entre dos aguas

Mientras suena de fondo, leyendo su biografía, me he echado a llorar.
Tenía 28 años y su hermano que lo acompaña, Ramón, 37, cuando se encaramaron al proscenio del Teatro Real a llevar el flamenco por primera vez en la historia de este país a semejante lugar, templo de la clásica, la pureza, la ortodoxia y la naftalina.
Dejo el concierto completo. Cuando en torno al minuto 40 surge el ritmo inconfundible de Entre dos aguas, ya presentadas previamente todas sus credenciales ante las autoridades que seguro que atestaban el patio de butacas, las morales, las intelectuales, las militares, los guardianes del centeno de la incorruptibilidad del arte flamenco, los próceres de las dinastías, los adalides de la recién por estrenar democracia, los añorados de don Francisco, los ujieres atónitos, cuando aparece esa declaración de intenciones que es el interregno de los dos océanos, decía, servidor vuela. 
No hace demasiado frío y ha dejado de llover a diez minutos caminando del lugar histórico donde ocurrió, hace ya la friolera de 41 años.