Lo publicó Antonio Lucas en El Mundo en abril de 2018. Contiene una errata: nació en 1892.
Cuando se encontraron por primera vez, Marina Tsvietáieva (1877-1941) acumulaba varios infiernos íntimos. Tenía dos hijas (Alia e Irina) con Sergei Efron, del que pasó cuatro años separada con la convicción de que estaba muerto. Había alcanzado cierto nombre en los corrillos literarios de Moscú con tres libros publicados (Álbum de la tarde, Linterna mágica y De dos libros). Entre sus amantes, "los idilios cerebrales" como ella decía, figuraban Boris Pasternak y Rainer Maria Rilke, entre otros. Había escapado de Moscú el 11 de mayo de 1922 tras años de espanto. Y llevaba por dentro los zarpazos del bolchevismo, que se cebó fieramente contra los artistas de la vanguardia rusa. Cuando Marina Tsvietáieva y Konstantín Rodzévich se encontraron por primera vez era 1923.
En ambos prendió la curiosidad, el deseo y una pasión tan desbordante como discontinua. Desde ese año primero y hasta 1938 ella le envió 31 cartas en las que desplegaba no sólo arrebatos, también proyectos futuros, esbozos de poemas, daños colaterales, desesperaciones, deseos. Rodzévich fue el más alto amor de la poeta. Cuando la nieve dejó de ser blanca y el pan ya no sabía a pan, aquel joven estudiante de Derecho, amigo de su marido y tres años menor que ella, se convirtió en su único faro de costa.
El destinatario conservó la correspondencia de por vida. En 1960 se las confió a un amigo para que se las pasara a Ariadna, hija de Marina y la única superviviente de la familia. Ésta, sin leerlas, las selló y dispuso que tras su muerte (en 1975) se depositaran en el Archivo Estatal de Literatura de la URSS. Y ordenó que no fuesen reveladas hasta finales del año 2000. Su aparición supuso un acontecimiento en Rusia. Y ahora la editorial Renacimiento las da a conocer en español, estudiadas y traducidas por Reyes García Burdeus en un libro de fuerte temblor: Cartas de amor a Konstantín Rodzévich.
"La aparición inesperada de aquel hombre trastornó una vez más la vida de Tsvietáieva", explica la responsable de la edición. "Le hizo conocer el amor sensual y absoluto, no aquel más imaginario que real que había experimentado con otros amantes infructuosos". Y así se lo contó por carta a uno de sus cómplices de aquellos años, un amante imaginario, Alexandr Bajraj: "Estoy enamorada de otro, no hay forma más simple, cruel y digna de decirlo. ¿Cómo ocurrió? Oh, amigo mío, ¿cómo ocurren estas cosas? Me volví hacia alguien, él me miró, escuché unas palabras, las más sencillas del mundo, pero que quizá oía por primera vez en mi vida". Apenas esto.
En las cartas, Tsvietáieva deja rastro de los estados de ánimo que vive (o que padece). De esa lumbre que descubre por Rodzévich. Y así se lo escribe en la carta del 22 de septiembre de 1923, pocos meses después de encontrarse: "Por primera vez amo a una persona feliz y, quizá, también por vez primera busco la felicidad en vez de la pérdida, quiero tomar y no dar, ser y no perecer. En usted siento la fuerza, esto nunca me había pasado. La fuerza de amar no a mí entera -¡el caos!-, sino lo mejor de mí, lo esencial. Nunca le había otorgado a nadie el derecho de elección: o todo o nada". Tsvietáieva estaba mudando su rigidez por una suerte de candor, de calidez, de atención al otro más allá de asumirlo sólo como un cortafríos.
Durante unos meses, la malograda poeta vive inundada de recuerdos extraordinarios. Pero en diciembre de ese año 23 echa el freno. No quiere dañar a su marido, a Sergei. No lo ama exactamente, pero usaba con él esa otra forma de querer que pasa por afecto maternal y protector. Pero Sergei le ha obligado a elegir entre uno y otro: "Comuniqué a Marina mi decisión: que nos separásemos. Durante dos semanas estuvo fuera de sí. (...) Nunca la había visto en tal estado de angustia. Finalmente me dijo que no podía separarse de mí porque la conciencia de mi soledad no le habría dejado un momento no sólo de felicidad sino de tranquilidad". Sergei comparaba a Marina Tsvietáieva con una insaciable estufa que necesitaba mucha leña y él ya no servía para hacerla funcionar.
En aquellos meses en Praga con Rodzévich, la poeta rusa fue más feliz que nunca. Más que en ningún otro lugar. Aunque el final fuese la despedida. Tras la separación de Rodzévich escribió dos de sus conjuntos de poemas principales: Poema de la montaña y Poema del fin. Mantuvieron correspondencia durante años. Se dejaron, pero se hicieron inolvidables. El arrepentimiento hasta el último día por no haber dado el paso de estar juntos fue común. Y mutuo. (Ella se suicidó en 1941). El uno había sido para el otro una pieza de caza mayor. Pero aquel verso memorable, a Marina, se le cumplió: "Algún día, criatura encantadora, para ti seré sólo un recuerdo".
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