de cuando los membrillos en flor

membrillo.
(Del lat. melimēlum, manzana dulce, y este del gr. μελίμηλον).
1. m. Arbusto de la familia de las Rosáceas, de tres a cuatro metros de altura, muy ramoso, con hojas pecioladas, enteras, aovadas o casi redondas, verdes por el haz y lanuginosas por el envés, flores róseas, solitarias, casi sentadas y de cáliz persistente, y fruto en pomo, de diez a doce centímetros de diámetro, amarillo, muy aromático, de carne áspera y granujienta, que contiene varias pepitas mucilaginosas. Es originario de Asia Menor; el fruto se come asado o en conserva, y las semillas sirven para hacer bandolina.

bandolina1.
(Del fr. bandoline).
1. f. Mucilago que servía para mantener asentado el cabello después de atusado.


la caída del imperio austro húngaro

Sin duda, el arte nos envía al más allá de la realidad, al universo de los sueños; es un territorio, como el de las hadas, que debe asaltarse sin miedo a ser temerario. Esta visión, que personaliza en buena medida el clasicismo en el arte, llegó hasta bien entrado el siglo XX, cuando ya se expresaban otras formas de entender el arte muy diferentes y los escritores denunciaban el fin de una época, porque el arte ya no se situaba en el hombre con sentido de la posibilidad, sino en el hombre con un nuevo sentido, el de la realidad inmediata. Desde principios del siglo XX, la mentalidad derivada de la casi antigua idea de progreso cobra la fuerza de los hechos, expresándose de una forma casi ideológica en el discurso científico. La gente cree que con el fin del arte se está en condiciones de poder conquistar por fin la realidad; pero, con la pérdida del sueño, el hombre deja de tener futuro y la percepción de la realidad se le aleja más y más. Ya lo escribió Musil casi al final de la Segunda Guerra Mundial:

El cuerno del cartero de Münchausen –nos decía– era más bonito que una bocina electrónica con el sonido en conserva; las botas de siete leguas, más bonitas que un automóvil; el imperio del rey Laurin, más bonito que un túnel ferroviario; las raíces curativas de la mandrágora, más bonitas que un telegrama ilustrado; comer el corazón de la propia madre y entender el lenguaje de las aves, más bonito que un estudio zoopsicológico sobre la expresión rítmica del gorjeo de los pájaros. Hemos conquistado la realidad y perdido el sueño. Ya nadie se tiende bajo un árbol a contemplar el cielo a través de los dedos del pie, sino que todo el mundo trabaja; tampoco debe engañar nadie al estómago con idealizaciones, si quiere ser de provecho, más bien tiene que comer chuletas y moverse. Es exactamente como si la vieja e inepta humanidad se hubiera dormido sobre un hormiguero, y la nueva se encontrara al despertarse con las hormigas en la sangre; desde entonces se ve, por eso, obligada a realizar las extorsiones más violentas sin conseguir aplacar la frenética comezón de la laboriosidad animal.

Salvando algunos matices, Musil acierta con el diagnóstico y me acerca a pensar sobre el arte como ese sueño que ha olvidado el hombre al despertarse; un sueño que le permitía ver las cosas ocultas a nuestro derredor. Porque la gran ventaja del sueño es que ayuda a ver, ayuda a escuchar, a diferencia de la vida cotidiana en cuyo discurrir sólo somos capaces de oír o de mirar con los ojos embotados como los micos que siempre están saltando de rama en rama como si estuvieran huyendo de algo. Y, al mismo tiempo de esta reflexión o poco antes, los artistas impresionistas difuminan la realidad, y Picasso se decide a quebrar la armonía del cuerpo con Las Señoritas de Avignon y después otros como Grosz –que por cierto era ilustrador– distorsiona la vida cotidiana del Berlín de los años treinta para poder definirla mejor, y, por último, otros como Hopper –que por cierto era diseñador– convierten la representación de la realidad en un objeto cotidiano. Escuelas y nuevas tradiciones que han convertido el arte en algo cercano y propio, inmediato y personal, donde cabe todo, desde lo imperceptible –más que elevado–, hasta lo más sucio y podrido.

Robert Musil, como siempre en estos casos, aunque nació en el sur de Austria, en realidad vino de Marte. Leo que acabó su vida exiliado y con problemas económicos. ¡Hombre, no...! Si te parece se le reconoce y se le pone una cátedra en vida.

El extracto completo es de: Juan Benavides Delgado Introducción: Arte, Publicidad y Vida Cotidiana…
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