el bar de Álex

Hay artistas a los que sigo aunque su obra no me convenza, pero me produce placer identificar una y otra vez las claves del creador, una suerte de reconocimiento de alguien al que uno conoce hace tiempo. Su primer largometraje lo vi en su día con absoluto asombro e incomprensión. Desde entonces, más bien desde el segundo, la enorme El día de la bestia, he visto casi todo su cine. Nunca una película suya me parece redonda, pero en todas encuentro algo salvable; a veces, algo excelso. Cierto es que Álex, en los últimos años, ha tenido una deriva excedentaria, una correlación entre su volumen y el histrionismo de su cine. Una pena para quien escribe, porque no dejo de imaginarme esta película de la que vengo a escribir con su forma de rodar, con su conocimiento del medio del que habla, con su deriva esperpéntica, pero con mucha mayor contención, con una mesura que genere una tensión de calado, no de fanzine universitario de los ochenta, que es a veces donde uno cree que él se ha quedado anclado.
El caso es que ayer fui a ver El bar, solo y a una sala en el centro de la ciudad, sábado a las 20.30 horas -esto merecería una entrada aparte; igual un día de estos-. Mis expectativas eran ajustadas, de modo que no hubo desilusión; más bien diría que se vieron ligeramente superadas. El bar destila alexdelaiglesiasismo por todos los poros -de Javier no hablo porque entiendo que buena parte de lo que le atribuimos a uno procede del otro-; su arranque ya lo hemos visto en alguna otra película suya pero da igual, está tan logrado que se perdona, y al poco se desata la bulimia, una bulimia que irá en un in crecendo hasta alcanzar unas cotas insalubres, como todo lo que sucede en escena.  Hay muchos ecos en el metraje, desde Diez negritos hasta, sobre todo para mí, Cube. Pero lo que en Cube es tensión dramática verdadera, tiralíneas, mesura, Rotring, aquí es brocha y Pepe Gotera.
Sigo preguntándome por qué Mario Casas. ¿No habrá buenos atores a los que ponerles unas gafas de pasta y una barba de hipster esperando su oportunidad? Blanca responde a la querencia de nuestro hombre: querencia a la jamona, a la buenorra de toda la vida, a la lencería clásica. Bien, nada que objetar, cada uno tiene las suyas. Blanca me parece correcta en su interpretación. Donde encuentro mayor placer es en los, digamos, secundarios, ese vendedor de lencería -¿usada?-, ese expolicía, ese mendigo trastornado, esa ludópata y, la dupla fantástica con Terele al frente. Pero todas la actuaciones tienen un lastre para mi gusto: el del exceso. Quizás por ello, el expolicía y el vendedor sean los que mejor parados salen porque sus personajes son los menos disparatados.
La película destila amor hacia los bares que están a punto de constituirse en especie extinta y si no, miren aquí y aquí. Comparto ese amor y, diría, anticipo de nostalgia.

Hace sol y buena temperatura.