Génova 13 rue del Percebe

Por fin, coño, por fin. En primera plana del periódico más leído en este país. Alguien por fin lo dijo y lo publicaron: todo, absolutamente todo el esperpento nacional estaba ya en las páginas del increíble, visionario, sobrenatural Francisco Ibáñez. Se hace justicia a nuestro más grande sociólogo, ex aequo Luis García Berlanga.
Oh Rubén Amón, oh País. Qué país.


La sede popular, casa madre de la corrupción, emula el cómic de Francisco Ibáñez con su galería del ladrón, el timador, el moroso y la portera cotilla

Es una hermosa coincidencia poética que el número de la sede del PP en la calle Génova, el 13, coincida con el de la Rue del Percebe. Y no es la única coincidencia, pues el bestiario que retrata Francisco Ibáñez en su pintoresca comunidad de vecinos aloja indistintamente al moroso, al ladrón, al timador del colmado, a la portera cotilla y hasta la mezquina dueña de la pensión que tiraniza a su clientela. Podría añadirse incluso el personaje de Doroteo Hurón, el tipo del cómic que reside en una alcantarilla de la finca. Está y no está a la vez en el número 13 de la Rue del Percebe, como le sucedió a Bárcenas y como acaba de ocurrir con Beltrán Gutiérrez Moliner, cuya situación de ex gerente del PP madrileño no contradecía que el PP madrileño lo hubiera contratado después de haberlo echado. Por eso tenía su despacho. Y por esa razón la Guardia Civil, a iniciativa del juez Velasco, se personó en las instalaciones genovesas para aprehender el ordenador antes de que apareciera el siniestro hombre del martillo y destruyera el disco duro. Ocurren estas cosas chez Rajoy. Que es el presidente del partido. Que es el presidente del Gobierno. Y que pretende, atención, seguir siéndolo, sustrayéndose al bochorno de la corrupción valenciana y al embarazo que proporciona anunciar un pacto de Estado contra la corrupción el mismo día que prorrumpen en su casa los picoletos. Y es entonces cuando proliferan las asombrosas aclaraciones. El PP madrileño, decía María Dolores de Cospedal vengándose de Esperanza Aguirre, no es el PP nacional aunque se aloje en el mismo edificio, de forma que el mito pedagógico de la corrupción localizada en casos individuales se extrapola a los pisos incomunicados de la sede popular. Cada uno tiene su vida propia, como ocurre en los avatares de 13 Rue del Percebe. Y no precisamente ejemplar. La planta baja, embrión del edificio, forma parte de una investigación judicial porque los trabajos de su remodelación se concibieron, presuntamente, como una coartada de financiación ilegal que deja en el limbo unos 750.000 euros. Para probarla, el juez Ruz movilizó a la Policía Nacional en diciembre 2013. Y lo hizo de noche, con intención de sorprender a los vigilantes y abastecerse de documentación incriminatoria, recreando así a la opinión pública un espectáculo estremecedor: la corrupción del PP empieza en los cimientos de su casa madre, en la planta cero. Y prospera en otros pisos. Será casualidad, por ejemplo, que el despacho del tesorero Bárcenas estuviera en el tercero. Casualidad quiere decir que es el mismo rellano donde expía sus fechorías el ladronzuelo Ceferino Raffles en el cómic del Percebe. La imaginación de Ibáñez, empero, no alcanzó a crear el concepto del despido en diferido. Bárcenas no estaba en el PP pero acudía todos los días a su despacho. Dicho de otra manera: Bárcenas tenía una sede del PP en su despacho. Revestiría más gracia la cosa si no fuera porque hablamos de corrupción sistemática y sistémica. Y porque Esperanza Aguirre apela a la ignorancia - "no me consta"- como argumento exculpatorio. La trama Gürtel se fraguó en el despacho de su viceconsejero de presidencia, López Viejo. La trama Púnica se organizó en el despacho de su consejero de Justicia e Interior, Francisco Granados. Y la trama de financiación ilegal la canalizaba Beltrán Gutiérrez en la planta primera de 13 Rue de Génova. Tampoco sabía Edipo que había matado a su padre ni que había yacido con su madre, pero la ignorancia no le preservó del castigo. Le arrancaron los ojos. Y estableció el escarmiento un principio embrionario de la cultura occidental, más allá de las revisiones freudianas: no saber no equivale a la inocencia. Como a Rita Barberá, la corrupción rodeaba a Esperanza. Y como Rita Barberá, la presidenta, todavía, del PP madrileño trata de inculcarnos que, acaso, ella es solamente la portera cotilla de 13 Rue del Percebe. O la señora Roper.