la languidez

La languidez de la juventud, única y quintaesenciada... ¡Qué pronto se pierde para siempre! Todos los demás atributos tra­dicionales de la juventud: el entusiasmo, los afectos generosos, las ilusiones, la desesperación -todos menos ése-, aparecen y desaparecen a lo largo de la vida. Forman parte de la vida misma. Pero la languidez, la relajación de los músculos todavía no agotados, la mente que busca la soledad y se entrega a la introspección, sólo pertenecen a la juventud y con ella mueren. Es posible que en las mansiones del Limbo los héroes disfruten compensaciones semejantes por haber perdido la Visión Beatí­fica; también es posible que dicha Visión tenga cierta afinidad remota con esa experiencia terrenal. Yo, por mi parte, creí estar muy cerca del Paraíso durante aquellos lánguidos días que pasé en Brideshead.

-¿Por qué le llaman «castillo» a esta casa?
-Es lo que era hasta que lo trasladaron.
-¿Qué estás diciendo?
-Pues eso. Teníamos un castillo a una milla de aquí, allí abajo, cerca del pueblo. Después nos encaprichamos con el valle, desmontaron el castillo, trajeron las piedras hasta aquí arriba y edificaron una casa nueva. Me alegro de que lo hicieran, ¿y tú?
-Si fuera mía nunca viviría en otra parte.
-Eso es lo malo, Charles, que no es mía. Ahora mismo sí lo es, pero normalmente está llena de bestias rapaces. ¡Ojalá fuera siempre como ahora...! Siempre verano, siempre sin gente, la fruta siempre madura, y Aloysius de buen humor...
Es así como me gusta recordar a Sebastian, tal como era aquel verano, cuando vagábamos a solas por aquel palacio encantado: Sebastian bajando a toda velocidad en su silla de ruedas por los senderos del huerto, bordeados de boj, a la búsqueda de fresas alpinas e higos calientes, o impulsándose a través de los invernaderos, de un perfume a otro, de un clima a otro, para cortar un racimo de uvas moscatel o elegir una orquí­dea para nuestro ojal. Sebastian exagerando cómicamente las dificultades, mientras iba cojeando hasta las antiguas habitaciones de los niños, donde nos sentábamos uno al lado del otro sobre la raída alfombra floreada, con el contenido del armario de juguetes desparramado a nuestro alrededor y Nanny Hawkins bordando plácidamente en un rincón diciendo: «Sois tal para cual; un par de niños. ¿Es eso lo que os enseñan en la universidad?».
Sebastian tendido al sol, de espaldas sobre un banco del patio de columnas mientras que yo, acomodado en una silla dura, me esforzaba por dibujar la fuente.
-¿La cúpula también es de Iñigo Jones? Parece posterior.
-¡Oh, Charles, no seas tan turista! ¿Qué importa cuándo se hizo, si es bonita?
-A mí me interesan esas cosas.
-Pues es una lástima; pensaba que ya te habías curado de todo eso... Ese señor Collins... la culpa es suya.
Vivir entre aquellas paredes constituía una excelente educa­ción estética: vagar de una habitación a otra, de la biblioteca de estilo Soane al salón chino, deslumbrante con sus pagodas do­radas y sus afables mandarines, su papel pintado y sus adornos Chippendale en relieve; ir desde el saloncito pompeyano a la inmensa sala de paredes cubiertas de tapices que se conservaba en el mismo estado que doscientos cincuenta años atrás; sentar­nos hora tras hora a la sombra, contemplando la terraza.

The languor of Youth - how unique and quintessential it is! How quickly, how irrecoverably, lost! The zest, the generous affections, the illusions, the despair, all the traditional attributes of Youth - all save this - come and go with us through life. These things are a part of life itself; but languor - the relaxation of yet unwearied sinews, the mind sequestered and self-regarding that belongs to Youth alone and dies with it.  Perhaps in the mansions of Limbo the heroes enjoy some such compensation for their loss of the Beatific Vision; perhaps the Beatific Vision itself has some remote kinship with this lowly experience; I, at any rate, believed myself very near heaven, during those languid days at Brideshead.

‘Why is this house called a “Castle”?’

‘It used to be one until they moved it.’

‘What can you mean?’

‘Just that. We had a castle a mile away, down by the village. Then we took a fancy to the valley and. pulled the castle down, carted the stones up here, and built a new house.  I’m glad they did, aren’t you?’

‘If it was mine I’d never live anywhere else.’

‘But you sec. Charles, it isn’t mine. Just at the moment it is, but usually it’s full of ravening beasts. If it could only be like this always - always summer, always alone, the fruit always ripe, and Aloysius in a good temper...’

It is thus I like to remember Sebastian, as he was that summer, when we wandered alone together through that enchanted palace; Sebastian in his wheel chair spinning down the box-edged walks of the kitchen gardens in search of alpine strawberries and warm figs, propelling himself through the succession of hothouses, from scent to scent and climate to climate, to cut the muscat grapes and choose orchids for our button-holes; Sebastian hobbling with a pantomime of difficulty to the old nurseries, sitting beside me on the threadbare, flowered carpet with the toy-cupboard empty about us and Nanny Hawkins stitching complacently in the comer, saying, ‘You’re one as bad as the other; a pair of children the two of you. Is that what they teach you at College?’ Sebastian supine on the sunny seat in the colonnade, as he was now, and I in a hard chair beside him, trying to draw the fountain.

‘Is the dome by Inigo Jones, too? It looks later.’

‘Oh, Charles, don’t be such a tourist. What does it matter when it was built if it’s pretty?’

‘It’s the sort of thing I like to know.’

‘Oh dear, I thought I’d cured you of all that - the terrible Mr Collins.’ It was an aesthetic education to live within those walls, to wander from room to room, from the Soanesque library to the Chinese drawing, adazzle with gilt pagodas and nodding mandarins, painted paper and Chippendale fretwork, from the Pompeian parlour to the great tapestry-hung hall which stood unchanged, as it had been designed two hundred and fifty years before; to sit, hour after hour, in the shade looking out on the terrace.

Brideshead revisited, Chapter 4.
Evelyn Waugh. Traducción de Caroline Phipps.

los papás de Kiko

Tiene dos entradas
para el estreno esta noche
en el Teatro Nacional.
Ponen una obra,
una que a Federico
no le dejaron estrenar.
Vé tú que puedes,
no te pierdas la oportunidad,
yo tengo guardia esta noche,

deja a los niños con tu mamá.
Y ella vuelve pronto y sola,
no sabe qué hacer sin él,
él no sabe qué hacer con el cuerpo,
viven en la casa cuartel.
Y sólo quiere
irse muy lejos,
cogerla de la mano
y salir corriendo.

Cerca de Rosas,
donde primero alumbra el sol,
el faro se mueve frío,
Dalí le daba conversación.

Hoy he visto...
hoy he visto en la playa
la espina de un pez rosado.
Y una cuerda rota,
ay, si pudieras ver
sus hilos dorados.

Y sólo quiere...