lucernario

Cómo miramos. Cómo se configura lo prescindible en el objetivo ocular. Cómo lo merecedor de nuestra atención. Qué nos hace fijar aquí y no allí, allá y no acá.
E. entró y lo vio. Yo iba a su lado y no. Paso por ahí todos los días varias veces y no lo veo. Ella sí.
Me invitó a cenar.
Padre e hija nos dijeron en la calle, casi al alba.
Me pido hija.



la sangre de Grieg en sus venas

también la orfandad tiene un comienzo

Instrucción 2

Mírese al espejo del baño. Repase el delineador, el rímel. Piense: “Debo ponerme los aros que me regaló”. Vaya hasta su cuarto, búsquelos, póngaselos. Tome su bolso, salga de la casa, suba a un taxi, dígale al taxista el nombre del hospital. En el hospital, haga el camino que conoce de memoria. Golpee la puerta suavemente, abra. Respire la atmósfera de la habitación, cargada de olor a sábanas limpias. Piense, como piensa siempre: “Qué linda luz”. Salude a su madre, sentada junto a la cama. Vea cómo le indica que no haga ruido porque su padre, después de una noche de dolores sangrientos, duerme. Pregunte, como siempre pregunta, cómo está. Escuche, como siempre escucha, la misma respuesta. Siéntese. Mire a su padre en esa cama en la que lleva ya dos meses. Siéntase irritada. Pregúntese: “Para qué vengo, si no puede verme”. Piense: “Si yo estuviera en su lugar, él elegiría morir por mí”. Piense: “Me aburro”. Converse con su madre de cosas que no le interesan. Al cabo de dos horas, mientras su padre aún duerme, salga de la habitación. En el pasillo, encuéntrese con el médico que lo atiende. Pregúntele cuánto tiempo le queda. Escuche cómo el médico le dice: “Poco”. Sienta alivio y sienta pánico y sea descortés: márchese sin saludarlo. Tome el ascensor, salga a la calle, suba a un taxi, regrese a su casa. Después de cenar, al acostarse, apague el teléfono móvil. Piense: “Así evitaré que suceda esta noche”. Piense: “Soy una idiota”. No pueda dormir y, en algún momento, duérmase. Tenga sueños fangosos. Despiértese a las tres de la madrugada con el sonido del teléfono fijo. Deje que suene dos, tres, cinco veces. Salga de la cama. Camine hasta la sala. Levante el tubo. Diga, horrorizada: “Hola”. Piense: “De modo que así es como me empiezo a quedar huérfana”.

Leila Guerriero

qué no daríamos

Claro, Rocío, claro: qué no daríamos todos.



Qué no daría yo por empezar de nuevo 
A pasear por la arena de esa playa blanca 
Qué no daría yo por escuchar de nuevo 
Y esa niña que llega tarde a casa. 
Y escuchar ese grito de mi madre 
Pregonando mi nombre en la ventana 
Mientras yo deshojaba primaveras 
Por la calle mayor y por la plaza. 

Qué no daría yo por empezar de nuevo 
Para contar estrellas desde mi ventana 
Vestirme de faralaes y pasear la feria 
Para sentir el beso de la madrugada. 

Y volar a los brazos de mi pare 
Y sentir ese brillo en su mirada 
Para luego alejarme lentamente 
A un tablao a bailar por sevillanas. 

Qué no daría yo por escaparme 
A un cine de verano una tarde 
Y me dieran el primer beso de amor 
Qué no daría yo por sentarme 
Junto a él en ese parque 
Viendo cómo se ponía el sol. 

Qué no daría yo ay por sentarme 
Y junto a él en ese parque 
Y oyendo el suspiro del mar 
Y oyendo el suspiro del mar.

empezar a cocinar

Leila, descubrí hace dos noches en medio del fragor de la batalla, publica instrucciones en formato columna. Soy devoto de las instrucciones y de ella, de modo que las traeré todas. Y sí, totalmente, Juan José tenía toda la razón.

Instrucción 1

Vaya hasta la sala de su casa. Déjese caer en un sillón. Él va a llegar poco después. Mire por la ventana, como si intentara que él se diera cuenta de que usted es el pararrayos de la melancolía de todo el universo. Él va a preguntar: “¿Qué pasa?”. Piense: “Que todo lo que me gusta de vos ha desaparecido”. Diga: “Nada, ¿por?”. Él va a decir: “Estás pensativa”. Sienta que la garganta se le cierra como si un puño intentara atravesarle la tráquea. Él va a decir: “¿Querés que vayamos a un bar, al cine?”. Diga: “No tengo ganas”. Él va a decir “Como quieras”. Sienta ira. Pregúntese por qué él no insiste. Sienta que sus pensamientos se confunden como insectos histéricos. Sienta deseos de beber, de fumar. Pregunte: “¿Compraste algo para la cena?”. Él va a decir: “No, ¿vos?”. Diga: “No”. Él va a decir: “No importa. Comamos cualquier cosa”. Diga: “Bueno”. Mire cómo él se pone de pie y va hacia la cocina. Sienta que la tristeza es un río barroso del que usted ya no va a salir nunca. Póngase de pie. Camine hacia la cocina. Él va a estar mirando el diario. Sienta que su vida es perfecta —estupendo trabajo, casa impecable—, pero que cualquiera tiene una vida mejor que la suya. Sienta una rabia seca. Piense: “Quiero abrirme un hoyo en la mano”. Piense: “Él no se daría cuenta”. Quiera sangrar profusamente. Diga: “¿Querés vino?”. Escuche cómo él dice: “No, gracias”. Abra un cajón y, al cerrarlo, empújelo con fuerza excesiva. Vea cómo él levanta la cabeza. Diga con furia, como si fuera un canto guerrero: “Yo sí”. Abra una botella. Escuche cómo él dice: “Amor, no te preocupes. Todo va a estar bien”. Sienta que los ojos le queman. Pregúntese: “¿Esto que siento es odio?”. Sienta que es necesario decir algo. Guarde silencio. Piense: “¿Esto que siento es desprecio?”. Empiece a cocinar.

Leila Guerriero

cuando no se ve el sol

No me he levantado con Mayte en la cabeza pero todo apuntaba a ello. Todo. A veces todo apunta y  uno no termina de ver adónde, pero sí siente que todo apunta a algo.
Creo que hace sol. Me llamó S. hace un rato. Creo que ella tampoco lo sabe.
A moco.

Me avisaron a tiempo: ten cuidado,
mira que miente más que parpadea,
que no le va a tu modo su ralea,
que es de lo peorcito del mercado.

Que son muchas las bocas que ha besado
y a lo mejor te arrastra en su marea
y después no te arriendo la tarea
de borrar el presente y el pasado.

Pero yo me perdí por tus jardines
dejando que ladraran los mastines,
y ya bajo la zarpa de tus besos

me colgué de tu boca con locura
sin miedo de morir en la aventura,
y me caló tu amor hasta los huesos.

Rafael de León







Procuro olvidarte
siguiendo la ruta de un pájaro herido,
procuro alejarme
de aquellos lugares donde nos quisimos
me enredo en amores,
sin ganas ni fuerzas, por ver si te olvido
y llega la noche
y de nuevo comprendo
que te necesito

Procuro olvidarte
haciendo en el dia mil cosas distintas,
procuro olvidarte
pisando y contando las hojas caídas
procuro cansarme
llegar a la noche apenas sin vida
Y al ver nuestra casa,
tan sola y callada
no sé lo que haría

Lo que haría
porque estuvieras tu,
porque vinieras tu
conmigo

Lo que haría,
por no sentirme así,
por no vivir así,
perdido.

Manuel Alejandro

tres eran tres

De ancestros rusos y ucranianos, judíos y emigrantes a aquel Nueva York de finales del XIX, Jacob Gershwine, que así lo llamaron cuando nació en septiembre de 1898, tenía todas las papeletas. Me pregunto qué habría legado si el tumor de los 38 no hubiera aparecido.
Los tres preludios en tres versiones, incluyendo la de su propio compositor. Sumo una del violinista, judío también, por supuesto, y del antiguo imperio ruso, también por supuesto.









brevedad y belleza

LA FRANCESA

Una mujer inteligente.
Una mujer hermosa.
Conocía todas las variantes, todas las posibilidades.
Lectora de los aforismos de Duchamp y de los relatos de Defoe.
En general con un auto control envidiable,
Salvo cuando se deprimía y se emborrachaba,
Algo que podía durar dos o tres días,
Una sucesión de burdeos y valiums
Que te ponía la carne de gallina.
Entonces solía contarte las historias que le sucedieron
Entre los 15 y los 18.
Una película de sexo y de terror,
Cuerpos desnudos y negocios en los límites de la ley,
Una actriz vocacional y al mismo tiempo una chica con extraños rasgos de avaricia.
La conocí cuando acababa de cumplir los 25,
En una época tranquila.
Supongo que tenía miedo de la vejez y de la muerte.
La vejez para ella eran los treinta años,
La Guerra de los Treinta Años,
Los treinta años de Cristo cuando empezó a predicar,
Una edad como cualquier otra, le decía mientras cenábamos
A la luz de las velas
Contemplando el discurrir del río más literario del planeta.
Pero para nosotros el prestigio estaba en otra parte,
En las bandas poseídas por la lentitud, en los gestos
Exquisitamente lentos
Del desarreglo nervioso,
En las camas oscuras,
En la multiplicación geométrica de las vitrinas vacías
Y en el hoyo de la realidad,
Nuestro absoluto,
Nuestro Voltaire,
Nuestra filosofía de dormitorio y tocador.
Como decía, una muchacha inteligente,
Con esa rara virtud previsora
(Rara para nosotros, latinoamericanos)
Que es tan común en su patria,
En donde hasta los asesinos tienen una cartilla de ahorros
y ella no iba a ser menos,
Una cartilla de ahorros y una foto de Tristán Cabral,
La nostalgia de lo no vivido, .
Mientras aquel prestigioso río arrastraba un sol moribundo
Y sobre sus mejillas rodaban lágrimas aparentemente gratuitas.
No me quiero morir, susurraba mientras se corría
En la perspicaz oscuridad del dormitorio,
Y yo no sabía qué decir,
En verdad no sabía qué decir,
Salvo acariciarla y sostenerla mientras se movía
Arriba y abajo como la vida,
Arriba y abajo como las poetas de Francia
Inocentes y castigadas,
Hasta que volvía al planeta Tierra
Y de sus labios brotaban
Pasajes de su adolescencia que de improviso llenaban nuestra habitación
Con duplicados que lloraban en las escaleras automáticas del metro,
Con duplicados que hacían el amor con dos tipos a la vez
Mientras afuera caía la lluvia
Sobre las bolsas de basura y sobre las pistolas abandonadas
En las bolsas de basura,
La lluvia que todo lo lava
Menos la memoria y la razón.
Vestidos, chaquetas de cuero, botas italianas, lencería para volverse loco,
Para volverla loca,
Aparecían y desaparecían en nuestra habitación fosforescente y pulsátil,
Y trazos rápidos de otras aventuras menos íntimas
Fulguraban en sus ojos heridos como luciérnagas.
Un amor que no iba a durar mucho
Pero que a la postre resultaría inolvidable.
Eso dijo,
Sentada junto a la ventana,
Su rostro suspendido en el tiempo,
Sus labios: los labios de una estatua.
Un amor inolvidable
Bajo la lluvia,
Bajo ese cielo erizado de antenas en donde convivían
Los artesonados del Siglo XVII
Con las cagadas de palomas del Siglo XX.
Y en medio
Toda la inextinguible capacidad de provocar dolor,
Invicta a través de los años,
Invicta a través de los amores
Inolvidables.
Eso dijo, sí.
Un amor inolvidable
Y breve,
¿Como un huracán?,
No, un amor breve como el suspiro de una cabeza guillotinada,
La cabeza de un rey o un conde bretón,
Breve como la belleza,
La belleza absoluta,
La que contiene toda la grandeza y la miseria del mundo
Y que sólo es visible para quienes aman. 

Roberto Bolaño




perspicaz.

Del lat. perspĭcax, -ācis.
1. adj. Dicho de la vistade la miradaetc.: Muy agudas y que
alcanzan mucho.
2. adj. Dicho del ingenioAgudo y penetrativo.
3. adj. Dicho de una personaQue tiene ingenio perspicaz.



pulsátil.

1. adj. Que pulsa o golpea.



artesonado, da.

1. adj. Arq. Adornado con artesones.
2. m. Arq. Techoarmadura o bóveda con artesones de maderapiedra
u otros materiales y con forma de artesa invertida.



artesón.

Del aum. de artesa.
1. m. Recipiente de base redonda o cuadrada que regularmente sirve en las cocinas para fregar.
2. m. Arq. Elemento constructivo poligonalcóncavomoldurado y con
adornosque dispuesto en serie constituye el artesonado.
3. m. Arq. artesonado (‖ techo con artesones).

el exterminio de los últimos justos

Verbo irregular

Hay un sector del paraíso
que, contra toda predicción,
se interna ya en las lindes del infierno.

Tierra de nadie, circulo engañoso
entre la selva oscura y el empíreo,
allí conviven
el inocente y el culpable,
                          allí
forman ya multitud los inquilinos,
mientras la vida
colinda con la muerte una vez más
y réprobos y bienaventurados
cohabitan en las zonas fronterizas.

Ya no tarda la hora
del exterminio de los últimos justos.

José Manuel Caballero Bonald


empíreo, a.

Del lat. mediev. empyreus, y del gr. ἐμπύριος empýrios 'ígneo'.
1. adj. Perteneciente o relativo al empíreo.
2. m. En la cosmología antiguacielo o esferas concéntricas en
que se mueven los astrosU. t. en sent. fig.
3. m. Cieloparaíso.


réprobo, ba.

Del lat. reprŏbus.
1. adj. Condenado a las penas eternasU. t. c. s.
2. adj. Dicho de una personaCondenada por su heterodoxia religiosaU. t. c. s.
3. adj. Dicho de una personaApartada de la convivencia por
razones distintas de las religiosasU. t. c. s.
4. adj. malvado. U. t. c. s.

hasta siempre Bernardo

Papá, cogí el 5 por ti. Esa camiseta también es tuya.
Así se despide Berni Rodríguez en el homenaje que le ofrece su club, el Unicaja de Málaga. A Berni lo vi jugar en vivo cuando ya estaba en el declive, digamos, de su carrera. Formaba parte de la plantilla del CB Murcia. Me impresionaron varias cosas de él: su clase como jugador, llena de intangibles; su físico, fuerte como un roble y lo tremendamente atractivo que me pareció, un atractivo basado en una mezcla de hombría bella, honestidad y humildad.
El año pasado colgué el de Raúl. Una generación quizás irrepetible se nos va. Tempus fugit.

Frank

El año pasado ya hablé aquí de The Americans, una absoluta maravilla de serie. Seria, sin concesiones al imbecilismo barato, con un equilibrio entre fondo y forma que a veces me abruma, y con una pátina de nostalgia. Ahora ando con la última temporada que se ha estrenado, la quinta, y en ella Gabriel resplandece de forma insólita, como una estrella poco antes de extinguirse en una implosión. 79 años lo contemplan. Igual tiene eso algo que ver.



reencontrarse

LOS ARTILLEROS

En este poema los artilleros están juntos.
Blancos sus rostros, las manos
entrelazando sus cuerpos o en los bolsillos.
Algunos tienen los ojos cerrados o miran el suelo.
Los otros te consideran.
Ojos que el tiempo ha vaciado. Vuelven
hacia ellos después de este intervalo.
El reencuentro sólo les devuelve
la certidumbre de su unión.

Roberto Bolaño

Roberto querido, estés donde estés, me matas: el reencuentro sólo nos devuelve la certidumbre de nuestra unión. Muy bien, Roberto, muy bien lo tuyo.

etude Op 8 No 12

De todas las manos que lo tocan, las de Horowitz, y hablo desde la aproximación de un mero aficionado, me parecen a años luz del resto. Incluyo en esta apreciación, oh anatema, las del propio compositor de la obra. La sutileza del judío, desde dónde parte y a dónde se lo lleva, no la encuentro en nadie más.
Por otro lado,verlo en directo, ya mayor, me conmueve.





y sentirte hombre y sentirte desgraciado

LUPE

Trabajaba en la Guerrero, a pocas calles de la casa de Julián
y tenía 17 años y había perdido un hijo.
El recuerdo la hacía llorar en aquel cuarto del hotel Trébol,
espacioso y oscuro, con baño y bidet, el sitio ideal
para vivir durante algunos años. El sitio ideal para escribir
un libro de memorias apócrifas o un ramillete
de poemas de terror. Lupe
era delgada y tenía las piernas largas y manchadas
como los leopardos.
La primera vez ni siquiera tuve una erección:
tampoco esperaba tener una erección. Lupe habló de su vida
y de lo que para ella era la felicidad.
Al cabo de una semana nos volvimos a ver. La encontré
en una esquina junto a otras putitas adolescentes,
apoyada en los guardabarros de un viejo Cadillac.
Creo que nos alegramos de vemos. A partir de entonces
Lupe empezó a contarme cosas de su vida, a veces llorando,
a veces cogiendo, casi siempre desnudos en la cama,
mirando el cielorraso tomados de la mano.
Su hijo nació enfermo y Lupe prometió a la Virgen
que dejaría el oficio si su bebé se curaba.
Mantuvo la promesa un mes o dos y luego tuvo que volver.
Poco después su hijo murió y Lupe decía que la culpa
era suya por no cumplir con la Virgen.
La Virgen se llevó al angelito por una promesa no sostenida.
Yo no sabía qué decirle.
Me gustaban los niños, seguro,
pero aún faltaban muchos años para que supiera
lo que era tener un hijo.
Así que me quedaba callado y pensaba en lo extraño
que resultaba el silencio de aquel hotel.
O tenía las paredes muy gruesas o éramos los únicos ocupantes
o los demás no abrían la boca ni para gemir.
Era tan fácil manejar a Lupe y sentirte hombre
y sentirte desgraciado. Era fácil acompasarla
a tu ritmo y era fácil escuchada referir
las últimas películas de terror que había visto
en el cine Bucareli.
Sus piernas de leopardo se anudaban en mi cintura
y hundía su cabeza en mi pecho buscando mis pezones
o el latido de mi corazón.
Eso es lo que quiero chuparte, me dijo una noche.

¿Qué, Lupe? El corazón.

Roberto Bolaño

el estudio de la precocidad

Aleksandr tenía 15 añitos cuando escribió la pieza. Para qué esperar más.
La vida de Vladimir tampoco se queda corta. Judío del antiguo imperio ruso -nacido en Kiev en el cambio de siglo- y homosexual reprimido: una combinación perfecta para ser uno de los mejores pianistas de la historia.


lejana y sola

IX

Nunca desayunaré en Tiffany
ese licor fresa en ese vaso
Modigliani como tu garganta
                            nunca
aunque sepa los caminos
                        llegaré
a ese lugar del que nunca quiera
regresar
          una fotografía, quizás
una sonrisa enorme como una ciudad
atardecida, malva el asfalto, aire
que viene del mar
                   y el barman
nos sirve un ángel blanco, aunque
sepa los caminos nunca encontraré
esa barra infinita de Tiffany
                              el jukebox
donde late el último Modugno ad
un attimo d'amore che mai piu ritornera...


y quizá todo sea mejor así, esperado

porque al llegar no puedes volver
a Ítaca, lejana y sola, ya no tan sola,
ya paisaje que habitas y usurpas
                                 nunca,
nunca quiero desayunar en Tiffany, nunca
quiero llegar a Ítaca aunque sepa los caminos

lejana y sola.

Manuel Vázquez Montalbán


su amigo Mario

EL GUSANO

Demos gracias por nuestra pobreza, dijo el tipo vestido con harapos.
Lo vi con este ojo: vagaba por un pueblo de casas chatas,
hechas de cemento y ladrillos, entre México y Estados Unidos.
Demos gracias por nuestra violencia, dijo, aunque sea estéril
como un fantasma, aunque a nada nos conduzca,
tampoco estos caminos conducen a ninguna parte.
Lo vi con este ojo: gesticulaba sobre un fondo rosado
que se resistía al negro, ah, los atardeceres de la frontera,
leídos y perdidos para siempre.
Los atardeceres que envolvieron al padre de Lisa
a principios de los cincuenta.
Los atardeceres que vieron pasar a Mario Santiago,
arriba y abajo, aterido de frío, en el asiento trasero
del coche de un contrabandista. Los atardeceres
del infinito blanco y del infinito negro.
Lo vi con este ojo: parecía un gusano con sombrero de paja
y mirada de asesino
y viajaba por los pueblos del norte de México
como si anduviera perdido, desalojado de la mente,
desalojado del sueño grande, el de todos,
y sus palabras eran, madre mía, terroríficas.
Parecía un gusano con sombrero de paja,
ropas blancas
y mirada de asesino.
Y viajaba como un trompo
por los pueblos del norte de México
sin atreverse a dar el paso,
sin decidirse
a bajar al D.F.
Lo vi con este ojo
ir y venir
entre vendedores ambulantes y borrachos,
temido,
con el verbo desbocado por calles
de casas de adobe.
Parecía un gusano blanco
con un Bali entre los labios
o un Delicados sin filtro.
Y viajaba de un lado a otro
de los sueños,
tal que un gusano de tierra,
arrastrando su desesperación,
comiéndosela.
Un gusano blanco con sombrero de paja
bajo el sol del norte de México,
en las tierras regadas con sangre y palabras mordaces
de la frontera, la puerta del Cuerpo que vio Sam Peckinpah,
la puerta de la Mente desalojada, el puritito
azote, y el maldito gusano blanco allí estaba,
con su sombrero de paja y su pitillo colgando
del labio inferior, y tenía la misma mirada
de asesino de siempre.
Lo vi y le dije tengo tres bultos en la cabeza
y la ciencia ya no puede hacer nada conmigo.
Lo vi y le dije sáquese de mi huella so mamón,
la poesía es más valiente que nadie,
las tierras regadas con sangre me la pelan, la Mente desalojada
apenas si estremece mis sentidos.
De estas pesadillas sólo conservaré
estas pobres casas,
estas calles barridas por el viento
y no su mirada de asesino.
Parecía un gusano blanco con su sombrero de paja
y su pistola automática debajo de la camisa
y no paraba de hablar solo o con cualquiera
acerca de un poblado que tenía
por lo menos dos mil o tres mil años,
allá por el norte, cerca de la frontera
con los Estados Unidos,
un lugar que todavía existía,
digamos cuarenta casas,
dos cantinas,
una tienda de comestibles,
un pueblo de vigilantes y asesinos
como él mismo,
casas de adobe y patios encementados
donde los ojos no se despegaban
del horizonte
(de ese horizonte color carne
como la espalda de un moribundo).
¿Y qué esperaban que apareciera por allí?, pregunté.
El viento y el polvo, tal vez.
Un sueño mínimo
pero en el que empeñaban
toda su obstinación, toda su voluntad.
Parecía un gusano blanco con sombrero de paja y un Delicados
colgando del labio inferior.
Parecía un chileno de veintidós años entrando en el Café La Habana
y observando a una muchacha rubia
sentada en el fondo,
en la Mente desalojada.
Parecían las caminatas a altas horas de la noche
de Mario Santiago.
En la Mente desalojada.
En los espejos encantados.
En el huracán del D.F.
Los dedos cortados renacían
con velocidad sorprendente.
Dedos cortados,
quebrados,
esparcidos
en el aire del D.F.

Roberto Bolaño

Puente de los Franceses

Yo pensé que me había separado de ella, que nunca más la echaría de menos. Se lo contaba como noticia a un amigo que hacía tiempo que no veía y que es sabio -los años le ayudan-. Torció el gesto, aparcó en su cara una mueca casi de condescendencia ante mi aserto, como si me perdonara la ignorancia, el error de púber, y dejó caer algo así como que nuestro vínculo era de por vida.
Hoy apareció en mi revolucionado cerebro un verso que lo llevo en mi cartera emocional por aquello del giro que hace en un momento dado en la canción: Puente de los Franceses...
Hoy, una vez más, la ciudad me tomó. Y yo que pensaba.

Con su boina calada, con sus guantes de seda, 
su sirena varada, sus fiestas de guardar, 
su vuelva usted mañana, su sálvese quien pueda, 
su partidita de mus, su fulanita de tal. 
Con su todo es ahora, con su nada es eterno, 
con su rap y su chotis, con su okupa y su skin, 
aunque muera el verano y tenga prisa el invierno 
la primavera sabe que la espero en Madrid. 
Con su otoño Velázquez, con su Torre Picasso, 
su santo y su torero, su Atleti, su Borbón, 
sus gordas de Botero, sus hoteles de paso, 
su taleguito de hash, sus abuelitos al sol. 
Con su hoguera de nieve, su verbena y su duelo, 
su dieciocho de julio, su catorce de abril. 
A mitad de camino entre el infierno y el cielo 
yo me bajo en Atocha, yo me quedo en Madrid. 
Aunque la noche delire como un pájaro en llamas, 
aunque no dé a la gloria la Puerta de Alcalá, 
aunque la maja desnuda cobre quince y la cama, 
aunque la maja vestida no se deje besar, 
Pasarelas Cibeles, cárcel de Yeserías, 
Puente de los Franceses, tascas de Chamberí, 
ya no sueña aquel niño que soñó que escribía, 
Corazón de María, no me dejes así. 
Corte de los Milagros, Virgen de la Almudena, 
chabolas de uralita, Palacio de Cristal, 
con su "no pasarán" con sus "vivan las caenas", 
su cementerio civil, su banda municipal. 
He llorado en Venecia, me he perdido en Manhattan, 
he crecido en La Habana, he sido un paria en París, 
México me atormenta, Buenos Aires me mata, 
pero siempre hay un tren que desemboca en Madrid, 
pero siempre hay un niño que envejece en Madrid, 
pero siempre hay un coche que derrapa en Madrid, 
pero siempre hay un fuego que se enciende en Madrid, 
pero siempre hay un barco que naufraga en Madrid, 
pero siempre hay un sueño que despierta en Madrid, 
pero siempre hay un vuelo de regreso a Madrid.