de eso hablábamos

La he vuelto a ver. Echaba de menos la película, pero sobre todo a él. El comienzo, donde aparece por primera vez, y, sobre todo el final, son excelsos. Por lo demás, reflexiono, las mujeres son demasiado atractivas. No ya en esta, sino en casi todas las películas. Demasiado para la credibilidad.
Me duele imaginar su dolor para irse como se fue. Por otra parte, no me extraña. Interpretar desde donde él lo hace, en fin...
Ahí va el final:

ladrón de paja

cárabe

Del ár. hisp. qáhraba, este del ár. clás. kahrabā, y este del pelvi kāhrubāy 'ladrón de paja'.

1. m. ámbar (‖ resina fósil).


pelvi

Del fr. pehlvi, este del persa pahlavi, y este del pelvi pahlawīg 'parto2'.
1. adj. Perteneciente o relativo al persa medioLéxico pelvi.
2. m. persa medio.
persa medio
1. m. Dialecto occidental del iranio medioprocedente del persa
antiguoque hablaron los persas aproximadamente desde el siglo III a. C. hasta el siglo IX y que fue lengua oficial del Imperio sasánida.

manda quien puede



Y por una vez Tsvietáieva fue una poeta feliz

Lo publicó Antonio Lucas en El Mundo en abril de 2018. Contiene una errata: nació en 1892.
Cuando se encontraron por primera vez, Marina Tsvietáieva (1877-1941) acumulaba varios infiernos íntimos. Tenía dos hijas (Alia e Irina) con Sergei Efron, del que pasó cuatro años separada con la convicción de que estaba muerto. Había alcanzado cierto nombre en los corrillos literarios de Moscú con tres libros publicados (Álbum de la tarde, Linterna mágica y De dos libros). Entre sus amantes, "los idilios cerebrales" como ella decía, figuraban Boris Pasternak y Rainer Maria Rilke, entre otros. Había escapado de Moscú el 11 de mayo de 1922 tras años de espanto. Y llevaba por dentro los zarpazos del bolchevismo, que se cebó fieramente contra los artistas de la vanguardia rusa. Cuando Marina Tsvietáieva y Konstantín Rodzévich se encontraron por primera vez era 1923.
En ambos prendió la curiosidad, el deseo y una pasión tan desbordante como discontinua. Desde ese año primero y hasta 1938 ella le envió 31 cartas en las que desplegaba no sólo arrebatos, también proyectos futuros, esbozos de poemas, daños colaterales, desesperaciones, deseos. Rodzévich fue el más alto amor de la poeta. Cuando la nieve dejó de ser blanca y el pan ya no sabía a pan, aquel joven estudiante de Derecho, amigo de su marido y tres años menor que ella, se convirtió en su único faro de costa.
El destinatario conservó la correspondencia de por vida. En 1960 se las confió a un amigo para que se las pasara a Ariadna, hija de Marina y la única superviviente de la familia. Ésta, sin leerlas, las selló y dispuso que tras su muerte (en 1975) se depositaran en el Archivo Estatal de Literatura de la URSS. Y ordenó que no fuesen reveladas hasta finales del año 2000. Su aparición supuso un acontecimiento en Rusia. Y ahora la editorial Renacimiento las da a conocer en español, estudiadas y traducidas por Reyes García Burdeus en un libro de fuerte temblor: Cartas de amor a Konstantín Rodzévich.
"La aparición inesperada de aquel hombre trastornó una vez más la vida de Tsvietáieva", explica la responsable de la edición. "Le hizo conocer el amor sensual y absoluto, no aquel más imaginario que real que había experimentado con otros amantes infructuosos". Y así se lo contó por carta a uno de sus cómplices de aquellos años, un amante imaginario, Alexandr Bajraj: "Estoy enamorada de otro, no hay forma más simple, cruel y digna de decirlo. ¿Cómo ocurrió? Oh, amigo mío, ¿cómo ocurren estas cosas? Me volví hacia alguien, él me miró, escuché unas palabras, las más sencillas del mundo, pero que quizá oía por primera vez en mi vida". Apenas esto.
En las cartas, Tsvietáieva deja rastro de los estados de ánimo que vive (o que padece). De esa lumbre que descubre por Rodzévich. Y así se lo escribe en la carta del 22 de septiembre de 1923, pocos meses después de encontrarse: "Por primera vez amo a una persona feliz y, quizá, también por vez primera busco la felicidad en vez de la pérdida, quiero tomar y no dar, ser y no perecer. En usted siento la fuerza, esto nunca me había pasado. La fuerza de amar no a mí entera -¡el caos!-, sino lo mejor de mí, lo esencial. Nunca le había otorgado a nadie el derecho de elección: o todo o nada". Tsvietáieva estaba mudando su rigidez por una suerte de candor, de calidez, de atención al otro más allá de asumirlo sólo como un cortafríos.
Durante unos meses, la malograda poeta vive inundada de recuerdos extraordinarios. Pero en diciembre de ese año 23 echa el freno. No quiere dañar a su marido, a Sergei. No lo ama exactamente, pero usaba con él esa otra forma de querer que pasa por afecto maternal y protector. Pero Sergei le ha obligado a elegir entre uno y otro: "Comuniqué a Marina mi decisión: que nos separásemos. Durante dos semanas estuvo fuera de sí. (...) Nunca la había visto en tal estado de angustia. Finalmente me dijo que no podía separarse de mí porque la conciencia de mi soledad no le habría dejado un momento no sólo de felicidad sino de tranquilidad". Sergei comparaba a Marina Tsvietáieva con una insaciable estufa que necesitaba mucha leña y él ya no servía para hacerla funcionar.
En aquellos meses en Praga con Rodzévich, la poeta rusa fue más feliz que nunca. Más que en ningún otro lugar. Aunque el final fuese la despedida. Tras la separación de Rodzévich escribió dos de sus conjuntos de poemas principales: Poema de la montaña y Poema del fin. Mantuvieron correspondencia durante años. Se dejaron, pero se hicieron inolvidables. El arrepentimiento hasta el último día por no haber dado el paso de estar juntos fue común. Y mutuo. (Ella se suicidó en 1941). El uno había sido para el otro una pieza de caza mayor. Pero aquel verso memorable, a Marina, se le cumplió: "Algún día, criatura encantadora, para ti seré sólo un recuerdo".

cuando no canta

El animalico de Damian ya había transitado este cuaderno, así como la peli que lo lanzó al estrellato. De esta versión del negro no sabía hasta que me llegó ayer. Ver a los dos juntos es un placer, sobre todo cuando calla. Porque ver lo que hace el negro callado es algo insólito.
Gracias, querida.
Esperando que amanezca.


ha muerto Limónov

Nacido en Dzerzhinsk con el nombre de Eduard Veniaminovich Savenko, adoptó el apellido Limónov como nom de plume casi en la adolescencia. El poeta de vanguardia se exilió de la Unión Soviética en 1974. Alguna vez relató que aquella salida fue forzada y que se debió a su negativa a convertirse en un soplón para el KGB. Así, Limónov terminó por llegar a Nueva York, donde se hizo un habitual del legendario club punk CBGB, en el que conoció a los Ramones. De aquella época, que le marcó profundamente, es su novela más conocida de las cuatro traducidas al castellano, Soy yo, Édichka (Marbot Ediciones).

El obituario es de traca. Porque, claro, cómo se hace una necrológica de un tipo de este pelaje. Quizás el mejor obituario sea el tema de Pablo, que coge la idea del personaje, ese de a los poetas rusos les gustan los negrazos -sic-.
Qué recuerdos de aquellos días que ahora quedan como en un Technicolor.