borbotones

Instrucción 12

Durante las conversaciones, observe sus palabras como si fueran insectos cargados de enfermedades ocultas, insidiosas, que solo merecen la aniquilación o el desprecio. Cuando discutan, no alcance niveles de intensidad encendida sino un tono replegado, lleno de resentimiento y hastío, donde cada tanto una válvula de escape expulse intempestivamente frases como: “Otra vez con lo mismo”, “Podrías haberlo dicho en su momento” o “No se te puede decir nada”. Después, todo debe apagarse en un silencio abominable, un cocido de ira y de desánimo. Piense mucho en los incontables sentidos de la palabra “antes” en la frase: “Antes no me decías esas cosas”. Cada tanto, evoque cómo era tiempo atrás, cuando la fantasía de la felicidad se sumaba a la felicidad dura y robusta que usted exudaba. Toda aquella euforia a borbotones. Toda aquella dicha vigorosa. El río de los días en los que solo había novedad y celebración. Recuerde el deseo monstruoso. Recuerde que se leían libros en voz alta. Recuerde que se contaban, sin cansarse, una y otra vez, las mismas historias: “Cuando yo tenía diez años”, “Cuando me fui de campamento con mis padres”, “Cuando me caí de aquel árbol”. Todo eso que ahora parece una cabellera arrojada al fuego de la que no quedan ni cenizas. Una noche, cuando estén durmiendo, despierte y sienta un ramalazo de ternura. Un brote de algo que parece estar hecho en partes iguales de raciocinio y sentimiento, que parece genuino, que no parece estar montado en la arquitectura de una emoción falsa, de una vehemencia pasajera. Un rapto. Dígase: “Tal vez”. Como si se dispusiera a contemplar un milagro de resurrección, déjese llevar por el impulso. Estire el brazo bajo las sábanas, coloque la mano sobre su hombro. Intente sentir aquel vibrato, aquella electrificación grosera, aquella gula pesada. No sienta nada.

relaciones inacabadas


A varios nos ocurre lo que a Juan José Millás. Quedamos sorprendidos de la brillantez que encierra la economía narrativa, muchas veces enunciada por personajes que no albergan ninguna pretensión de brillo, intelectual al menos. Trabajar tras una barra nocturna te regala de cuando en cuando perlas de este estilo. Anoche tuve varias, pero sólo una quedó apuntada en un papelito que hace nada saqué del bolsillo del pantalón. Da título a esta entrada.

500 vatios

Te pasas siete días leyendo sesudos análisis sobre los líos del Poder Judicial sin enterarte de nada, cuando llega Ignacio Cosidó y te lo explica en dos patadas. Cómo estarían de embrolladas las cosas para que el portavoz del PP en el Senado se viera obligado a explicar a los zoquetes de su partido que, gracias al acuerdo alcanzado con el PSOE, tendrían controlada la Sala del Supremo en la que esos mismos zoquetes podrían ser juzgados. Un WhatsApp. Eso es economía narrativa, como cuando Rajoy le dijo a Bárcenas que fuera fuerte, pues estaban en ello, y se nos hizo la luz, permitiéndonos verlo todo con una claridad pasmosa. Significa que quien tiene que dimitir, para que la decencia vuelva, es la realidad que ha hecho posible que Marchena renuncie a un cargo para el que no había sido nombrado todavía. Su comunicado es otro ejemplo de economía narrativa estremecedor. Deducimos, en fin, que la realidad vigente es toda ella producto de un desvarío criminal.
No hay nada que no se pueda contar en menos palabras de las que habitualmente utilizamos, de ahí la perplejidad que nos producen los sumarios judiciales de 10.000 folios. Hasta el silencio resulta a veces más locuaz que un discurso. La metamorfosis, de Kafka, explica el siglo XX en menos de 70 folios. Fíjense en el tamaño de El lazarillo de Tormes, en el de Pedro Páramo o en el de las novelas cortas de Cervantes. ¡Qué desproporción entre la magnitud de sus contenidos y el cuerpo de sus continentes! Yo leo por disciplina muchos editoriales que no entiendo porque parecen apagados hasta que una frase sacada de una agenda los ilumina como el haz de un foco de 500 vatios. Llamará Catalá para que hagamos un hueco en el AVE a Galicia a un donante del PP.