SILENCIO:
ESPEJO TRABAJANDO
Soy ese intervalo de misterio entre el azogue y yo,
entre mi mano que afeita al espejo y la mano del espejo
que acuesta recortes de papel sobre mi cara cortada.
Como si, cubierto de sellos, mi rostro fuera a ser enviado
sin remite ni acuse de recibo a otro espejo extranjero:
al retrovisor de una moto que huye del verano de Roma,
o al estanque que copia un poema y un jardín en Kyoto,
o al cristal de una librería parisina en Rue de la Bûcherie
o, quizás, de unas gafas de sol de una mujer sombría
que espera el amor o los sortilegios del otoño,
sola en la terraza del café A Brasileira de Lisboa.
Como si mi piel, cosechadas ya sus penumbras,
fuera a viajar vacía al otro lado de las cosas
donde, dicen, siempre llueve en un idioma secreto
y conviven intactas todas las ausencias.
Soy ese intervalo de misterio entre el azogue y yo,
entre mi mano que afeita al espejo y la mano del espejo
que acuesta recortes de papel sobre mi cara cortada.
Como si, cubierto de sellos, mi rostro fuera a ser enviado
sin remite ni acuse de recibo a otro espejo extranjero:
al retrovisor de una moto que huye del verano de Roma,
o al estanque que copia un poema y un jardín en Kyoto,
o al cristal de una librería parisina en Rue de la Bûcherie
o, quizás, de unas gafas de sol de una mujer sombría
que espera el amor o los sortilegios del otoño,
sola en la terraza del café A Brasileira de Lisboa.
Como si mi piel, cosechadas ya sus penumbras,
fuera a viajar vacía al otro lado de las cosas
donde, dicen, siempre llueve en un idioma secreto
y conviven intactas todas las ausencias.
Jesús Jiménez
Domínguez