Idilio en el café
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Ahora me
pregunto si es que toda la vida
hemos estado
aquí. Pongo, ahora mismo,
la mano ante los ojos —qué latido de la sangre en los párpados— y el vello inmenso se confunde, silencioso, a la mirada. Pesan las pestañas. No sé bien de qué hablo. ¿Quiénes son, rostros vagos nadando como en un agua pálida, éstos aquí sentados, con nosotros vivientes? La tarde nos empuja a ciertos bares o entre cansados hombres en pijama. Ven. Salgamos fuera. La noche. Queda espacio arriba, más arriba, mucho más que las luces que iluminan a ráfagas tus ojos agrandados. Queda también silencio entre nosotros, silencio y este beso igual que un largo túnel. |
Jaime Gil de Biedma