el hígado de Roberto

Entró en mí como una granada ya sin espoleta. Quien me la lanzó sabía. Certero.
Finalmente, respecto a Roberto, el hígado no suele degenerarse por casualidad. Siempre me dio miedo su literatura que mi gente alrededor leía. Siempre intuí que me situaría en lugares donde la zozobra me invade. Sé que no me equivoqué.
Aquí hay una análisis entretenido. Y aquí, el porqué de mi temor, acertado.

Los perros románticos

En aquel tiempo yo tenía veinte años
y estaba loco.
Había perdido un país
pero había ganado un sueño.
Y si tenía ese sueño
lo demás no importaba.
Ni trabajar ni rezar
ni estudiar en la madrugada
junto a los perros románticos.
Y el sueño vivía en el vacío de mi espíritu.
Una habitación de madera,
en penumbras,
en uno de los pulmones del trópico.
Y a veces me volvía dentro de mí
y visitaba el sueño: estatua eternizada
en pensamientos líquidos,
un gusano blanco retorciéndose
en el amor.
Un amor desbocado.
Un sueño dentro de otro sueño.
Y la pesadilla me decía: crecerás.
Dejarás atrás las imágenes del dolor y del laberinto
y olvidarás.
Pero en aquel tiempo crecer hubiera sido un crimen.
Estoy aquí, dije, con los perros románticos
y aquí me voy a quedar.

Roberto Bolaño

contrapasmo in memoriam

apócrifo, fa
Del lat. tardío apocry̆phus, y este del gr. ἀπόκρυφος apókryphos 'oculto'.
1. adj. Falso o fingido. Un conde apócrifo.
2. adj. Dicho de una obra, especialmente literaria: De dudosa
autenticidad en cuanto al contenido o a la atribución. U. t. c. s. m.
3. adj. Dicho de un libro de la Biblia: Que no está aceptado en el canon de esta. Los evangelios apócrifos. U. t. c. s. m.

Recuerdos y enorme añoranza de aquellos años, de aquellas casas, que aquellos azahares, de aquella luz, de aquella gente.

bien nacida

Tiene en mí el efecto de revolverme, de coger mis entrañas y exponerlas al sol, de hacerme entrar en duda, en contradicción, en cuestionamiento. Y no lo sabe, o eso me creo yo.
Derivado de lo anterior, le hablé del Ars Amandi de Manolo. No conocía ni lo uno ni al otro, lo cual me pareció magnífico. Lo apuntó en un papelito, aplicadamente, mientras el pelo lacio le caía en cortinaje a ambos lados. Me llevo los fotogramas, las escenas, y las proyecto en la soledad y la tranquilidad de casa muchos días después. De fondo se oye un campanario y una radio. Hay mucha luz y una temperatura idónea.
Voy a hacer algo que no había hecho antes y es traerme el citado Ars aquí, que allí lo encuentro muy desvencijado.  Con los años, la práctica y el prurito, este cuaderno ha cogido una prestancia del que carece el primero.
La biografía de Publio Ovidio Nasón es fantástica, claro.  Y su perdóname, padre, sencillamente insuperable. Su Ars amandi, traducido, se halla aquí.
Quizás, entre otras muchas cosas, el arte de amar sea el arte de mirar. Yo la amo en silencio mientras la miro a hurtadillas.


I

Queda crepúsculo, rodajas
de cielo añil anaranjado, brisa
de otoño, destejo las persianas,
no hay vecinos en los balcones,
y nos protege el patio con gatos
y cacharros, pieles de plátanos
deshabitados, mondas de naranja
brutalmente desnudas
en la esquina
mujeres solas, olor a pan dormido,
chocolate a la francesa, niñas
con faldas plisadas, medias
de algodón y blusas blancas
                           los lirios
agonizaban ya seis días hace
en ese jarrón con cigüeñas y nubes
fragancia embalsamada en analgésico
                                   han encendido
los primeros faroles, huele a invierno
el eczema de luz sobre el asfalto,
salen ahora de las puertas de los Bancos
pañuelitos de seda en el bolsillo, huelo
a masaje facial y a sudor de abdominales
en el Club Náutico

he dejado el dinero
sobre la consola, bajo el retrato colectivo
de una esforzada promoción de profesores
mercantiles
no, no te han visto el rostro
anochecido, anochece y una voz infantil grita lejana
no vale ¿por qué parecen ateridos esos lirios
que veíamos arder en el verano? lentos
crepúsculos
y algo menos sabios cerrábamos
la puerta a doble llave
mira, ya la tarde
se arrima a las esquinas inciertas
las luces
intentarán hábilmente describirnos
tienes
la piel naranja por el sol poniente, sombra
de pelo sobre el rostro encendido, tacto
de ceniza

 y has de volver a casa antes de las doce.

Manuel Vázquez Montalbán