negro y rojo


Marta le escribe las necrológicas a Monteiro Rossi para que este, a su vez, consiga que Pereira las publique, pese a que él le haya solicitado otras.
Sostiene Pereira que su escritor y creador nos dejó no hace mucho y con él se fue, probablemente de manera definitiva, una Lisboa que hace ya tiempo que solo existe como  ejercicio de transubstanciación en algunas mentes. Tabucchi, quiero imaginar, sabía de la poética de la necrológica, un género literario tan ligado al momento final como a la recapitulación, es decir, al libro de balances de la vida.
Dejo dos ejemplos recientes; el primero, de uno de mis actuales columnistas preferidos, David Tueba, a quien el cine no le ha restado talento para la escritura concisa, afilada y fluida. El otro es la clásica necrológica escrita por alguien desconocido sobre alguien improbable. Y es, también, una declaración de amor.

Galiardo

DAVID TRUEBA 25 JUN 2012

Contar anécdotas de Galiardo se convirtió en un género de literatura oral, que conquistó a varias generaciones. La sorpresa, lo imprevisible y la enorme fortaleza de este actor lo alzó hasta el repertorio común, algo que solo está reservado a los grandes, de quienes se seguirán contando hazañas mucho tiempo después de muertos. En Juan Luis Galiardo se daban cita varios elementos maravillosos. Una sinceridad impúdica y liberadora que le llevó a romper el espejo para hablar sin tapujos del papelón de galán joven, del triunfo y de la decadencia. Lo contrario de los profesionales de cristal, que se protegen tras la máscara profesional, Galiardo era capaz de involucrar al resto del mundo en el funcionamiento de sus intestinos, pero también en su lucha contra las más diversas patologías, mostrando la fragilidad tras su intenso vigor. Provocaba las carcajadas más sanas con el argumento incontestable de derribar lo impostado.
Su segunda vida, recompuesta tras regresar del infierno, le empujó a producir y protagonizar la serie Turno de oficio, que en los alrededores de 1987 elevó la ficción nacional para la pequeña pantalla a un nivel poco frecuentado. Unido al personaje en la película El vuelo de la paloma significó el paso definitivo hacia su italianización, convirtiéndose en el hermano español de aquellos actores que certificaron el esplendor de la comedia italiana como Sordi, Gassman, Mastroianni o Ugo Tognazzi. Azcona y García Sánchez le sirvieron papeles a la medida, que compaginaba con la ruleta del prestigio en la carrera de un actor que hizo de secundario bajo el nombre de John Galy, que fue galán superdotado y, consecuentemente, Don Quijote.
Auténtico pata negra, Galiardo era un pozo de contradicciones, todas ellas extremadas, un espectáculo en sí mismo que alcanzó tales cotas de expresividad que en los últimos años se convirtió seguramente en el tipo que daba mejores entrevistas de España. Y así el anecdotario a su alrededor fue creciendo, para goce de quienes aprendimos a adorarlo desde el día en que en un acto público, rodeado de concejales y autoridades, agradeció el discurso plomizo de uno de ellos, que aseguraba haber sido compañero suyo de pupitre, con un lacónico: "Claro que me acuerdo de ti, hombre, si ya eras así de tonto desde el colegio".

José Cardona, ‘El Persa’, artista inclasificable

Fue dibujante, escritor y creador de inventos imposibles

MANUEL PERIS 26 JUN 2012

El pasado martes falleció en Valencia José Cardona, El Persa, artista polifacético, inclasificable y tan desconocido por el gran público como amado por los pocos que tuvieron la suerte de conocerle a él y a su obra dispersa. La editorial valenciana Media Vaca publicó hace cinco años una magnífica antología de sus textos, dibujos e historietas y la madrileña Rey Lear sacó en 2009 su colección de relatos El mar en una botella. Irrecuperable es su literatura oral, tan importante como la obra que dejó escrita.
Nacido en 1943, José Cardona se formó en el kiosco que había debajo de su casa, regentado por un teósofo, gracias al cual conoció antes al Dalai Lama que al Papa, algo inaudito en la España de la época. Saberes tan dispares como la poesía de Borges, la mecánica popular o la filosofía esotérica se mezclaron en su singular bagaje cultural. En 1980 Tomás March, que ya había editado varias obras de El Persa, publicó el libro de instrucciones de un pequeño electrodoméstico, la Mascarilla Masticadora Bowebraü, artilugio que, a modo de buche de pelícano, permitía a las personas apresuradas engullir los alimentos. El artefacto, que solo existía en la imaginación de El Persa, adquirió un renombre sorprendente y hubo quienes dieron por fabricado el ingenio; el Persa recibió cartas de distribuidoras de electrodomésticos y agencias de publicidad, aunque también quejas de médicos que temían que el uso continuado de la mascarilla acabara atrofiando las mandíbulas.
José Cardona era además un dibujante de impecable destreza, lo que le permitió sobrevivir a base de trabajos alimenticios, como sus increíbles series de recortables publicados en Cataluña. Murió en la más absoluta pobreza.