La gran evasión
es del 63 y en ella el prófugo es un cínico, un héroe en una película
mentirosa y perfecta, una de mis películas preferidas que habré visto no sé cuántas
veces y en la que sigo cayendo en el deseo frustrado, una y otra vez, de que la moto de Steve logre superar la alambrada.
En Papillon, nueve años después, 1972, el prófugo ya no es
cínico. Steve moriría en el 80 -había nacido en el 30- y por momentos parece adivinarse el
germen de su enfermedad mortal. En cualquier caso, verlo actuar me sigue
pareciendo un espectáculo. No creo que por casualidad lo pusieran a fugarse y a
correr a todo trapo en vehículos en muchas de sus películas. Tiene un
salvajismo de los más bellos que ha dado la pantalla grande y, lamento ser de
nuevo agorero y abuelo cebolleta, difícilmente reproducible. Su biografía es de
aúpa. Una biografía, por cierto, que sería la que se lo llevaría casi seguro
por delante, más allá del tabaco, ya que la asbestosis también tenía algo que
decir en todo esto.
Por su parte, Dustin
nació en el 37 y sigue con nosotros. En su interpretación en la película que
abordo se encuentra ya el germen de Rainman de manera muy clara.
Verlos mano a
mano es un placer, un lujo soberano y una melancolía. Todo ello ocurrió anoche.