Cuando en aquellos años -1994 y sucesivos- ocurrió lo que se narra en la película, cuando ya Paesa tenía un nombre pero aún Roldán era el personaje principal de la trama, recuerdo haberle leído una columna a Manuel Vázquez Montalbán acerca del caso en la cual, en una línea de la misma, afirmaba que el verdadero merecedor de una película -o novela, falla la memoria- era Paesa, no Roldán. Con esa columna no doy ahora, pero sí con el recuerdo que cuento, algo que se quedó grabado en mi memoria como premonitorio.
Hoy he visto la película de mi admirado Alberto Rodríguez y luego he leído durante un buen rato noticias sobre aquellos años. Todo, ahora visto con la distancia, tiene un aire de familiaridad, caspa y sorpresa. Lo último, porque en los noventa todavía nos quedaba virginidad y cuando el director de la Guardia Civil se dio a la fuga o cuando Interviú publicó aquellas fotos de las fiestas, uno no podía sino sentir perplejidad. Familiaridad porque tardamos poco en acostumbrar nuestra mirada a semejantes bochornos, a normalizar la inmoralidad, el delito, el improperio estético. Y caspa por motivos identitarios, desgraciadamente.
Alberto se mete en un jardín del que es muy difícil no salir esquilado; y no sale gracias a que tiene talento, oficio y honestidad. Pero las cotas emocionales que alcanza con otras obras suyas aquí quedan lejos. Cierto es que la propuesta es otra, que hay casi un homenaje a las cintas de los 60-70 de cine de espionaje, donde la distancia emocional parecía imprescindible. Pero, no sé, algo falla en el atrapamiento que se desea del espectador. Eduard, muy halagado, presenta muchos de los síntomas que le reconozco desde hace tiempo y que me cargan, siendo esto así a la vez que hay algo siempre en su interpretación que me gusta mucho. Pero con él, como con muchos otros, tengo la sensación permanente de estar viendo al actor mucho más que al personaje. Por cierto, aunque no relevante, el título no me gusta nada.
Me quedo al final con el disfrute de la esquela de don Francisco y las misas gregorianas en el monasterio cisterciense de San Pedro de Cardeña, con el timo a los rusos y con la figura de su sobrina, dos años mayor que yo, que ya aparece en los movimientos de los 1500 millones de los 90. Y con la insuperable idea de que Luis sigue pensando que el dinero era suyo y Paco se lo quitó, pero que era suyo. Insuperable, ya digo.