Pienso en Pedro estos días, leyéndolo. Imagino que el hombre debió de pasarlo fatal: no porque se le rompiera el amor, sino porque sabía perfectamente lo que le estaba ocurriendo y aun así decidió sumergirse. Su descripción del enamoramiento y la ruptura amorosa es de canon, de tratado, de enciclopedia. Su La voz a ti debida debería enseñarse de alguna forma, pero, de cuál. Yo nunca supe de ella hasta que llegué por mi paso. Y lloro y me río mientras lo leo. Y pienso en los drogadictos. En nosotros. Cuando tú me elegiste |
No quiero que te vayas
dolor, última forma
de amar. Me estoy sintiendo
vivir cuando me dueles
no en ti, ni aquí, más lejos:
en la tierra, en el año
de donde vienes tú,
en el amor con ella
y todo lo que fue.
En esa realidad
hundida que se niega
a sí misma y se empeña
en que nunca ha existido,
que sólo fue un pretexto
mío para vivir.
Si tú no me quedaras,
dolor, irrefutable,
yo me lo creería;
pero me quedas tú.
Tu verdad me asegura
que nada fue mentira.
Y mientras yo te sienta,
tú me serás, dolor,
la prueba de otra vida
en que no me dolías.
La gran prueba, a lo lejos,
de que existió, que existe,
de que me quiso, sí,
de que aún la estoy queriendo.
Pedro Salinas