quién nos invita a entrar

La idea sería que uno no entra donde quiere, sino donde quiere y además le dejan, le permiten, le invitan. Yo vi la primera, la sueca, y caí rendido a sus pies, los del inefable Alfredson. Por la idea original de la que mana y por las formas. Leí luego que había una adaptación estadounidense y que no era mala, pero no la abordé nunca hasta hoy. Y, efectivamente, mala no es, pero no llega a lo de la sueca. Queda a mi gusto más interesante cuando aborda matices que en la primera quedaron más en el aire: la escena de Abby con el vestido de la madre y la mirada del hijo mientras ella se viste, por ejemplo. Son temas que recurrentemente se han quedado en tabúes o en torpezas: el eros púber, el incesto, el acoso escolar,la por definir sexualidad de esos años fronterizos. Ahí me gusta cómo nada el de América. Le echo en cara la explicitud de los ataques de la vampira. Con lo buena que es la elipsis para estos casos.
Sombría y blanco roto, como cuando los doce, más o menos, se rompen. Los doce años.

donde las miradas

Plena de clichés, muy doblegada a la acción y al romanticismo barato, sí, pero la médula inglesa de cuerpo presente. Ecos de El paciente inglés y el último Bond. La trama, adaptación de la novela de David John Moore Cornwell, es decir, le Carré, detrás de los seis capítulos. Y los duelos de miradas de ojos claros: Tom y Hugh. Aunque yo me quedo con las miradas de los ojos oscuros, menos grandilocuentes, más profundas, menos evidentes, empezando por las de la preñada y el negro. El elenco actoral es de susto, como no podía ser de otra forma BBC de por medio. Aquí hay botones de muestra.
Un magno entretenimiento para abonar el desencanto de la globalización y las democracias occidentales.




hábitats

Os presento a mi carnicero: Rubén. Compartimos instituto con muy pocos años de diferencia: yo soy mayor. Recuerdo cuando lo vi por primera vez. A eso, a lo que sentí, no le pude poner nombre hasta muchos años después. El adolescente Rubén ya poseía el germen del adulto de ahora. Lo demás era dejar pasar el tiempo y no ubicar al gran felino en su hábitat natural. Iván lo tuvo claro. Pasen y vean:



lo que sucede cuando no se consigue decir adiós

Emejota tenía doce añitos cuando la grabaron. Militaban o, mejor, pertenecían a la Motown, esa máquina de generar música, billetes y desgracias a partes iguales. Lo del zagal no era normal desde bien chiquito, una rara y quebradiza sensibilidad, un talento tan superlativo como autolesivo en un futuro no muy lejano. No quiero imaginar lo que tuvo que ser su infancia fuera de los focos y  las lentejuelas. Pero vuelvo al tema: lo escribió un tal Clifton Davis, un pájaro que aún vive y que entonces contaba unas veinticinco primaveras. La precocidad no era un obstáculo, visto lo visto.









I never can say goodbye, no, no, no, no, now.
I never can say goodbye.

Even though the pain and heartache
Seems to follow me wherever I go,
Though I try and try to hide my feelings,
They always seems to show,

Then you try to say you're leaving me
And I always have to say no,
Tell me why is it so.

That I never can say goodbye, no, no, no, no, now.
I never can say goodbye.

Every time I think I've had enough
And start heading for the door,
There's a very strange vibration
Piercing me right through the core,
It says, "Turn around, you fool,

you know you love him more and more."
Tell me why is it so.

Don't wanna let go.
Never can say goodbye.
Girl oo oo baby.
Never can say goodbye. No no no no no oo.
Oh, I never can say goodbye.
Girl oo oo.

I never can say goodbye. No no no no no oo.
Never can say goodbye, no, no, no, no, now.
I never can say goodbye.

I keep thinking that our problems
Soon are all gonna work out.
But there's that same unhappy feeling,
There's that anguish, there's that doubt.
It's the same old dizzy hangup,
Can't do with you or without.
Tell me why is it so, don't wanna let you go.


Hace unos días, repasando música poco estudiada en mi discoteca, me encontré con esta versión. En seguida me atrapó. Si de pájaros hablábamos, este que sigue es águila real. Sabedor de que el tema era inabordable por la vía directa, usó el circunloquio. Doce hijos legítimos lo avalan. No es por casualidad. Como lo de Emejota tampoco lo fue.