El artículo completo de Isabel Bellido,
maravilloso, está aquí. De él, estos extractos:
(...) las máscaras de Gil de Biedma, poeta de total
herencia cernudiana, no son otras que las personas del verbo, que pelean por la
identidad a través de dimensiones dobles como las de Pandémica y Celeste,
Narciso y Calibán, Dr. Jekyll y Mr. Hyde, el bohemio y el burgués, el hijo de
dios y el hijo de vecino.
Es en Moralidades (1966),
su cuarto libro, donde podemos distinguir mejor la pugna entre estas dos
dimensiones, pues sus personajes aquí se acusan, se rechazan y se vengan de
ellos mismos. Quizás el mejor ejemplo de esta tentativa de reconocimiento a
partir de la doble personalidad sea el tan celebrado «Pandémica y celeste»: en
él expone la necesidad de experimentar los dos tipos de amor (el pandémico,
esto es, el furtivo, infiel, fugaz, el de una sola noche) y el celeste (que es
el verdadero, eterno y perenne) para discernir entre uno y otro, porque, al fin
y al cabo, «no es la impaciencia del buscador de orgasmo» lo que tira de
su cuerpo hacia otros, sino que nuestro poeta también persigue «el dulce amor».
Esta premisa se desarrolla a lo largo de ocho estrofas, a través de las cuales
Gil de Biedma riñe consigo mismo, debatiéndose entre vivir el amor como un hijo
de vecino o como un hijo de dios y asumiendo, finalmente, su doble identidad,
que es lo que nunca hará Luis Cernuda.
Para
saber de amor, para aprenderle,
haber estado solo es necesario.
Y es necesario en cuatrocientas noches
—con cuatrocientos cuerpos diferentes—
haber hecho el amor. Que sus misterios,
como dijo el poeta, son del alma,
pero un cuerpo es el libro en que se leen.
Será en «Después de la muerte de Jaime
Gil de Biedma» cuando el poeta mate a su personaje poético para que el hombre
viva, aunque eso significase dejar de escribir. Lo dice en Conversaciones:
Llega
un momento que, en mi caso, esa identidad es reconocida y asumida; finalmente
me reconozco en una identidad, después de muchos años creándola a través de mis
poemas. (…) Ahora bien, escribir poesía es, por encima de todo, imaginación, lo
cual implica cierto distanciamiento. En el instante en que una identidad inventada
es de verdad asumida, el ciclo se cierra. Es decir, uno de los motivos por los
que no escribo poesía es porque el personaje de Jaime Gil de Biedma que yo
inventé y logré asumir ya no me lo puedo imaginar.
De
esta forma, Jaime Gil lo recuerda desde la distancia, como hijo de dios, («En
el jardín, leyendo»), y «en paz al fin», tras su muerte. Ya sin dolor, asume
como algo pasado «el último verano» antes del invierno, «el infierno de meses /
y meses de agonía / y la noche final de pastillas y alcohol / y vómito en la
alfombra». Su despedida será «De vita beata», broche final de Las
personas del verbo:
En un
viejo país ineficiente,
algo así como España entre dos guerras
civiles, en un pueblo junto al mar,
poseer una casa y poca hacienda
y memoria ninguna. No leer,
no sufrir, no escribir, no pagar cuentas,
y vivir como un noble arruinado
entre las ruinas de mi inteligencia.
Jaime
Gil de Biedma deja de escribir porque ya ha inventado y asumido su identidad,
porque era necesario matar al personaje para vivir con un único argumento:
envejecer y morir cual hijo de vecino.