo de las golondrinas. Mauricio Wiesenthal

el ex

Hablaba en la anterior entrada del disco de ruptura del uruguayo. El disco se las trae y en él suelta por su boca el dolor y la agresividad a espuertas. Nada como derrocar a un rey en su territorio para ver al plebeyo. Este tema que hoy traigo tiene una peculiaridad: su letra alberga una colección de salvajismos propia de su estado, pero en medio aparece la joya, la perla delicada oculta entre la maleza del bestialismo ególatra:
Tan poco tuyo que ahora soy yo
y nunca fui
tan de nadie.

Animales con conciencia. Menudo problemón el nuestro.