amanuense para ilustres jubilados

Magnífica vida la de este señor; aquí y aquí, por ejemplo.

Ayer Día del trabajador, hoy de la madre; ambos, cubiertos, fríos y lluviosos. Domingo. Oraciones.

ORACIÓN DE LA HUMILDAD

Al fin lo he comprendido: ya me tengo
como Tú me querías: casi nada
o casi todo; apenas barro
bien amasado en lágrimas.

Te doy gracias, Señor, porque me hiciste
de tan pequeñas cosas y a tan altas
rabias de corazón llegué entre dientes
de deslumbrantes dentelladas.

Me diste soledad, hambre y tristeza,
los dones de Tu gracia,
y me obligaste a conocer cómo nos nacen
las raíces del alma.

Gracias, Señor, porque me echaste al confuso montón de la pobreza,
y me diste sabor de pulpa amarga,
densa como los sueños, retenida
de los huesos en la doliente caña.

Nada puedo pedir que no me dieras
sobradamente; nada
que no estuviera escrito; destinado
para completar en mí Tu semejanza.

Si el hombre es el tributo a Tu paciencia,
el soplo de Tu aliento, la esperanza
de Tu trabajo creador, cumplida
quedó en mi carne Tu palabra.

Hierros nacieron donde brotaron sangres
–dolor del hierro negro, del rabioso hierro que rompe y que desgarra
como un viejo perro golpeado–,
y, sobre las heridas, fue la brasa
y la sal en los labios.
¡Y estoy vivo!
¡Y nadie de esta carga me descarga!…

Con todo ello me hiciste, poco a poco
–que el hombre es una tarea larga–,
y te sonrío
desde esta mi humildad recuperada…

Porque es así, Señor, como querías
que fuera: casi nada
o casi todo; apenas barro
bien amasado en lágrimas.

Victoriano Crémer