yo entiendo de estas cosas

De aquí, esto:

(...) nada hay más grato para un intelectual que el trato con una persona inteligente que no es un intelectual

Bolero para Jaime Gil de Biedma

A ti te ocurre algo,
yo entiendo de estas cosas,
hablas a cada rato
de gente ya olvidada,
de calles lejanísimas
con farolas a gas,
de amaneceres húmedos
de huelgas de tranvías.

A ti te ocurre algo,
yo entiendo de estas cosas,
cantas horriblemente,
no dejas de beber
y al poco estás peleando
por cualquier tontería,
yo que tú ya arrancaba
a que me viera el médico
pues si no un día de éstos
en un lugar absurdo
en un parque, en un bar
o entre las frías sábanas
de una cama que odies
te pondrás a pensar,
a pensar, a pensar
y eso no es bueno nunca...
...porque sin darte cuenta
te irás sintiendo solo
igual que un perro viejo
sin dueño y sin cadena,
te pondrás a pensar,
a pensar, a pensar
y eso no es bueno nunca.

A ti te ocurre algo,
yo entiendo de estas cosas. 
José Agustín Goytisolo

implora la fuerza de poder vivir

El artículo completo de Isabel Bellido, maravilloso, está aquí. De él, estos extractos:

(...) las máscaras de Gil de Biedma, poeta de total herencia cernudiana, no son otras que las personas del verbo, que pelean por la identidad a través de dimensiones dobles como las de Pandémica y Celeste, Narciso y Calibán, Dr. Jekyll y Mr. Hyde, el bohemio y el burgués, el hijo de dios y el hijo de vecino.

Es en Moralidades (1966), su cuarto libro, donde podemos distinguir mejor la pugna entre estas dos dimensiones, pues sus personajes aquí se acusan, se rechazan y se vengan de ellos mismos. Quizás el mejor ejemplo de esta tentativa de reconocimiento a partir de la doble personalidad sea el tan celebrado «Pandémica y celeste»: en él expone la necesidad de experimentar los dos tipos de amor (el pandémico, esto es, el furtivo, infiel, fugaz, el de una sola noche) y el celeste (que es el verdadero, eterno y perenne) para discernir entre uno y otro, porque, al fin y al cabo, «no es la impaciencia del buscador de orgasmo» lo que tira de su cuerpo hacia otros, sino que nuestro poeta también persigue «el dulce amor». Esta premisa se desarrolla a lo largo de ocho estrofas, a través de las cuales Gil de Biedma riñe consigo mismo, debatiéndose entre vivir el amor como un hijo de vecino o como un hijo de dios y asumiendo, finalmente, su doble identidad, que es lo que nunca hará Luis Cernuda.
Para saber de amor, para aprenderle,
haber estado solo es necesario.
Y es necesario en cuatrocientas noches
—con cuatrocientos cuerpos diferentes—
haber hecho el amor. Que sus misterios,
como dijo el poeta, son del alma,
pero un cuerpo es el libro en que se leen.
Será en «Después de la muerte de Jaime Gil de Biedma» cuando el poeta mate a su personaje poético para que el hombre viva, aunque eso significase dejar de escribir. Lo dice en Conversaciones:
Llega un momento que, en mi caso, esa identidad es reconocida y asumida; finalmente me reconozco en una identidad, después de muchos años creándola a través de mis poemas. (…) Ahora bien, escribir poesía es, por encima de todo, imaginación, lo cual implica cierto distanciamiento. En el instante en que una identidad inventada es de verdad asumida, el ciclo se cierra. Es decir, uno de los motivos por los que no escribo poesía es porque el personaje de Jaime Gil de Biedma que yo inventé y logré asumir ya no me lo puedo imaginar.
De esta forma, Jaime Gil lo recuerda desde la distancia, como hijo de dios, («En el jardín, leyendo»), y «en paz al fin», tras su muerte. Ya sin dolor, asume como algo pasado «el último verano» antes del invierno, «el infierno de meses / y meses de agonía / y la noche final de pastillas y alcohol / y vómito en la alfombra». Su despedida será «De vita beata», broche final de Las personas del verbo:
En un viejo país ineficiente,
algo así como España entre dos guerras
civiles, en un pueblo junto al mar,
poseer una casa y poca hacienda
y memoria ninguna. No leer,
no sufrir, no escribir, no pagar cuentas,
y vivir como un noble arruinado
entre las ruinas de mi inteligencia.
Jaime Gil de Biedma deja de escribir porque ya ha inventado y asumido su identidad, porque era necesario matar al personaje para vivir con un único argumento: envejecer y morir cual hijo de vecino.