Juan José se ha convertido en un ser imprescindible:
No sé qué
En uno de los pasillos del supermercado me encuentro de frente con un
conocido al que no me apetece saludar. Tampoco a él le apetece saludarme a mí,
de modo que ambos, de manera automática, fingimos recibir una vibración
procedente del móvil, que desenfundamos a la vez para perder nuestra mirada en
su pantalla mientras, casi rozándonos, nos cruzamos sin vernos. ¿Habrá él
percibido mi respiración como yo la suya? Mi carro de la compra está casi
completo, así que para evitar un nuevo encuentro en el laberinto de estanterías
me dirijo a las cajas, pago y salgo.
Ya en el parking, a punto de arrancar el coche, me entra
un mensaje en el móvil. Es del conocido al que acabo de evitar. Dice que se ha
cruzado en el súper con alguien que se parecía a mí y que el encuentro le ha
provocado ganas de verme. ¿Comemos un día de estos?, concluye. Reflexiono unos
instantes. Si le respondo que a mí me ha sucedido lo mismo, coloco, como sin
duda pretende, las cartas bocarriba: los dos hemos fingido no vernos, ja, ja,
ja. Pero no me apetece entrar en ese juego que intuyo un poco siniestro.
Decidido a demorar la respuesta, arranco el coche y vuelvo a casa.
Al día siguiente, todavía sin haber
contestado, me entero por una tercera persona de que el viejo conocido murió
ayer, de un infarto masivo, precisamente cuando abandonaba el supermercado.
Acudo al tanatorio, me asomo a ver el cadáver y observo que tiene uno de los
párpados, el derecho, ligeramente levantado. Un ojo incierto me observa a
través de la rendija. Al darle el pésame, uno de sus hijos me comenta que ha
revisado el móvil de su padre y ha visto el mensaje sin respuesta. Pensaba
responderle hoy, me excuso, y salgo a la calle confundido. Ha ocurrido algo,
pero no sé qué.
Juan José Millás